POR RAÚL OLMEDO/A esta altura del horror, de la vergüenza, de la manipulación, del sinsentido , vale preguntarse cómo será estar sentado siete horas a orillas de un río, ahí, donde el frio te cala los huesos, ahí donde no hay sistema, observando un cadáver bamboleándose al ritmo de las aguas..
Un cadáver que puede ser nada menos que tu hermano, que falta a su hogar hace 79, dias, porque te lo quitaron sin darte explicaciones.
Bamboleándose carcomido como grotesco retazo de mil abrazos robados, vale preguntarse porque la muerte tiene esas cosas, nos toca a todos, en algún momento, nos atraviesa a todos por igual, encarnada en algún ser querido, a veces demasiado querido.
Y seguramente fueron siete horas de triste vigilia, de quien sabe cuántas lagrimas derramadas, de cuantas preguntas sin respuesta, de cuanta bronca e impotencia, solo producto de la falta de confianza, del descreimiento, de la ausencia del estado, de la estigmatización, de la mentira, de las burlas en televisión, de la aporofobia que destila cada uno de nuestros representantes, y muchos referentes del periodismo, militante de esos mismos principios y de esas mismas fobias.
Vale preguntarse, mas aun cuando la inmediata consecuencia del lado de quienes deliberan y gobiernan en nombre nuestro, fue vallar la Casa de Gobierno, movilizar fuerzas de represión y desplegar una urgente encuesta telefónica que les permita sondear como les afectaría este vuelco en la causa de cara a las elecciones del próximo domingo.
Así de cínicos, así de inhumanos, así de ausentes, como extraídos de las páginas más negras del Libro negro de los Iluminatis, de lo más profundo del Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano, o de las crónicas mas nefastas de los oscuros días de la Santa Inquisición, donde sin empacho consumían en las llamas a todo aquel que pensara diferente, en nombre de su Dios, que seguramente no es el tuyo. Ni el mío.
Vale preguntarse porque Santiago, a esta altura del horror, de la vergüenza y de la manipulación, puede ser tu hermano, tu hijo, tu mejor amigo.
Vale preguntarse porque quizás, sin pensarlo, sin darnos cuenta, Santiago seamos todos...
