Venezuela endureció el confinamiento en Caracas por el fuerte avance del coronavirus

Un endurecimiento del confinamiento en Caracas y el vecino estado de Miranda entró en vigencia este miércoles ante el avance de la pandemia de

target=”_blank” href=”https://www.clarin.com/tema/coronavirus.html” alt=”coronavirus” title=”coronavirus” target=”_blank”>coronavirus. La “radicalización” de la cuarentena que el martes ordenó el presidente socialista Nicolás Maduro​ obliga al cierre de negocios salvo supermercados, farmacias y otros comercios considerados “esenciales”. Pese a la medida, numerosas personas circulaban desde temprano en distintas zonas de la capital de Venezuela.

“Hay mucha gente en la calle (…) Tenemos que llevar comida a nuestra casa”, comentó Francis Moreno, comerciante de la emblemática zona comercial caraqueña de Sabana Grande.

“Los números, de verdad, nos prenden una alarma en Caracas y Miranda”, dijo Maduro el martes al anunciar la decisión.

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Según las cifras oficiales, cuestionadas por la oposición y organizaciones como Human Rights Watch por considerarlas “poco creíbles”, el país de 30 millones de habitantes registra por la pandemia 10.010 contagios y 96 muertes. De los casos confirmados, 1.079 corresponden al Distrito Capital, y 889 a Miranda.

Un esquema de confinamiento que Maduro llama “7+7” está vigente desde junio, que alterna siete días de “cuarentena radical” con siete de “flexibilización” que permiten actividades de sectores económicos distintos a alimentación, salud o seguridad.

La decisión del mandatario excluye a Caracas del período de flexibilización que, según había confirmado él mismo el sábado, correspondía esta semana.

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Sin embargo, “la gente sale, esté o no radicalizada la cuarentena”, contó Francisco Rojas en la pudiente zona de Chacao, aunque aclara que el flujo suele bajar con el paso de las horas: “Ya después del mediodía, esto es un pueblo fantasma”.

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La pandemia encuentra a Venezuela con hiperinflación y seis años de recesión, así como un precario sistema de salud pública. La crisis socioeconómica dificulta el cumplimiento del confinamiento en un país donde ocho de cada diez familias no ganan dinero suficiente para cubrir la canasta alimentaria, según un estudio académico presentado la semana pasada.

El gobierno de Maduro, que reconoce una aceleración de los contagios, extendió el 10 de julio por otro mes el “estado de alarma” que da base legal a la cuarentena declarada el 16 de marzo. Transcurrieron 70 días entre el primer caso y el número 1.000; pero solo cuatro entre el 9.000 y el 10.000.

La semana pasada, el número dos del chavismo, Diosdado Cabello, y el ministro de Petróleo, Tareck El Aissami, cercano colaborador de Maduro, confirmaron haber contraído el virus, así como Omar Prieto, gobernador del petrolero estado de Zulia (oeste, fronterizo con Colombia), que concentra más de un quinto de los casos en Venezuela.

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A la puerta de su casa, tres vecinos charlan como cualquier otro día en el popular barrio caraqueño de Catia. A su alrededor, como si la pandemia fuera ya un mal sueño del pasado, centenares de vendedores se arremolinan. Venezuela cumple este jueves cuatro meses de una cuarentena total quimérica.

“No, ¿cómo me voy quedar en casa? tengo que salir, si no, ¿cómo sobrevivo?”, explica René Solarte, un vendedor informal que, igual que el 60 % de sus compatriotas, debe salir cada día a la calle para buscarse la vida. Incluso aquellos con un empleo e irrisorio salario a fin de mes deben acudir a trabajos complementarios para subsistir.

Eso de la cuarentena a René solo le hace esbozar una sonrisa debajo de un tapabocas artesanal que a duras penas hace poco más de lo que promete su nombre, cubre la mitad de su rostro pero poco garantiza filtrar.

En este inmenso sector de tradición comercial y aire popular a la entrada de Caracas, donde las zonas bajas tienen un aspecto más controlable y el resto se encarama en la montaña como si quisiera huir de sí misma, la vida no se ha congelado.

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Eso sí, la Policía patrulla y trata de poner orden y control. Por eso, René deja de mostrar su mercancía (ajos, jengibre y el dulce papelón). Vienen los agentes de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) y hay una desbandada. Si les quitan los productos que han comprado por la mañana no tendrán nada que llevarse a la boca.

En Caracas, como en buena parte de América Latina, se gana el pan cada día. La diferencia es que los siete años de desastre económico han convertido los salarios de la mayoría en una cifra meramente decorativa que se debe complementar para poder llegar a fin de mes. O de semana.

Por eso, René, un emigrante retornado hace años a su país que recuerda con especial afecto las Islas Canarias, sale cada día a las 4 de la mañana al mercado mayorista, compra lo que debe vender ese día y subsiste con los cerca de diez dólares que gana en promedio por jornada. No hay alternativa.

Otros lo tienen aún más difícil, pues son muchos los que venden “fruta y otras cosas que si no sacan al momento, mañana se descomponen”. Eso explica las carreras hasta la puerta más cercana en la que un vecino ajeno a la conversación permite a los trabajadores ocultarse de la Policía, que parece que no dará respiro.

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La situación es análoga a la que se vive en el otro extremo de la capital venezolana, Petare, donde se consideran con orgullo la mayor favela de Venezuela. En ella, la gente también vive día a día. Entre ambas, queda un sector intermedio que abarca desde la golpeada clase media hasta las pequeñas burbujas en las que acudir a una oficina es paisaje habitual.

Es el caso del céntrico bulevar de Sabana Grande, antiguo sueño para los pequeños y medianos comerciantes, en el que aquellos con un sueldo estable a fin de mes pasean entre las tiendas que un día fueron estilosos cafés de estilo europeo.

Hoy son heladerías, tiendas de electrodomésticos o de ropa por las que pasear y donde tomar el aire en un pequeño respiro de 72 horas de cuarentena dictado por el Gobierno. El tránsito es mucho menor al de un día anterior a que la pandemia lo cambiara todo.

Por el bulevar camina Juana Llanes, una enfermera que tras cuatro meses de duro trabajo, comienza a disfrutar de sus vacaciones. Ella sí puede esperar en casa con la solidez de un salario no boyante, pero constante a fin de mes.

“Hoy salimos y eso porque fue al médico, (estamos) encerradas, no hacemos visitas, salimos a comprar nada más. Estoy de vacaciones en mi trabajo y estoy aprovechando para no salir porque es difícil”, explica Juana, que ha aprovechado el camino al médico junto a su sobrina para disfrutar de un rato bajo el sol.

Aquí, comienzan a verse tapabocas más apropiados y se asoma algún que otro guante de látex.

Fuente: AFP y EFE

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