Crítica de “El hoyo”, un entretenimiento perverso y sus finales posibles

Que si es o no una mirada sobre La Divina comedia de Dante Alighieri -a mí me recuerda más a El bar, de Alex De la Iglesia, con cosas de la

saga de El juego del miedo, que inició James Wang, el director de El conjuro-, El hoyo está dando que hablar por ser, al fin y al cabo, una película de entretenimiento perversa. Porque es ultraviolenta, a veces es difícil de sostener la vista en la pantalla, habla de la lucha de clases y por su final, que para muchos es incomprensible.

El hoyo, que fue premiada en su paso por Toronto, y en Sitges, el festival sobre cine fantástico, se llevó los premios a la mejor película y el de la crítica, muestra a la humanidad como si no fuera otra cosa que una especie egoísta, animal. Pero ¿cómo romper esa cadena?

Ese, y no otro es el enigma de El hoyo.

A menos que uno prefiera quedarse con el “mensaje” del filme, o “la postura política”. Si el espectador opta por estas ideas, digamos, “macro”, quedará pendiente de su ideología y dependerá de su pensamiento si lo que sucede o propone el filme lo compra o no. En ese sentido, El hoyo se adecua al previo parecer del espectador.

Pero mirar, pensar considerar El hoyo desde una perspectiva de supervivencia -al fin y al cabo, esto es un filme de ciencia ficción en una sociedad que adivinamos distópica- es también una posibilidad. Y probablemente plantee más dudas y genere más interés.

Hay escenas violentas y un clima opresivo constante.

Dirigida por el vasco Galder Gaztelu-Urrutia, la cosa se plantea de manera elemental, a medida que va avanzando la trama: el hoyo del título es una suerte de cárcel o Torre de Babel en la que viven, en cada uno de los más de 200 niveles (tampoco vamos a spoilear) dos personas.

El protagonista (Goreng, que quiere decir arroz en indonesio, interpretado por Iván Massagué) eligió incorporarse voluntariamente, y salir de allí a los seis meses, habiendo dejado de fumar (no se puede entrar con tabaco a la cárcel vertical) y con El Quijote de Cervantes leído. Porque cada uno que ingresa puede hacerlo con un elemento. Goreng eligió el libro. Otros, más previsores, eligen, por ejemplo, un cuchillo.

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Una vez al día baja por el hoyo una plataforma llena de comida. Claro, está repleta en el nivel 1, pero cuando llega a los que están más abajo, ya no queda nada.

Cuando se cumple un mes, cambian de nivel. Hoy se puede estar en el 6, y mañana en el 202.

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El primer compañero de Goreng será Trimagasi (quiere decir gracias, en malayo), un adulto mayor como se les dice ahora, que se las sabe todas. O casi.

Cuando Goreng quiere pedirle a los de arriba que coman menos, o al menos no meen sobre la comida, es Trimagasi quien le dice que no tiene sentido hablar con los de arriba. No escuchan.

Y no es que sean sordos.

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Cuando le toque compartir nivel con Imoguiri (Montaña de nieve, en sánscrito, interpretada por la transexual Antonia San Juan), que fue empleada de la Administración que dirige el hoyo, ella le da un dato revelador: en verdad, hay comida para todos, lo que sucede es que la gula, la avaricia y la falta de solidaridad hace que a los que están más abajo, no les llegue nada.

Metáforas y simbolismos al margen, El hoyo es un filme que roza el terror, con escenas de violencia bien gráfica. Como sucede con Miharu (Tres primaveras en japonés), que va bajando de nivel en busca de su pequeño hijo. O Baharat, un personaje negro cuyo nombre proviene de unos condimentos de la comida árabe.

Dentro de la fantasía distópica, “El hoyo” permite distintas lecturas.

No es que los coguionistas se hayan preocupado en mostrar más ingenio en poner los nombres a los personajes que a la trama. No.

De hecho, cómo se llamen no tiene mucho que ver con el desenlace.

Y en cuanto al final, del que tanto se habla en las redes sociales, porque para algunos es poco claro, parece sencillo: OJO INTERPRETACION CON SPOILER. Le dicen que es el Mesías, así que presumimos que se sacrificará. Goreng sabe y comprueba que no puede con la lucha de clases, ni contra la Administración, así que lo importante es hacer lo que él cree que es correcto. Atreverse, tomar una determinación y jugársela. Y que en los más chicos está la solución del problema, y por eso cierto personaje es el único que asciende.

Tal vez, la clave de la película. Pero ¿por qué mira hacia arriba…?

Es una interpretación. Puede haber otras, como que SPOILER: la panna cotta llega arriba con un pelo (por eso el supervisor levanta en peso a los cocineros), pero entonces la niña no existe, porque ella se la comía… Imoguiri había dicho que no se permitía ingresar menores de 16 en el hoyo.

Es cierto: hay muchos espacios en blanco por llenar, y perdón, pero a mí me sigue intrigando la pregunta de cómo se mueve la plataforma, que no está atada a nada.

“El hoyo”

Buena

Horror/ Ciencia ficción. España, 2019. 94’, SAM 18. De: Galder Gaztelu-Urrutia. Con: Ivan Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan. Disponible en: Netflix.

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