Hechos disruptivos han ocurrido en la historia de la humanidad, en abundancia. En latín, “disruptio” significa fractura. Las disrupciones generan cambios en el modo de proceder de diversos actores, desde personas hasta
organizaciones y sociedades. Y en muchas ocasiones los hechos disruptivos no hacen más que dar más velocidad a una tendencia. Apurando movimientos, son aceleradores de los tiempos.
Desde el inicio del siglo XXI muchos acontecimientos han actuado como “disruptores”: la caída de las Torres Gemelas, la crisis financiera en 2008 y la emergencia de países otrora subdesarrollados a poderosos. Ahora, algo así (aunque más grave) ocurre con la pandemia que padecemos y pone en jaque la salud física de miles de personas, afecta la psicología de medio mundo, lleva a gobiernos a suspender normalidades, saca a la luz cierta precariedad de la sanidad pública y anormaliza la economía.
Pero en verdad ya antes de esta emergencia habíamos estado transitando otro proceso de cambio: la tendencia a la intangibilización de la producción en la economía mundial. Y la confluencia de varias de esas citadas transformaciones, sumándolas a los efectos que tras la crisis sanitaria se producirán en sensibilizaciones, legitimidades, regulaciones y exigencias, todo esto conducirá probablemente a una aceleración de esa intangibilización.
Las comunicaciones, el conocimiento, la información aplicada, las patentes y la propiedad intelectual, el saber organizacional, los actos innovativos, las marcas, el capital intelectual, todo forma parte del principal motor que tiene ahora la economía global: los incorpóreos.
El valor generado cada año por el capital intangible duplica al generado por el tradicional capital físico (este año la diferencia será aún mayor). En diez años el comercio internacional de servicios creció 60% más que el de bienes físicos (a una tasa de 5,5% anual). Los servicios (considerando los que se comercializan como tales más los que acompañan a los bienes) ya componen más de la mitad de todo el intercambio comercial mundial (US$13,5 billones).
Las redes internacionales de producción, formadas por empresas globales han estado mudando sus cadenas de valor desde las “viejas” líneas transfronterizas de ensamblamiento hacia sistemas de generación múltiple de valor no-físico.
Dice la OMC que el comercio mundial de mercancías registró un ligero descenso en volumen 2019 (-0,1%) después de haber aumentado 2,9% en 2018; y que medido en dólares el descenso de 2019 fue de 3% (a US$18,89 billones). Pero asevera que, por el contrario, el comercio mundial de servicios comerciales “puros” aumentó en 2019 medido en dólares 2% (a US$6,03 billones). Y añade que si se mide una serie más larga el alza de los servicios es aún más fuerte (en 2018 había crecido 9%). Específicamente, las exportaciones mundiales de servicios basados en nuevas tecnologías de la comunicación crecieron 150% en 15 años (y el flujo de datos en el planeta creció en esos 15 años 1400 veces).
Asevera UKTech que la participación en el comercio mundial de los servicios podría aumentar un 50% para 2040. Y considera también que si los países en desarrollo pudieran adoptar tecnologías digitales su participación en ese comercio mundial aumentaría 15%.
Es altamente probable que la tendencia de globalización de estos incorpóreos (y de estancamiento o aun reversión de la de bienes físicos) se acreciente fuertemente ahora tras cambios de hábitos, sensibilidades, exigencias, tecnologías y regulaciones. Dice en su último informe la OMC que muchos servicios pueden “beneficiarse” de la presente crisis y que esto es especialmente cierto para los basados en tecnología de la información.
La economía internacional que se avecina se basará en un sistema de interrelaciones ajustado por más exigencias en seguridades certificadas, apoyada en más soportes electrónicos y digitales, basada en procesos más tecnificados y dirigida a abastecer un mundo con algunos hábitos adaptados. En este marco la participación de lo que en términos generales podemos llamar comercio global de servicios ganará terreno.
Por un lado, ello incluye (como plantean Kristof Van Criekingen, Carter Bloch y Carita Eklund) a servicios como software, datos, tecnología para la producción, diseño, ingeniería, sistemas de control de calidad, patentes, licencias, know-how, asistencia, innovaciones, instrumentos de reputación, métodos de gestión, organización y management y herramientas de marketing. Y, por el otro, a intangibles que acompañan y califican a los mismos productos físicos, como certificaciones, estándares acreditados, marcas, constancias por cumplimiento de normas y requisitos o garantías de seguridad. Pero adicionalmente, también crecerá el uso de técnicas de promoción digitales: asevera EMraketer que V-Ex -una plataforma virtual de eventos de crecimiento en los últimos tiempos- reportó que más de 50.000 personas han visitado recientemente sus trade-shows digitales y espacios similares, y anticipa que en los próximos meses Adobe, Facebook, Google y YouTube van a ofrecer versiones virtuales de sus populares conferencias. Y pronostica adaptaciones del formato y contenido de los instrumentos de marketing y promoción para la confluencia con la nueva realidad.
Todo esto se intensificará ahora si -como anticipa Accenture en un trabajo reciente- se acelerarán procesos hacia impresión 3D, internet de las cosas, máquinas en contacto autónomo, machine learning, vehículos autónomos, inteligencia artificial, robótica, trazabilidad digital, blockchain para la información, certificaciones y realidad aumentada. Y además si se aplican técnicas de vinculación con el mercado como el nuevo RTM (“route to market”). Kevin Sneader y Shubham Singhal expresan que nos aproximamos a una próxima normalidad (“next normal”) y afirman que “el péndulo podría no regresar totalmente al punto de partida una vez que el brote apareció”.
Desafíos múltiples para Argentina
En primer lugar es imaginable una economía global requiriendo más de estos incorpóreos e intangibles valiosos y ello supone un salto en exigencias productivas. El Banco Mundial anticipa más estándares -y más altos- relativos a la salud, la seguridad, el medio ambiente, el trabajo, la calidad del producto; todos impuestos por regulaciones para proteger consumidores, trabajadores y el propio medio ambiente.
Por otro lado supone una mayor intensidad de participación en la economía del conocimiento. Habrá que mejorar el ratio argentino de apenas 1,5% del total las patentes anuales en el PCT (acuerdo internacional), y mejorar en la internacionalización de prestaciones empresarias porque nuestras exportaciones de servicios están estancadas desde hace un decenio en unos US$14.000 millones (en el mundo en ese lapso crecieron 50%, de US$4 billones a US$6 billones) y la participación argentina en este rubro en el mundo es de solo 0,25% del total; menor aún a la retraída participación en el comercio de bienes físicos, que ha caído de 0,8% a 0,3% en los últimos 60 años.
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