No vi los partidos en los que Alexander Zverev y Stefanos Tsitsipas hacen gala de un comportamiento realmente bochornoso durante sendos partidos de la ATP Cup, pero hoy me han pasado
los vídeos y, a pesar de que iba advertido, me cuesta dar crédito a lo que veo. ¡Hasta qué punto hemos llegado hoy día!
En momentos de tensión durante sus partidos, los dos jóvenes tenistas dan rienda suelta a su frustración y se la hacen pagar a sus respectivos padres. El alemán le dedica tal sarta de improperios al suyo, sentado con el equipo justo detrás de su silla, que lo hace llorar, supongo que por una mezcla de vergüenza y pena, ante el estupefacto e impotente capitán del equipo, Boris Becker. El griego, por su parte, rompe la raqueta con tanta rabia cuando va a sentarse al banquillo que le da en el brazo a su padre, quien también está sentado allí como capitán del equipo griego.
La mala educación no es algo nuevo en el ámbito deportivo y, por supuesto, tampoco en el mundo del tenis. John McEnroe ha pasado a la historia de este deporte no solo como el genial jugador que fue, sino también por sus histriónicas muestras de ira durante sus partidos y por hacérselo pagar a sus raquetas y a los árbitros y líneas, contra los que se desahogaba a gusto. Su caso no fue único, aunque sí más bien aislado.
Hoy día, en cambio, cada vez son menos raros los casos de tenistas, tanto del cuadro masculino como del femenino, que las emprenden contra sus propios entrenadores, a los que increpan, chillan e insultan cuando se les tuercen las cosas. Es inexplicable que un jugador pueda llegar a pensar que los responsables de su mal juego son los entrenadores, las personas a las que han contratado y pagan para que les ayude a desarrollar mejor su juego. Cualquier jefe de cualquier empresa que las emprendiera con semejante furia hacia un empleado sería considerado, y con toda la razón, como un auténtico tirano.
Es verdad que en el tenis se viven momentos de gran tensión y que los nervios y la impotencia pueden hacer mella en el más templado jugador, pero también lo es que, precisamente, lo que hace grande al deporte y admirables a los deportistas no es solo la victoria y levantar importantes trofeos, sino el dominio de la frustración y la capacidad de aceptar con humildad las derrotas y los muchos momentos adversos por los que, como es natural, pasan todos.
En el caso de Zverev y de Tsitsipas, además, existe el feo componente de que los insultos del primero y la agresión del segundo (aunque no fuera intencionada era bien previsible) fueran contra sus propios progenitores. Y esto, que tampoco es la primera vez que se ve en el mundo del tenis, es la constatación de que cada vez son más los chavales a los que se ha hecho creer que son los reyes de la casa y que, por lo tanto, no se merecen otra cosa que no sea tenerlo todo a su caprichoso gusto.
Tenistas de otras épocas y de la actual, de todos los rangos y con los más variados palmareses, han demostrado que se es más grande cuanto más se dominan los bajos instintos. Ojalá el presente Open de Australia y lo que queda de año tenístico nos depare muchos inspiradores ejemplos, que los sigue habiendo, y nos libre de espectáculos que son cualquier cosa menos deportivos.
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