El viaje silencioso de Rosalino Florentín, paraguayo radicado en la Argentina, comienza todas las mañanas bien temprano, de noche, cuando el día ni siquiera se insinúa. Apenas le contaron que el
aislamiento obligatorio por el coronavirus modificaba el órden de cosas, que ya no podría viajar de manera normal y que quizás tendría que enfrentar diferentes postas y controles, él mismo se ocupó de buscar la solución: su noble bicicleta Trek, una mountan bike que es ahora su elemento inseparable, una prolongación concreta de sus posibilidades, una herramienta más importante que las que usa cada día en su lugar de trabajo.
El viaje, entonces, comienza de noche. Rosalino se levanta, se prepara algo caliente y se alista para pedalear. Vive en los fondos de Glew, casi Guernica, tercer cordón del Conurbano Sur profundo, donde la pandemia es una amenaza concreta pero la cuarentena no sacó a la gente de las calles. Desde allí se monta en su bici y comienza a darle. Le da una vez. Le da dos veces. Va entrando en calor. Agarrá Espora hasta Lomas de Zamora, dobla en Boedo y tira por una paralela que desemboca en la avenida Hipólito Yrigoyen, a la altura de Remedios de Escalada.
De ahí derecho hasta Barracas. Es un asfalto sin congestionamientos por lo tanto, a medida que pedalea y entra en calor, Rosalino consigue ver las formas del conurbano vacío. A lo sumo cruza algún colectivo, en medio de un silencio inesperado, jamás visto: un silencio que aturde. Ve pasar los comercios cerrados, las paradas de los medios de transporte vacías. Atraviesa un mundo que parece barrido por la pandemia, como vio alguna vez en el cine.
El viaje de rosalino
Rosalino tiene 38 años. Padre de tres hijos, una nena y dos varones. En su idea de continuidad, desde luego que no existe la posibilidad de dejar de trabajar. Por eso el esfuerzo. “Pedaleo y está bueno, tardo una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta. Y siento que me está generando un buen estado físico”, dice Florentin, optimista y buen tipo hasta la médula.
Llega a Barracas a las 8.30 de la mañana. Limpia los tres piso de un edificio con cocheras y departamentos tipo Loft. Ayuda en todo lo que puede a los habitantes de consorcio. Rosalino siempre responde. Está para lo que sea. Siempre dispuesto, con una sonrisa y agradecido. Y cuando llega la tarde, Rosalino vuelve a su bici todo terreno, esa amiga inseparable que no lo va a dejar a pie. “Y vuelvo tranquilo por la tarde, viendo la ciudad vacía”, cierra Florentín.
GS
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Clarín
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