Dos de los éxitos entre las series que pegaron fuerte en cuarentena abordan un camino poco explorado en la ficción: el hombre objeto. “Toy Boy”, serie española en
clave telenovelesca producida por Antena 3 pero potenciada por la distribución latina de Netflix, y “Hollywood”, salida de la cabeza de Ryan Murphy (“Glee” y “American Horror Story”), son hits de un #metoo masculino.
Hacerse un nombre. En “Toy Boy”, el protagonista es un stripper que va preso, acusado de matar al esposo de su amante, trama que recuerda al clásico del 80 “Gigoló” con Richard Gere, en la que Paul Schrader, guionista de “Taxi Driver” entre otras, retoma la idea de un individuo atormentado y solitario en busca de una vida mejor. El protagonista de “Toy Boy”, Hugo Beltrán (Jesús Mosquera), sale de la cárcel decidido a limpiar su nombre y volver a aceitar sus abdominales, porque como confiesa a su abogada Triana (María Pedraza), no sabe hacer otra cosa.
El Jack Costello (David Packard Corenswet) de “Hollywood”, más que limpiar su nombre sueña con tener uno. Pero descubrirá que para hacerse un lugar en la meca del cine de la posguerra, primero deberá ensuciarse un poco. Ex soldado sin experiencia actoral, tiene a su favor que es buen mozo, y no mucho más, como él mismo reconoce a su esposa (spoiler: que está embarazada de otro para acentuar el golpe a su ego).
Aunque en escenarios y épocas distintas, los dos personajes comparten perfiles. Lejos del macho mujeriego, se muestran vulnerables. Los quieren por su look pero ellos buscan amor y aceptación social.
En “Toy Boy”, Hugo, como el stripper encarnado por Channing Tatum en “Magic Mike” (la película de Steven Soderbergh que en 2012 planteó un “Flashdance” a la inversa), sale de la cárcel “reformado” y alineado con la mirada mojigata que se repite en las películas y series del género con protagonistas femeninas: vivir del cuerpo está mal. Claro que después recaerá, porque verlo sacarse la ropa arriba del escenario de Infierno (el club nocturno de Málaga donde trabaja), es lo que ellas quieren, y lo más interesante de este policial chato donde la cosificación está permitida.
Otros cánones. En “Hollywood”, a la inversa, Jack trabaja de día. Una gasolinera vip que es la fachada para la prostitución de los playeros, que se suben a los autos de sus clientes que piden ser llevado al “Paraíso”. Jack y Archie (el ladero gay y de color que sueña con ser guionista en una industria que discrimina por raza y sexo), unirán fuerzas para complacer a la clientela, llenarse los bolsillos, y de paso abrirse camino con película en común. Proyecto que se convertirá en bandera de una lucha por derribar prejuicios con mirada actual pero bien lejana de los sucesos históricos: (otro spoiler!) Rock Hudson, pareja de Archie, saldrá del closet y denunciará al productor y representante (un Harvey Weinstein homosexual encarnado por el ex “Big Bang Theory”, Jim Parsons).
Esta versión libre del galán de “Gigante” (1956), como el ficticio Jack Costello, se inspiran acertadamente sin embargo en Marlon Brando y James Dean, los “young mavericks” (“jóvenes potros” podría ser la traducción) del Hollywood posguerra, que entonces como ahora, encarnaban un nuevo tipo de masculinidad, donde los machos alpha daban paso a los “emocionalmente vulnerables”: Jack pide insistentemente disculpas al llorar en el rodaje de la escena final del film, algo repudiado por los cánones de la época.
Una remirada que reconecta con el pasado, y visibiliza lo que así expuesto parece obvio: el acoso sexual –aquí con la lupa en el entretenimiento– no discrimina por género. Aunque claramente es mucho más frecuente entre las mujeres.
Historias repetidas. De la soldadora que trabaja de noche en un stripclub en “Flashdance” (que se enamora de su jefe buen mozo y millonario que la “rescata” como Richard Gere a Julia Roberts en “Mujer Bonita”) a “Striptease”, con Demi Moore sacándose la ropa porque necesita el dinero para no perder la tenencia de su hija, hay pocas diferencias en cuanto a la trama, más allá de los 13 años entre una y otra. Se acrecienta el drama, claro, porque la versión de los ochenta, aunque notable en lo estético, es ridículamente naif. Pero comúnmente el género, que tiene 10 veces más ejemplos con protagonistas femeninas que varones, no carece de simplicidad y bastante pacatería.
Quizás porque no es fácil salir del mito purificador en torno a la prostitución, y porque siempre es más fácil ajustarse a lo políticamente incorrecto.
Además, como en “Hollywood”, el sexo sucede en ambiente glamoroso, lo mismo que en “El negocio”, serie brasileña de HBO que monta situaciones sexuales surrealistas: un grupo de escorts maneja un negocio multimillonario rodeadas de gente hermosa y lujos inimaginables, donde prima la mirada feminista de la mujer empresaria que es libre de elegir, aunque sufre al mismo tiempo el prejuicio social. Y lo mismo sucede en la también brasileña “Bruna”, que repite glamour y el supuesto de la elección de la mujer, para permitirse funcionar como series con tramas que no repitan sistémicamente el maltrato.
Pocos se atreven a una mirada más profunda: Soderbergh en “Girlfriend Experience” (serie para la cadena Starz) y “Magic Mike”, que de todos modos se anota un par de clichés. Solo “Hung”, sobre un maestro de escuela que monetiza su “dote” como gigoló (de allí el nombre de la serie de HBO, aun disponible) ofrece una versión descarnada en un género que justifica la carne con argumentos finalmente románticos.