Los hornos crematorios de la capital mexicana están al límite de su capacidad cuando el país todavía no ha alcanzado el pico de contagios y muertos por la pandemia de
target=”_blank” href=”https://www.clarin.com/tema/coronavirus.html” alt=”coronavirus” title=”coronavirus” target=”_blank”>coronavirus, mientras las funerarias sugieren el uso de fosas para albergar a los fallecidos.
El gobierno mexicano, que declaró la semana pasada haber entrado en la fase de mayor expansión de la pandemia, prevé alcanzar el número máximo de contagios alrededor del 10 de mayo y que la enfermedad deje hasta 8.000 muertos en el país.
Hasta al momento, hay 1.859 fallecidos y 19.224 muertos confirmados. La capital mexicana el principal foco: 328 muertos y 4.152 contagiados.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, afirmó este viernes que el país se encuentra en el momento más crítico de la pandemia de coronavirus.
“Estamos en el pico, estamos en el momento de mayor crisis, en el momento más crítico pero al mismo tiempo estamos en el momento en que ya vamos a ir a la baja, estamos hablando de estos días”, dijo el presidente en su conferencia cotidiana en el Palacio Nacional.
El mandatario señaló, con base en las predicciones, que este momento crítico de la pandemia podría alcanzarse la próxima semana.
“Ya lo estamos viviendo en Ciudad de México. Los crematorios disponibles ya están llegando a día de hoy a un 100 % de su capacidad”, reconoció este viernes a la agencia EFE el vicepresidente de la Asociación Nacional de Directores de Funerarias (ANDF), Roberto García.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en su rueda de prensa este viernes. /EFE
En una entrevista telefónica descartó que el sistema funerario mexicano haya llegado a su colapso, pero advirtió que en la capital “va a costar trabajo” disponer de crematorios o espacios en cementerios.
La zona más afectada de Ciudad de México es la populosa alcaldía de Iztapalapa donde el panteón San Nicolás ha pasado de quemar unos cinco cuerpos diarios a cerca de 20.
“Sí ha cambiado un poco, hay más trabajo, se tiene que cambiar uno rápido y salir”, relató el cremador Sacramento, quien tiene que ponerse un overol cada vez que llega un muerto por el COVID-19, cuyo cuerpo saca del ataúd y mete en el crematorio, donde tarda tres horas en incinerarse.
En los cementerios de Ciudad de México ahora los entierros tienen restricciones a la cantidad de personas por entierro. /EFE
Este incremento también lo han notado las funerarias privadas. Los ocho crematorios de la compañía J. García López están incinerando en total 25 cuerpos diarios. “Si llegamos a 30, estaremos en una situación compleja”, explicó a EFE su director, Manuel Ramírez.
Aunque el gobierno de México emitió un manual en el que recomienda la cremación como la mejor opción para los fallecidos por el COVID-19, el uso de fosas toma auge como alternativa para descongestionar crematorios.
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Las autoridades no permiten trasladar los cuerpos de fallecidos desde la capital a otros territorios menos congestionados, así que la alternativa es “sepultar los cuerpos en fosas dentro de los cementerios”, sostuvo el vicepresidente de la ANDF.
“Los cementerios oficiales, que son del gobierno, ya están abriendo disponibilidad”, explicó García al comparar esta situación con el terremoto de 1985 que dejó miles de muertos.
El gobierno de la Ciudad de México desconoce el número de fosas que hay en la capital, pero pidió a las diferentes alcaldías, encargadas de gestionar los cementerios, que faciliten las suficientes.
Ceremonias fúnebres restringidas
La pandemia ha alterado totalmente la forma de despedir a los fallecidos en un país con una tradición muy singular con la muerte.
Cementerios de la capital, como el de San Nicolás, de Iztapalapa, han restringido los accesos y solo dejan pasar a 15 familiares por inhumación, cinco por cremación y solo a uno si el fallecido murió por COVID-19, lo que está generando indignación entre la gente que se queda fuera.
Familiares de una víctima del coronavirus esperan para enterrarlo en el cementerio de San Nicolás Tolentino, en Ciudad de México, este viernes. /AP
“Estas idioteces de entrar al panteón… Sé que hay muchas enfermedades, pero si ya están muertos”, se quejó Brenda, quien fue a despedirse de su tío, fallecido de un infarto, al panteón de Iztapalapa.
Este cementerio restringió el acceso a la prensa luego de que trascendiera el mal manejo del material utilizado para tratar a los fallecidos por COVID-19. Además, EFE constató que personal de seguridad se deja sobornar para que pasen más familiares de los permitidos e incluso grupos de mariachis.
A raíz de la pandemia, las autoridades recomiendan que los fallecidos se lleven directamente a incinerar desde el hospital o el domicilio en el que murieron, aunque se permiten velatorios de cuatro horas con un máximo de 20 personas.
“Con la cuarentena, las personas fallecen aisladas. Tenemos que romper la cadena de soledad y dejar que los familiares puedan despedirse respetando la sana distancia”, opinó el director de J.García López.
En cambio, el Grupo Gayosso, otra de las grandes funerarias mexicanas, decidió por seguridad no permitir velatorios “desde el inicio de la contingencia”, contó su director de operaciones, Alejandro Sosa, cuya compañía ofrece como alternativa funerales por “streaming”.
Funerarias clandestinas
Frente a estas alternativas innovadoras, también crecen en México y sobre todo en su capital, las prácticas irregulares, desde funerarias pequeñas que no siguen la ley a gente que ofrece en la puerta de los hospitales servicios mortuorios clandestinos.
“Aquí en México existe mucho lo que llamamos el coyotaje, que son personas que ofrecen sus servicios afuera de los hospitales y no tienen instalaciones, no tienen capacitación”, advirtió el vicepresidente de la ANDF.
Roberto García pidió a las familias que evitaran caer en manos de esas empresas clandestinas, porque “se lucran con el precio y no siguen la normativa, con lo que ponen en riesgo a los asistentes y a las familias”.
Se estima que de las 5.000 funerarias que hay en México, un 60% son informales.
Miquel Muñoz y Eduard Ribas Admetlla, agencia EFE
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