El piso que tiene Bea en la calle Toledo, a tiro de piedra de La Latina, funcionaba muy bien en Airbnb. “Hasta que todo esto
El sector turístico es uno de los más afectados por la crisis del coronavirus. La Organización Mundial del Turismo prevé una caída entre el 20% y el 30% este año. Esto se traduciría en pérdidas entre 30.000 y 50.000 millones de dólares a nivel mundial. Airbnb acusa el golpe. Aparte de las cancelaciones masivas, las reservas están paralizadas en gran parte del mundo. En España, desde el 20 de marzo.
La proyección de Transparent, firma analista del sector de alquiler a corto plazo, calcula una ocupación de los pisos turísticos del 11% al terminar abril, cuando en 2019 estaban al 38%. Para mediados de verano la predicción es del 16%, en comparación a un 60% el pasado año. Con el fin de aplacar sus pérdidas económicas, Airbnb ha levantado 2.000 millones de dólares en deuda e inversión. Sus cuentas ya antes de la pandemia no tenían un saldo positivo. Aunque facturó 4.800 millones de dólares en 2019, registró pérdidas de 674 millones.
En su caída, Airbnb arrastra a las miles de personas (solo en España hay ofertadas 300.000 propiedades) que alquilan sus pisos o habitaciones en la plataforma. Pese a la presencia de los fondos inmobiliarios, los pequeños propietarios aún son una parte muy relevante de la oferta. Desde la compañía afirman que en España, el 50% de los anfitriones han manifestado que necesitan de los ingresos que obtienen de los viajeros para llegar a fin de mes.
El piso de Bea, de 58 metros cuadrados y dos habitaciones, suponía un flujo de ingresos constante para ella y su pareja. “Lo compramos hace tres años como inversión y empezamos probando en Airbnb. Siempre nos ha funcionado muy bien”. Ganaban entre 1.600 y 2.300 euros al mes.
“Nosotros pagábamos la hipoteca con lo que ganábamos del alquiler”, señala Bea. “Este mes serán cero ingresos, con lo cual tenemos que hacernos cargo con nuestro dinero”. Explica que las ganancias del piso no las tocan, pero ahora “les hace puñetas, porque son ahorros”. Ellos viven con sus dos hijos en otro piso de Madrid, también con hipoteca.
Bea, que ofreció su piso de Airbnb a la Comunidad de Madrid para acoger a sanitarios sin obtener respuesta, es agente de viajes. Esto ahora casi te asegura el ERTE. En su caso se ha cumplido: su empresa ha recortado el 90% de la plantilla hasta 2021.
En el centro de Barcelona, en L’Antiga Esquerra de l’Eixample, vive Iván. Alquila una habitación de su casa desde 2014. “En abril empezaba la temporada alta, así que tenía un 90% de ocupación”, indica. “Donde yo vivo estamos en una buena zona, así que normalmente no tenemos problema por la ubicación”.
Sus ingresos por Airbnb -unos 1.500 euros– le daban para cubrir el alquiler, que hace dos años le subieron de golpe 300 euros. “Yo estoy de baja y era una buena ayuda, digamos, para vivir bien. Nos ha ayudado a seguir viviendo aquí. Si no tendríamos que estar viviendo en un sitio bastante más alejado”. Él trabajaba en hostelería, su pareja es profesora y también tienen dos niños.
Airbnb ha establecido un fondo de ayuda a los anfitriones de 250 millones de dólares. Se aplicará a las reservas realizadas hasta el 14 de marzo que cubrieran fechas entre ese día y el 31 de mayo. La compañía abonará el 25% del importe que el anfitrión habría recibido según su política de cancelación. Este matiz es importante, porque si la política era flexible (cancelación gratuita hasta dos días antes de la entrada), será más difícil acceder a estas ayudas. Según Transparent, el 39% de los anfitriones trabajan con políticas flexibles. También se ha creado otro fondo, de 17 millones de dólares, para ayudar a los llamados ‘superhost’, que necesiten ayuda para el alquiler o la hipoteca. Las ayudas comenzarán a llegar este mes de abril.
Iván está pendiente de los emails que Airbnb le manda estos días, para informarse sobre si puede acogerse a las ayudas. La recuperación no la ve cercana. “Todo el mundo da por perdido hasta agosto”. Con poca convicción añade que podría los ingresos podrían volver en esa última fase del verano. “Tenemos la esperanza de que vuelva a remontar, pero todo es incertidumbre”.
El alquiler tradicional de larga estancia se postula como una alternativa al alquiler turístico. La propia Airbnb trata de dirigir los esfuerzos hacia este terreno, con vistas a acoger a estudiantes o personas que pasan tiempo fuera de casa por trabajo. Algunos anfitriones han escogido este camino por su propia cuenta. Bea ha probado a poner su piso de la calle Toledo en Idealista, por 800 euros al mes. En cinco horas le llamaron cinco personas y una agencia. “Hemos tenido la idea de ponerlo en alquiler de larga estancia para por lo menos cubrir los gastos”, indica.
Desde Idealista replican que no han notado un aluvión de pisos procedentes del alquiler turístico, pero reconocen que este fenómeno sería difícil de medir. Tampoco esta es una solución inmediata. “Está parado todo”, sentencia Bea. “Ahora mismo no puedes enseñar el piso. Y lógicamente la gente quiere ver y estar en el piso antes de firmar nada”. Además, a Bea y a su pareja les queda una duda: “No sabemos si al alquilarlo en larga estancia perdemos la licencia de alquiler vacacional”, comenta en referencia al permiso que concede el Ayuntamiento de Madrid y que ellos tienen desde que empezaron en esto.
La huida al campo
En el municipio de Candeleda, en la provincia de Ávila, tiene Pedro dos cabañas que alquilaba por Airbnb. Son dos casas revestidas de madera para darles el toque rural que merece el enclave. Los visitantes tienen acceso a una finca de seis hectáreas, cruzada por un bosquecito y desde la que se ve la sierra de Gredos. Lo suyo eran las escapadas de fin de semana. “Teníamos reservada la Semana Santa y a primeros de abril”, cuenta el propietario. “Eran algo más de 600 euros, que me arreglaban el mes”.
Este tipo de alojamientos rurales ofrecen mejores previsiones que los urbanos, según la firma analista AirDNA, especializada en alquiler vacacional. Atribuyen esta tendencia a la búsqueda del distanciamiento social. Los datos de Transparent ponen de relieve que algunos departamentos campestres de Francia, como Lozera y Haute Saône, tuvieron grandes incrementos entre el 11 y el 25 de marzo (el país entró en confinamiento el 17 de ese mes). Al mismo tiempo, tanto París, como la región de los Alpes y la Costa Azul sufrían fuertes caídas.
A Pedro le han preguntado por sus cabañas. Un cliente que ya había estado antes quiere quedarse todo el mes de julio. “Hemos tenido pocas estancias largas. Nos funcionaban más los fines de semana. Alguna vez sí hemos tenido a gente una semana seguida, pero un mes entero no se ha alquilado nunca”, comenta. Aunque por encima de todo está la incertidumbre. El propietario de las cabañas sabe que después de la tempestad del coronavirus vendrá “el asunto de la economía de la gente”, como él dice.