Dato meteorológico: nació durante una primavera europea, un día de sol. Lo supo porque años después su madre le contó que un cálido rayo atravesaba el ventanal del hospital de Nápoles donde
parió el 26 de mayo de 1948. El invierno más cruento había pasado y no era una cuestión de clima: la familia de Nadia Zyncenko, oriunda de Kiev, había vivido esquivando cadáveres y bombas. La rutina era despertar entre cuerpos muertos y constatar si el propio cuerpo se movía.
Entendió la dimensión del real aislamiento cuando regresó a Europa hace 40 años y su madre le mostró el refugio habitual ante los bombardeos, un búnker frente al Báltico mientras era prisionera del enemigo: agujeros profundos en la tierra.
La muerte estaba por todos lados, pero en la Argentina era distinto. A María, la madre de Nadia le prometieron paz, trabajo y un cielo despejado. Llegó desde el Puerto de Génova con su hija, de apenas poco más de un mes, en brazos. Un mes también había demorado el barco. Tormentas y aguas revueltas hasta amarrar en la tierra prometida.
Los Zyncenko. Nadia, madre, padre y dos hermanos.
-Soy un milagro. Mi abuelo materno tuvo que defender a la Patria durante la Primera Guerra Mundial, se presentó como voluntario y desapareció. La abuela quedó sola con dos hijas en Ucrania. A mamá la agarró la Segunda Guerra Mundial, a sus 14 años llegaron los alemanes y la llevaron a la fuerza a trabajar fabricando bombas. Mi padre vivió la hambruna de Stalin, sufrió la muerte de una hermanita por hambre delante de sus ojos, se fue de polizón en un tren a Moscú y apareció desvanecido en un vagón. Luego cayó prisionero de los alemanes.
-¿Cómo se conocieron tus padres?
-En el Vaticano. Cada uno llegó por su cuenta. Allí les daban vales de comida. “Si vas para Chile, amigo viajero”, decía una canción que llegó a oídos de mi padre y él pensó que Chile era buen lugar para emigrar, pero en Chile no había cupo y descubrió que podía venir para la Argentina. Se lo propuso a mi madre. Finalmente, mamá se embarcó un año antes.
-¿Y cómo se reencontraron acá?
-Ella, bellísima, tenía un montón de pretendientes. Le decían: “Tu marido no va a venir”. Mantenían correspondencia. Al principio se instaló en el Hotel de los Inmigrantes, salió a buscar trabajo y lo consiguió en un petit hotel de la calle Pampa, conmigo a cuestas. En Roma habían vivido del contrabando de tabaco, cuando papá llegó se instalaron en Villa Diamante. ¡Salí de Villa Diamante y no creo que los límites! Si después de todo eso pude sentarme a cenar con el director del Servicio Meteorológico de Nueva York, creo que no se puede lo que no se quiere con el alma.
La primera meteoróloga famosa, Nadia Zyncenko.
Habla con la musicalidad de quien creció en la Buenos Aires del lunfardo, pero puertas adentro solo escuchaba ucraniano. Maneja a la perfección la lengua natal, el francés, el inglés y el ruso, y entiende italiano y alemán. Viajó a París “no menos de diez veces” y caminó Ginebra “como quien camina con los ojos cerrados Buenos Aires”. Durante sus primeros años de meteoróloga televisiva, los espectadores la atosigaban por la calle con preguntas sobre signos zodiacales. La respuesta amable era recurrente: “No soy astróloga, soy me-te-o-ró-lo-ga”.
Desde Villa Diamante, los Zyncenko se mudaron a Pilar, donde Nadia creció jugando al fútbol y a las bolitas.Era Don Vladimiro, su padre, quien miraba diariamente el cielo para entender el clima y saber cuándo sembrar. Una beca otorgada por el Servicio Meteorológico Nacional llevó a la sobresaliente Nadia a estudiar en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Si la beca hubiera sido de astronomía, me hubiera anotado igual”, admite.
Desde 1969 hasta 1976 trabajó en la oficina de elaboración de pronósticos. Hasta que llegó una suplencia en Canal 7. La pantalla ofrecía un dinero extra que ella necesitaba. “Contaba monedas después de pagar el alquiler”, confiesa. El concepto del meteorólogo al aire no estaba desarrollado en los canales, por lo que Nadia gastó el dedo índice en discar a las emisoras y ofrecerse. Ganó por cansancio. “Los agoté y en Canal 11 llamaron a un casting. Quedé”. El final del cuento: fueron casi 40 años de advertir a los argentinos cuándo salir con paraguas y cuándo dejarlo en casa.
