Una varita guardada en un baúl. Una camilla plegada por quién sabe cuánto tiempo. La caja de herramientas sólo a merced de los arreglos que surjan intramuros. Un pantone de esmaltes
de uñas que no largan olor a nada de lo cerrados que están. Ollas limpias. Despertadores apagados. Un moño colgado de una percha, con la camisa haciéndole juego. El coronavirus ha puesto a, estiman, un tercio de la Humanidad en cuarentena. Esa proporción no para de aumentar y, en el camino, hay contagios, muertos, recuperados y trabajadores cuyos oficios están congelados en medio de la pandemia.
Rodrigo: “Sólo estoy gastando en comida”
Apenas antes de que se dictara la cuarentena obligatoria, Rodrigo tenía mucho trabajo. Es electricista y vive en Belgrano con su compañera y el hijo de los dos. Pero su actividad, sujeta no sólo a poder circular libremente por la calle sino a que sus clientes lo hagan entrar a sus casas, quedó paralizada en el mismo momento en que empezaron a ralentizarse los trenes y los subtes, y los aviones de cabotaje dejaron de circular.
“Por el momento no tuve que hacer ningún ajuste porque sólo estoy gastando en comida. Pero mi economía depende muchísimo de esos ingresos: junto con mi compañera sumamos nuestra entrada de dinero para la casa. Mi hijo depende de nosotros”, cuenta Rodrigo, de 36 años. “Por ahora llevo bien la cuarentena, descanso. Pero si sigue mucho tiempo, las papas van a arder”, le decía a Clarín durante la primera semana de aislamiento obligatorio. Trabaja solo: nadie más que su familia depende de que su actividad se reactive para obtener su ingreso. Pero aún así, estima que puede sostener el parate un mes, porque si no, en sus propias palabras, “las papas van a arder”.
Hilde: “Lo peor es que no depende de mí”
“Es muy frustrante y preocupante no saber por cuánto tiempo no voy a tener ningún ingreso, sólo un montón de gastos. Lo peor es que no hay nada que pueda hacer: no depende de mí“. Hilde tiene un salón de belleza: se dedica especialmente a la peluquería manicuría. El día que en Argentina dejó de haber clases fue el día que empezó a notar que las cosas cambiaban para su oficio: “Caso no había gente circulando en la calle y no entraba gente al local. Así que ese miércoles -el 18 de marzo- decidí cerrar: ya no tenía sentido seguir abierto”, cuenta.
“Nuestros clientes son de oficinas y turistas, y con el home office y las cuarentenas para quienes llegaran al país, ya la demanda había empezado a resentirse mucho”, describe. Aunque no quiere revelar detalles, está en plena negociación por el alquiler del dueño del local en el que funciona el salón. “Es obvio que este freno va a afectarme mucho a mí y a mi familia, es una fuente muy importante de nuestros ingresos. A la vez, hay más de 15 personas y sus familias que dependen de lo que ganen en el salón. Más allá de ser empleados y buenos trabajadores, tienen hijos y responsabilidades”, cuenta. Su preocupación va más allá de cuándo termine la cuarentena: “Estamos listos para arrancar apenas se levante, pero la cuestión será ver cuándo estarán nuestros clientes en posición de consumir como antes, y cuándo volverán las turistas”.
Iñaki: “No voy a poder juntar un peso”
Sus preferidos son los boxer. Dice que son dóciles y que, como en los parques corren mucho y gastan energía, lo hacen quedar bien con los dueños, sus clientes. “Paseaba a entre seis y diez perros, entre el turno de la mañana y el de la tarde. Pero cuando metieron la cuarentena tuve que frenar, y me quedo sin un mango para mis cosas”, cuenta Iñaki, que tiene 24 años, vive en Flores con su mamá, y estudia Matemática. “Hubo algunos que me insistieron para que les sacara al perro porque iban a tener que ir a trabajar igual, pero yo no me puedo exponer así, ¿cómo le explico a la Policía?”, dice.
La posibilidad de sacar a pasear a un perro quedó reservada a los dueños, y se ajustó con el correr de las horas: de la vuelta manzana se pasó a apenas la puerta de calle y algunos metros más. “Vivo con mis viejos, así que por suerte no dependo de los perros para vivir. Pero hasta que esto no termine no voy a poder volver a juntar un peso, y uso esa plata no sólo para salir con amigos o comprarme alguna cosa, sino para comprar apuntes para la facultad. Como también eso está parado, se equilibra un poco la entrada y salida de plata”, explica. Las calles vacías en plena cuarentena borraron del paisaje a Iñaki y sus colegas, mientras los perros se vuelven salvoconductos de sus dueños al menos por algunos metros.
