El uso de mascarillas en los espacios públicos es una de las señales más evidentes de que no vivimos tiempos normales, un recordatorio políticamente incómodo para el presidente estadounidense de que
la plena reactivación de la economía va a ser más complicada de lo que sus declaraciones públicas sugieren. Donald Trump se ha negado a ponérsela y también a que la lleven personas de su entorno en público, ni si quiera por el deber de dar ejemplo y aplicarse las recomendaciones de las autoridades sanitarias federales.
La mañana del viernes, de nuevo, ha evitado cubrirse la cara y la nariz durante un acto con veteranos de la Segunda Guerra Mundial en Washington: “El presidente se hace las pruebas de forma regular. Será él quien dedica si se pone mascarilla o no. Esos veteranos estaban protegidos y han decidido venir aquí porque han puesto su país por delante, querían estar con el comandante en jefe en este momento”, ha declarado su portavoz Kayleigh McEnany.
Normalidad de puertas afuera pero no dentro de los muros de la Casa Blanca. La noticia de que dos empleados han dado positivo al test de la Covid-19 han puesto en alerta al presidente y ha provocado algunos cambios en las medidas de precaución en su entorno doméstico.
A diferencia de lo que ocurría hasta ahora, los trabajadores encargados de servir la comida al presidente, la primera dama Melania y su hijo Barron, de 14 años, “han empezado” a llevar mascarillas, ha explicado el propio Trump en una entrevista telefónica con Fox News. Y en adelante, tanto él como el vicepresidente Mike Pence van a ser sometidos a un test diario del coronavirus, informaron fuentes oficiales, así como todo el personal que trabaja con ellos. No es un trance agradable: el propio Trump explicó hace poco que es como sentir “una cuchillada en el cerebro”.
Hasta ahora los máximos mandatarios estadounidenses se sometían a pruebas semanales y se hacía pruebas con relativa frecuencia a sus empleados. En paralelo, el presidente –que ya antes de esta pandemia confesó tener germófobia– ordenó hace alrededor de un mes que todas las personas que se reúnan con él en la Casa Blanca se sometan a un test de diagnóstico antes de entrar, para lo que hizo instalar un pequeño banco de pruebas en el edificio que ocupa Pence, adyacente a la residencia presidencial. Congresistas, gobernadores, empresarios, banqueros… Todos han tenido que someterse a una prueba PCR in situ y dejarse insertar un hisopo de algodón en las fosas nasales.
Estas precauciones no han impedido que el virus, conocido por su extraordinaria capacidad de transmisión, se haya colado entre los muros de la Casa Blanca. Anoche se supo que un miembro de la Armada que trabaja como ayudante de cámara del presidente y su familia ha dado positivo a la prueba de la Covid. La noticia contrarió profundamente a Trump, según la cadena CNN.
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Este viernes por la mañana se ha sabido además que una empleada del vicepresidente también se ha contagiado de la enfermedad. La persona ha resultado ser su jefa de prensa, Katie Miller, que está casada con el asesor del presidente en temas migratorios, Stephen Miller. La noticia ha obligado a retirar en el último minuto a media docena de personas que habían tenido contacto reciente con ella del avión del vicepresidente, que ha visitado Iowa en misión oficial. Trump y Pence se han sometido a sendos tests esta mañana y ambos han resultado negativos, han explicado fuentes oficiales.
El presidente estadounidense, sin embargo, ha insistido en no ponerse mascarilla durante el acto conmemorativo del 75.º aniversario de la rendición alemana en la Segunda Guerra Mundial celebrado esta mañana en Washington, en presencia de veteranos, entre ellos varios nonagenarios. Tampoco la llevaban el resto de la delegación oficial, cuyos miembros se colocaron más alejados entre sí de lo habitual. Trump ha saludado a algunos veteranos a distancia. “Había mucho viento y en una dirección que me sorprendería mucho que la plaga les hubiera alcanzado”, ha comentado Trump a la prensa, a la que ha reprochado que se preocupe por los demás pero no por él.
La prenda, con todo, le parece profundamente antiestética y poco presidencial. “Cuando saludo a presidentes, primeros ministros, dictadores, reyes, reina… No me veo [con mascarilla], simplemente no me veo”, dijo en abril cuando el Centro de Control y Prevención de Enfermedades empezó a recomendar su uso para ralentizar la propagación del virus. “Sólo es una cuestión de vanidad”, replicó Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes después de que Trump se negara a ponérsela durante una visita a una fábrica de Honeywell que ahora las fabrica. “Como presidente de Estados Unidos, debería tener la confianza para cumplir la guía que él mismo ha dado al país”.
Pence también suscitó polémica la semana pasada al negarse a llevar cubrebocas durante una visita a la prestigiosa Clínica Mayo, en la que su uso es obligatorio y así se le hizo saber. El vicepresidente admitió después que se equivocó y días después corrigió su conducta. La semana pasada utilizó mascarilla durante su visita a una fábrica de respiradores en su estado natal, Indiana. Trump se sigue resistiendo. A un ritmo de 2.000 muertes diarias desde hace un mes, la Covid-19 se ha cobrado al menos 76.000 vidas en Estados Unidos, donde más de 1.200.000 personas se han contagiado. Más de 20 millones de trabajadores perdieron su empleo en abril, lo que ha disparado el paro hasta el 14,7%, un nivel no visto desde la Gran Depresión.
Beatriz Navarro. La Vanguardia
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