En un artículo reciente de la prestigiosa revista The Atlantic, ampliamente publicado también en otros lugares, la periodista estadounidense Anne Applebaum describió la patética debacle del presidente de Estados Unidos
target=”_blank” href=”https://www.clarin.com/tema/donald-trump.html” alt=”donald-trump” title=”donald-trump” target=”_blank”>Donald Trump, especialmente desde el estallido de la crisis sanitaria mundial por el coronavirus.
Según la periodista, Trump no sólo se ha convertido en blanco de bromas en los videojuegos sino que también la sucesión de pasos falsos que ha dado en su gestión de la crisis sanitaria ha hecho de él un hazmerreír en memes y tiras cómicas.
El 29 de abril, el presidente de Estados Unidos llamó a su homólogo de Nigeria, Muhammadu Buhari, y prometió ayudarlo con algunos respiradores. Al día siguiente, en una tira cómica del periódico nigeriano Leadership, una mascota irreverente preguntaba si Trump también iba a enviar “vacunas Espadol Dettol”, en referencia sarcástica a la afirmación del presidente de que los desinfectantes podrían mitigar el efecto del Coronavirus.
Algo peor que ser hazmerreír le está ocurriendo a Trump y él podría estar alegremente inadvertido. Esa expresión, hazmerreír, estaba reservada al presidente George W. Bush, a quien algunos círculos intelectuales miraban con desdén por su postura y su inclinación a los chistes de mal gusto. Sin embargo, para bien o para mal, Bush se las arregló de modo de mantener al mundo atento a Estados Unidos. Era difícil ignorarlo.
Clientes con barbijos en un mercado de Lagos, en Nigeria, este sábado. /AP
Trump está haciendo que la Casa Blanca de Bush parezca la era dorada de la excepcionalidad estadounidense. África no se ríe de Trump. El continente lo está ignorando.
Parece que hiciera mucho tiempo de cuando su libro Cómo hacerse rico era el manual de los jóvenes aspirantes a millonarios. O cuando su reality show era el favorito de los millenials del continente y los de la diáspora.
Parece que hiciera mucho desde cuando su habilidad empresarial y su esencia disidente eran aclamadas por los disconformes como única manera de jaquear al status quo.
Parece que fuera hace tanto que la condición de subestimado de Trump y su historia como último forastero político se consideraban el nuevo modelo para reclutar una dirigencia transformadora y fueron aclamados como el libro de recetas de cocina para derrocar a los gerontócratas, a los líderes inamovibles de la oposición y los intereses creados del continente.
Una plaza en Langa, cerca de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, este sábado. /AFP
Sin embargo, hoy en día, hasta la promesa de Trump de volver a hacer grande a EE.UU. suena tan extraña y vacía que todas las catástrofes intermedias, desde la ruptura del Acuerdo Climático de París hasta el desmantelamiento del acuerdo nuclear con Irán y sus guerras comerciales con China, son como ecos de un pasado lejano.
Desconcierto y burlas
Pero no lo son. Estas marcas de los años de Trump crearon conmoción y consternación al principio y luego dieron paso rápidamente a la burla y la risa. Parece que ahora algunos países ya no se ríen, como indica en su artículo Applebaum. Están haciendo algo peor: ignorar a Trump y su Estados Unidos.
¿Cómo se trata con el presidente del país más poderoso del mundo que decide que en el momento de mayor necesidad de cooperación y solidaridad global es cuando él debe caminar solo?
¿Cómo se le responde a un presidente que, pese a las múltiples advertencias previas de sus propios expertos acerca de que su país -y tal vez el resto del mundo- podría enfrentarse a una pandemia, decide vivir en la negación y después se limita a encontrar chivos expiatorios?
¿Cómo se maneja uno exactamente a un presidente que no conoce la diferencia entre bicho, germen y microbio y sin embargo no escucha a los que saben? ¿Un presidente que a pesar de estar rodeado de gente que sabe insiste, con cara seria, en que la luz ultravioleta, un poco de sol o tal vez la ingestión de desinfectante, van a hacer que todo vuelva a estar bien?
Desde algunas de las letrinas del mundo, tantas veces mencionadas y despreciadas por Trump, llegan respuestas que deberían avergonzar al presidente de EE.UU., si es que no ha pasado ya por ese punto.
Sudáfrica no busca ayuda de Estados Unidos para combatir el Covid-19 como lo hizo una vez en el apogeo de su lucha contra la propagación del VIH/sida. En ese entonces el presidente de EE.UU. era Bush. Se lo recordará por haber realizado la intervención más importante a través del suministro de medicamentos antirretrovirales por valor de unos 80.000 millones de dólares, que salvó unos 13 millones de vidas, principalmente en África.