Jorge: “Mi último show fue el 15 de marzo”
“Mi último show fue el domingo 15 de marzo. A partir de ahí me cancelaron todos los eventos programados para marzo y abril”. Su documento dice que se llama Jorge y sus redes sociales lo presentan como Mago Agusto. Es no sólo un profesional del ilusionismo, sino también animador de eventos: antes de que el coronavirus instara al Estado a tomar medidas drásticas, Jorge hacía entre cinco y seis shows semanales. “Somos una familia tipo y la economía familiar se sostiene con los ingresos de ambos: ahora sólo contamos con el sueldo de mi mujer, que trabaja en relación de dependencia y hace home office desde el 15 de marzo”, explica Jorge.
Enseguida matiza: “Tuvimos que dejar de lado cualquier gasto que no fuera esencial. Teníamos previsto pintar la casa y hacerle algunos arreglos al auto pero tuvimos que suspender todo. A la vez, algunos gastos dejaron de hacer por la cuarentena, como la nafta o las actividades extraescolares de los chicos, y eso ayuda a compensar mi falta de ingresos”. La falta no se siente sólo a nivel económico: “Como artista siento un vacío enorme, me falta el contacto con el público y el aplauso. Me apasiona lo que hago. Y como padre de familia siento la angustia y la impotencia de no estar aportando económicamente”. Jorge no sabe cuándo podrá retomar su actividad: “Dependerá mucho de nosotros como sociedad. Espero que todo vuelva a la normalidad pronto, pero que sea cuando tenga que ser, y no antes”.
Sabrina: “Uso ahorros y pido ayuda a la familia”
El mismo día que dejó de haber clases en todo el país, Sabrina debió suspender su trabajo: es kinesióloga y trabaja de manera independiente, y ya no podía dejar a su hijo al cuidado de sus padres, que son grupo de riesgo. La demanda de su actividad, hasta ese momento, era la de siempre. Pero el corte fue abrupto. “La dependencia de ese ingreso es 100%. Dependemos mi pareja, nuestro hijo y yo de ese ingreso”, explica. Para amortiguar el golpe de la inactividad que trae aparejada la cuarentena, cuenta Sabrina, va a “usar unos pocos ahorros y pedir ayuda familiar”.
“Estoy bien con no poder realizar la actividad: no siento que extraño hacer eso. Porque entiendo que es lo que hay que hacer ahora: quedarse en casa. Pero sí me preocupa muchísimo lo económico. Mi economía y la del resto de los que vivimos al día y que si no trabajamos, no cobramos. Será así hasta que las autoridades del país dispongan que se levanta la cuarentena: recién ahí podremos reanudar la actividad”, suma la kinesióloga.
Juan: “De mí dependen unas 200 personas”
Su fecha límite fue el sábado 21 de marzo. “Las fiestas del domingo 22 ya no se hicieron: o cerró el salón, o los clientes decidían suspenderlas, o los invitados no querían ir, ya con las disposiciones del gobierno tomadas”, explica Juan, que tiene 42 años, vive en Tigre y es dueño de una empresa de catering junto a su pareja, Natalia. El parate de su actividad económica ya se vislumbraba: “La semana previa a la medida estatal se habían suspendido todos los eventos de abril e incluso mayo, y hubo reprogramaciones para agosto y septiembre”, cuenta.
Como comparte el emprendimiento con Natalia, toda la economía familiar depende de esos ingresos. “Directa o indirectamente dependen en mayor o menor grado entre 25 y 200 personas de la actividad que llevemos a acabo. Voy día a día en cuanto a los ajustes que habrá que hacer: el contexto cambia todo el tiempo así que sólo tomamos las medidas imprescindibles y reducimos al mínimo los gastos sin perjudicar los equipos formados”, suma Juan. Tiene una preocupación central: “Me inquieta lo que viene para todos a nivel sanitario, y la incertidumbre sobre cuánto va a durar y cuáles serán las consecuencias económicas. Pero la prioridad es la salud: del resto se sale“, sostiene. Junio o julio son, “con suerte”, los meses para los que estima que su actividad podrá empezar a retomarse. “Por ahora paso a paso: todos en sus casas y aseguramos las remuneraciones”, concluye.
Mónica: “Gano menos y pierdo las propinas”
“El lunes que cerraron las escuelas la dueña del local decidió cerrar. La demanda venía bajando: empezó a haber casos y la gente en el salón hablaba del virus todo el tiempo, había miedo, y cada vez venían menos, así que cerraron. Nos dijeron que nos iban a pagar la mitad del sueldo”, cuenta Mónica, que trabaja en negro como depiladora en un salón de Villa Crespo. Es jefa de un hogar de tres hijos en San Martín: “No es sólo que cobro la mitad, sino que además me pierdo las propinas, que por ahí me suben un 20% el sueldo”, se lamenta. “Mis compañeras están todas en la misma que yo: esto nos complica llegar al fin de este mes y no sé cuándo vamos a poder volver a trabajar”, se lamenta.
“El más grande de mis hijos tiene 20 años y trabaja como repartidor en una pizzería. Por un lado tenemos suerte porque sigue teniendo trabajo en un momento en el que todo frena, y hay días en los que trae más del doble de propina. Pero a mí como mamá me da miedo que ande viendo a tanta gente: se expone y puede contagiarnos en casa. Mi mamá vive con nosotros y ya es grande, grupo de riesgo”, describe Mónica. “Me angustia no poder ir a trabajar: por la plata y por la necesidad de sentirme activa. La más chica, de 7, me pregunta cuándo va a volver a la escuela y ya no sé qué decirle, pero le explico que es para cuidarnos”, suma.
