Cada vez que se va un cliente pasa lavandina y una servilleta con agua y alcohol en la caja. En todos los mostradores hay alcohol en gel, aunque algunas personas prefieren
usar el que tienen en sus carteras o bolsos. El avance del coronavirus en el país obligó a Patricia Alejandra Rodríguez (47) y a su familia a tomar algunas medidas extremas de limpieza en su minimercado de Burzaco. Lavandina. Cloro. Alcohol. Es la receta que usan para mantener al virus lo más alejado posible. “Nosotros no tenemos miedo, lo más importante es tener precaución”, subraya.
Patricia, su marido y su hijo son los dueños y los encargados de mantener a flote el comercio. De ponerle el hombro a un “comercio de cercanía”, de esos que se volvieron clave para que los vecinos puedan mantener la cuarentena haciendo compras cerca de su casa.
Ella se encarga más que nada de la caja, aunque también hace entregas a domicilio para los clientes que no pueden salir o que prefieren hacer las compras de esta manera.
“Hoy nuestro fuerte es el delivery. Tenemos muchos más clientes que antes”, resalta. Además, cuenta que la demanda creció mucho en su negocio durante la cuarentena. “Los últimos años fueron difíciles”, subraya.
Trabajan de 8 a 13 y de 17 a 19. Antes cerraban a las 20, pero desde el aislamiento obligatorio terminan una hora antes. Otro de los cambios tiene que ver con el método de pago. Casi nadie usa efectivo. Además, asegura que algunas personas no quieren tocar el dinero o las tarjetas y que Mercado Pago es una gran solución. “A veces tenemos que firmar nosotros porque no se animan a tocar el celular”, explica.
“Por suerte seguimos trabajando”, dice Patricia con alivio porque el negocio es la única fuente de ingreso. “Yo siento que ayudo a las personas que no pueden salir”, resalta.
Una mujer mayor a la que le llevan mercadería tiene especial miedo al contagio y les pide que solo vayan con barbijo. Patricia no conseguía barbijo así que su marido hizo dos. Uno se lo dan a la señora y el otro lo usa ella cuando sale a llevarle las cosas. “Yo sé que el barbijo no sirve si uno está sano, pero lo hacemos para dejarla tranquila a ella”, cuenta.
Su vida y la de su familia ahora gira en torno a limpiar el local, trabajar y volver a su casa a desinfectar todo. “Para nosotros no cambiaron mucho las cosas”, asegura. “Espero que podamos seguir con el mercado y así ayudar a la gente”, pide. Patricia trabaja desde los nueve años y no se imagina vivir sin poder trabajar.
DD
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