Jubilada. Nadia fue despedida de la TV Pública en 2018.
Adora la lluvia. No por nostalgia y sí por la idea de “limpieza y fertilidad”. Jubilada, madre y esposa, respeta la cuarentena sin chistar. Pasó los 100 días de aislamiento. Nunca pudo superar un sonido: escucha sirenas de ambulancia y se estremece, como si respondiera a un miedo viejo, como si los antepasados le hubieran transmitido esa señal de alarma.
-¿Creés en la memoria ancestral del cuerpo, en la tristeza que se arrastra como herencia?
-Estoy segura de que existe. Se transmite en los genes. Siento que fui generada por dos tipos en plena angustia. ¿Qué puede salir de eso? ¿Qué pueden engendrar dos personas así? Yo soy feliz, siento que la vida es bella, pero si me conecto con ese pasado, me angustio. El día que fui a Kiev a conocer a mi abuelita, en un viaje junto a mi madre, la vi dobladita, y ese día sentí la soledad en la que me había criado, sin primos, abuelos, tíos. Y sentí que yo no tenía derecho alguno a estar triste.
-¿Por qué?
-¿Cómo iba yo a llorar porque un novio no me había funcionado después de todo lo que habían sufrido ellos?
Nadia Zyncenko y su madre.
-¿Cómo es esa historia de que llevás el nombre de una novia de tu padre?
-Él había tenido un gran amor con el que perdió contacto. Los amores imposibles son así. Le contó a mamá de ese dolor de lo que no pudo ser, ella lo contuvo y cuando nací mamá dijo: “En honor a ese amor tan grande se llamará Nadia, para que nunca quede en el olvido”. El nivel de comprensión que tenían era maravilloso. Cuando mi padre falleció, mamá fue a buscar a esa tal Nadia a su pueblo para contarle que él falleció amándola.
-Te echaron de la Televisión Pública en 2018. ¿Sentís que quedó claro el tema?
-Yo no me fui mal. Me fueron mal. En mi historia laboral nunca di lugar a un comentario negativo. Y dijeron que yo ganaba un dinero que no ganaba. Publicaron un dato sin chequearlo. Me fui sin preaviso, sin indemnización, tuve que iniciar el trámite de jubilación. Toda mi vida me guardé mi posición política, solo la hablo con mi marido. Nunca molesté a nadie. Pero ahora estoy en paz.
-¿Extrañás el trabajo? ¿Podrías volver a la televisión ya jubilada?
-Lo que extraño del trabajo es la gente. A los compañeros, a las buenas personas. La gente que tiene horarios difíciles laborales se une más y extraño esa unión. Pero haber dejado de trabajar me permite volver a la lectura. Estoy leyendo por segunda vez a John Steinbeck, The Grapes of Wrath. Releer a Paul Auster, a Siri Hustvedt. Volvería a la pantalla si fuera un trabajo que no requiriera tanto esfuerzo.
Estudiosa del clima y de varias otras materias.
-¿Qué opinás de los meteorólogos de hoy en los canales? ¿Cómo ves a José Bianco, por ejemplo, en medio de huracanes?
-Los chicos de hoy son geniales y no entraron por la ventana. Bianco es un genio. Él y la empresa. Hablé con él. Meterse en un huracán yo no lo hubiera hecho, él se arriesga mucho, pero me parece bien que haga lo que sienta.
-¿Seguís ligada al clima, estudiando, informándote o cortaste ese vínculo?
-Sigo recibiendo información de la Organización Meteorológica Nacional, sigo el cambio climático, el tema de los océanos, la evolución del clima en la Argentina. Nunca me pude desconectar. La meteorología es como una enfermedad.
-Imagino que podés prever tus salidas, que el granizo, por ejemplo, nunca atacó a tu auto…
-¡No! ¡Nos agarró el granizo que rompía autos en 2007!