Hoy en día, Washington y Pretoria se han distanciado debido a que el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa rechazó la petición de Trump de cerrarle la puerta a la multinacional china Huawei para transmisión de telefonía móvil 5G. Y en la lucha contra el coronavirus, en lugar de acudir a EE.UU., Sudáfrica ha contratado a médicos cubanos al igual que Togo, Cabo Verde y Angola.
Ghana ha sido en gran medida ejemplar en sus tests, rastreo y tratamiento, e incluso ha recurrido a drones para entregar los resultados de las pruebas desde zonas rurales a algunos hospitales en momentos en que las muertes en Estados Unidos crecían, los tests se retrasaban y, no obstante, Trump seguía envuelto en una amarga disputa con China sobre cómo llamar al virus.
Senegal, que tradicionalmente se inclina hacia Francia, ha dado un modesto ejemplo propio, fruto de su experiencia en el manejo del Ébola hace seis años. Ha desarrollado un kit de prueba de un dólar de costo que lleva a cabo su propósito en diez minutos y se ha unido a la carrera mundial en la búsqueda de una vacuna.
Una calle de Antananarivo, la capital de Madagascar, este sábado. Liberia y otros países buscan allí medicamentos contra el coronavirus. /AFP
Y aunque los productos orgánicos de Madagascar para el Covid puedan parecer la versión a base de hierbas del desinfectante de Trump, son una muestra de los tiempos apremiantes con que Nigeria, Tanzania, Guinea-Bissau e incluso Liberia han pedido suministros. El presidente de Nigeria no pudo siquiera esperar los respiradores de Trump antes de ponerse en la fila.
Resulta una paradoja trágica que Liberia se uniera al tren hacia Antananarivo, la capital de Madagascar, en busca de un remedio herbario sospechoso cuando sus lazos históricos con EE.UU. deberían haber hecho de Washington su primer puerto de escala. Esos días han pasado.
Las miradas giran hacia China
Quienes no miran hacia Cuba o Madagascar se orientan hacia el Este y solicitan ayuda china a pesar del reciente aumento del racismo contra los africanos en ese país.
Desde luego, China no es exactamente un ejemplo óptimo en el manejo del coronavirus. Tiene más por contabilizar de lo que está dispuesta a admitir. Pero la incompetencia de Trump ha logrado que el presidente Xi Jinping parezca un mesías. Es así como se ha llamado al equipo de respuesta chino ante el Covid-19 en todo el mundo: mesías.
El vacío creado por la ausencia de los Estados Unidos, agravado por la arrogancia personal de Trump, ha dejado a otros sin más remedio que tomar su destino en manos propias, exactamente lo opuesto a la lección que la historia da sobre cómo el mundo superó algunos de sus mayores problemas en el pasado.
Algunos pueden argumentar que la reacción de muchas partes del mundo, especialmente las críticas implacables a lo que parecen ser los defectos congénitos de Trump, ha sido explotada injustamente por sus oponentes en un año electoral.
Las teorías conspirativas de ambos lados han tenido gran éxito y puede que Trump haya sido duro de roer para un sector de la prensa liberal. En última instancia, sin embargo, él sólo es responsable de su propio destino.
Si en lugar de acudir a sus propios expertos elige confiar en anécdotas, si en lugar de seguir los hechos decide inventar su propia realidad, ¿cómo pueden incluso sus aliados defenderlo o salvarlo, y mucho menos sus enemigos?
Hasta en Nigeria, donde Trump tenía un número considerable de seguidores entre los evangélicos que creían que Barack Obama era el anticristo (principalmente por su postura sobre los derechos de los homosexuales), la mala gestión en cuanto al Covid-19 efectuada por el presidente de Estados Unidos ha dejado hecha trizas su reputación.
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Este podría ser el momento de que el continente africano se redescubra y rescate su caótico sistema de salud. Las voces que piden que China pague una reparación por su negligencia culposa son tan resonantes y firmes como las que piden que el continente mire más allá de EE.UU. para protegerse, salvarse y salvar a sus ciudadanos. Eso es positivo.
Cada vez menos gente se preocupa por lo que EE.UU. haga de sí mismo en noviembre, si va a ser Azul o Rojo, Joe Biden o Donald Trump otra vez. Trump no es más cuestión de risa.
Por Azu Ishiekwene, The Interview Magazine
Traducción: Román García Azcárate
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