Carlos: “Soy el único de mi familia que trabaja”
El jueves 19 de marzo, algunas horas antes de que el presidente Alberto Fernández oficializara la cuarentena obligatoria, Carlos Alberto instaló una reja en una casa. “Para poder cobrarla”, dice ahora, que todas las actividades mantenimiento que hace -es plomero, pintor, instala aires acondicionados, y la lista sigue- están frenadas. Como la gran mayoría de los argentinos, no puede salir de su casa. Ni puede entrar a las casas que necesiten arreglos. “Dependo por completo de esos ingresos ya que en la familia -vive con su pareja y la hija de los dos- soy el único que trabaja. Y la demanda ya venía bajando, andaba por un 50%”, describe.
“Por ahora me siento tranquilo: tengo una hija de 2 años y paso unos momentos espectaculares con ella, y a la vez aprovecho para hacer un montón de cosas que tengo que hacer en mi casa. Y apenas digan que es seguro volver a las calles y la gente se sienta segura, podré volver a trabajar”, dice Carlos Alberto. Mientras dure la cuarentena, habrá que acortar gastos: “Una vez que llenemos el freezer y las alacenas como para pasar este momento, la opción es usar unos pocos ahorros que tenemos”.
Bruno: “Bajó con el dólar solidario y esto frenó todo”
“Bajé la persiana el día que dejó de haber clases. Puse un cartel con el número de WhatsApp y las redes sociales. La actividad ya había bajado entre 60% y 70% cuando se instaló el llamado ‘dólar solidario’ y esto frenó todo”. Lo dice Bruno, dueño de una agencia de viajes de Hurlingham. “Hubo que ocuparse, sí, de que volvieran quienes estaban de viaje y de reprogramar los viajes previstos para esta época. Pero no surge nada nuevo: cualquier actividad turística, en este contexto, está detenida“, cuenta. Esas vueltas anticipadas y reprogramaciones las hizo desde una computadora en su casa, con el local que alquila cerrado.
“Es una industria parada pero no destruida. Al argentino le gusta viajar así que en algún momento, esperemos que hacia mitad de año, empezará a reactivarse. Ahora mismo siento mucha incertidumbre pero el mundo se recuperó de cosas peores, así que sé que vamos a salir adelante”, sostiene. Mientras tanto, prevé ciertos posibles ajustes en la economía de su familia: “Estoy dispuesto a vender el auto si hace falta, y también podría pasar a mis hijas de la escuela privada a una pública. Ojalá no haga falta, pero es uno de los primeros cambios que haría. Lo que no puedo dejar de pagar es la prepaga, más en este momento”, sostiene Bruno.
Gustavo: “Nuestros hijos nos dan una mano, pero no me gusta”
“Creo que mi esposa no me aguanta más. Soy mozo en el mismo bar hace 23 años: conozco a todos los que van todo el día y hablamos. Y ahora le hablo todo el día a ella. Mientras hacemos las cosas de la casa, mientras comemos, mientras descansamos. Estoy preocupado y me pongo ansioso: mis dos hermanos tienen más de 60, yo soy hipertenso. Todos estamos en riesgo. Y sin laburo ahora mismo”, cuenta Gustavo. Atiende mesas en un bar de Tribunales. “Nos van a pagar marzo nos dijeron. Pero yo necesito la propina, hago diferencia con eso. Hay días que me traigo mil pesos o un poco más: imaginate en todo el mes. Y lo uso para los gastos fijos”, se lamenta Gustavo.
“Yo vi cómo empezaba a bajar la cantidad de gente en el bar y en la zona. Sobre todo cuando la Corte ordenó que hubiera menos gente. Imaginate, un bar es una zona de contacto con desconocidos que están de paso. Los habitués, mientras laburaron, venían. Pero el resto, nada. Y eso ya bajó el ingreso de plata. No sé cuándo volveremos a trabajar, no sé qué va a pasar con todo esto y me preocupa porque el sostén económico de la casa depende de más de mí que de mi esposa. Ella hace un tiempo que prepara viandas en casa. Y eso también está parado: todo el mundo guardado en su casa, con poca plata, y además no se puede andar por la calle haciendo los repartos. Ojalá pase pronto. Mientras tanto, nuestros hijos nos dan una mano. Pero a mí no me gusta”, dice Gustavo.
Son diez vidas cotidianas alteradas por el brote de coronavirus. Diez economías familiares frenadas, diez -sólo una muestra- oficios puestos en pausa sin saber bien cuándo llegará el momento de reanudar la actividad normal. Cuándo volverá a entrar un poco de plata a la casa. Ni qué habrá hecho esta pandemia con la Argentina y con el mundo.
PS
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