-En casa de herrero…
-Yo trabajaba en Relaciones Públicas del Servicio Meteorológico y veía el radar, venía muy rápido el granizo. Salí antes, tomé un taxi al canal, le avisé al taxista que protegiera su auto, pero no le avisé a mi marido. Nos destrozó el auto. Además, hay que saber que el meteorólogo no es un Dios.
-Trabajan con nivel de posibilidades. Se los critica mucho por el error…
-¡Es igual que un diagnóstico médico! A mi madre, por ejemplo, le diagnosticaron cáncer de hígado en dos centros distintos. Me dijeron que iba a morir en tres meses. Solo eran quistes. ¿Cuántas veces te han dicho esperemos la evolución 48 horas? El meteorólogo no tiene esa posibilidad. Todos los días te jugás tu prestigio.
-¿Cómo sería tu cielo ideal, Nadia?
-Claro, con poquitas nubes. Las nubes te quitan la luminosidad.
Despedida de Canal 7 y hoy jubilada.
Una historia de adopción
Nadia conoció el “amor real” hace menos de 30 años, en Canal 7. Ella trabajaba presentando las noticias meteorológicas y él, Gabriel, era director. “No fue un flechazo”, advierte. “Fue una relación paulatina”.
En 1997, un martes 13, después de varios años de convivencia, decidieron casarse “como quien va a tomar un café”. Hoy la unión es más fuerte que aquel día. “La clave es coincidir en el nivel sociocultural. Lo admiro, me gusta escucharlo. Yo tuve varios novios, pero mi cabeza se daba contra la pared. Descubría cosas y se me derrumbaba todo. Mi formación cultural no admitía la mentira”.
Nadia, la que habla media docena de idiomas.
Para 2000, el tema de la adopción empezó a convertirse en una charla habitual de pareja. Las conversaciones, las dudas, los planteos mutuos, duraron cinco años. “¿Podremos?”, era la gran pregunta. Un día se animaron a inscribirse como adoptantes. Cinco años de incertidumbre y de un escenario desolador. “Fuimos muy maltratados”, admite. “Pensamos ‘esto no es para nosotros’. Hasta que de repente nos llamaron. Una vez que entrás a esos lugares, comprendés que el infierno está en la Tierra”.
-¿Por qué?
-Porque a muchos de esos chicos no los quiere nadie de la familia, ni un vecino. Las instituciones hacen todo para que alguno de la familia los adopte, pero no hay caso. A veces, justamente, de donde tiene que salir ese niño es de su familia para poder integrar una. Apenas entrábamos a esos hogares, se prendían al pantalón de mi marido. “¿Y a mí? ¿Por qué no me llevás?”, te decían. Erica tenía 12 años entonces. Hoy tiene 24 y vive con su novio. Sabe que nos tiene como padres para toda la vida.
Nadia, la meteoróloga
-¿Desde el comienzo te sentiste su mamá, o fue un proceso?
-Para mí ya habían sido 10 años de elaboración. Ya era mi hija. Pero ella traía una historia muy difícil que la hacía decir “mamá” a cualquiera que le brindara proximidad. La ley debería apuntar más a lo humano. No imaginás por lo que pasamos. Han venido a medir hasta los centímetros de la casa. Nos han ofendido como quisieron. Es complejo. Hoy con mi marido vemos la serie Anne with an E y lloramos por lo que sufren esos niños. En el colegio, grupos de padres nos han dicho “ella o nuestros hijos”, usaban el término “villero”.
-Hay corrección en la teoría, ¿pero no hay todavía una conciencia social real?
-No. Si supieras la cantidad de amigos que me han dicho “mejor adopten un gatito o un perrito”. ¡Estamos hablando de seres humanos! Es cierto que a veces los niños vienen de una cultura violenta, pero justamente la idea es integrar las culturas.
-Lo decís porque con tu árbol genealógico hiciste un master en integración de culturas…
-¿No vale la pena dar una mano a una criatura? ¿Qué problema hay en bancarse el amor? Es cierto: no vas a poder dormir, el orden de tu vida va a desaparecer, al principio todo va a ser difícil, pero vas a ir viendo cómo esa personita aprende a vivir en paz, en una casa, a vivir en el respeto. Vos cuando estás triste, ¿no vas a refugiarte a tu mamá? ¿Sabés lo que es no tener a dónde ir? Erica siempre tendrá a dónde regresar.
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