Vivía frente a un cementerio. Algunas tardes visitaba tumbas, leía cada lápida y llevaba florcitas a difuntos ajenos. Entre los muertos Susana Romero encontraba paz. El infierno estaba del otro lado.
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-“Hija te vas a quedar en la casa de tus tíos hasta que yo vuelva”, decía mamá. Era una sensación extraña. Mi estómago se retorcía y mi cuerpito se ponía tenso al sentir que ese hombre mayor, mi tío, me tomaba por la cintura y me levantaba con sus brazos inmundos. Él deslizaba sobre su cuerpo todo mi cuerpo, una y otra vez. Pasó muchas veces. Yo no entendía, tenía seis años, no podía reaccionar. Quería desaparecer, morirme.
Susana Romero tiene 62 años y todavía tiembla cuando cuenta aquellos abusos que ocurrieron hace 56. En el imaginario quedó instalada como la morocha arrolladora del sketch de Rogelio Roldán en No toca botón. O como la chica magnética de los cigarrillos Jockey que seducía con música de Raúl Porchetto. Pocos sabían que la musa de los ochenta era la fragilidad caminando, una llaga disfrazada.
Susana Romero en su infancia.
Para la época del “destape”, “La Negra” estornudaba y el resfrío era tapa. Sonreía y a sus pies se rendía un país, pero ningún reinado podía sanar eso que seguía lastimando. Había logrado destruir un canon hegemónico cuando “a las mujeres de la televisión les llenaban la cabeza de agua oxigenada”. Su orgullo era “representar lo autóctono”, “la india que rompió con un modelo”. La procesión continuaba por dentro.
Aún recuerda cómo su madre, Diva, intentaba “aclarar” su piel, lavarla “bajo la ducha con cepillo de cerda como si de esa manera algo se aclarara”. La mujer decía que “ninguno de la familia tenía esa tez, que no entendía a quién había salido”. Para 1973, Susana fue Miss Argentina coronada en el Sheraton ante cientos de aspirantes rubias. De aquella noche que se abrió “el portón del mundo” rescata un premio que nadie registró: su mamá le dio por primera vez un beso y un abrazo.
Susana Romero Miss Argentina.
“En mi vida siempre estuvo latente la carencia del amor. Mis padres llegaron desde Córdoba y se instalaron en la parte pobre de San Isidro. Papá era capataz de una fábrica textil en Béccar. Demostraban el amor como podían, papá, Nicolás, juntaba los retazos que sobraban de las telas para que mamá me cosiera vestiditos. No había abrazos, ese era un gran acto de amor sin palabras, aunque yo saliera vestida como un payaso de colores”.
A los 14 años, con la herida como secreto, Susana tuvo que dejar el colegio. Le prometió a sus padres “sacarlos adelante”. Se empleó en una boutique. Le juraron que sería vendedora, pero terminó llorando, limpiando la vidriera. Faltaban unos meses para ser Miss Argentina, abandonar el lampazo e intentar suerte como Miss Universo.
“En medio del caos de la vuelta de Perón, me tocó viajar a Nueva York con mi valijita de ropa de la casa Etam y los vestidos de Héctor Vidal Rivas”, se emociona. “El destino final era Grecia. Yo, que veía en las fotos de los libros del colegio la Acrópolis de Atenas, viví el sueño de ensayar diez noches allí, con 50 grados”.
Susana Romero, la actriz que brilló en los ’80 (Archivo Clarín)
Con un sexto puesto en el certamen de Miss Universo, llegaron las ofertas laborales en Francia y Nueva York. Pudo mudar a su familia un departamento “con teléfono fijo” en La Lucila. El horizonte era enorme, su encanto era el pasaporte, pero en el fondo Susana no sentía seguridad. “Nunca me hice cargo de mi belleza. Nunca me di cuenta de nada”. No quiero ponerme en víctima, pero pude haber estado más arriba: mi autoestima baja no me dejó. Tengo el síndrome del poco quererse. O en realidad me quiero, pero no creo en mí”.
-¿Tus padres no se daban cuenta de los abusos?
-Hoy recapitulo y digo: ¡No puede ser que no se hayan dado cuenta! Se deben haber dado cuenta. Yo me voy a morir y siempre habrá cosas inconclusas. Por eso digo que la televisión, el teatro, eran una fiesta para mí. Disfruté mucho trabajando. La tele me dio lo que no tuve, cariños, amigos. Y después, ya madre, el teatro era mi descanso de tantas horas de locura de la maternidad.
Susana Romero en tapa de Revista Gente.
-¿No sentías que en ese momento televisivo te ponías en un lugar de “objeto”?
-Si una como artista decide mostrar su cuerpo, ¿por qué no va a estar bien? ¿En qué siglo la mujer no fue objeto? Yo hice la publicidad de Virginia Slims, mujer fumando, un símbolo de la liberación (“has recorrido un largo camino, muchacha”). Y fijate de lo adelantado del sketch de Rogelio que la que acosaba era yo. Siempre voy a defender a la mujer. Siempre estuve a la defensiva en un mundo de hombres. Me hacía respetar.
-El medio descartó a muchas chicas de los ’80… No quedó claro si el medio te dejó o vos decidiste dejarlo.
-El medio siempre te descarta. A mí no pudo tan fácil porque marqué una época. Un poco me alejé yo y un poco me alejaron los productores. Yo no quería sufrir disputas ni tener que tocar puertas a cierta edad. Pasás los 40 y el medio te olvida. Y es lógico. Hay gente que no se puede despegar de la tele y enloquece si no la llaman. Yo no sufrí porque yo no elegí estar en el medio, fue el destino.
Romero y Salomón en “La galería del terror” con Porcel y Olmedo. / Archivo Clarín
-¿Qué lugar creés que le das al pasado?
-A veces me aferro en el sentido de pensar: ¿Por qué no habré aceptado esto o lo otro? Pero por otro lado solté ese pasado laboral, porque a mí lo mejor que me pasó fueron mis hijas. Lo otro lo guardo como un lindo recuerdo. Y aquí estoy, ahora, entendiendo que para mí ya pasó todo lo mejor, mis hijas hicieron su vida, tienen 28 años. Mi dolor a veces reaparece, y es porque con los años tengo mayor sensibilidad.
-¿La psicología no te ayudó?
-Nunca me llevé bien con los psicólogos, tuve tres experiencias y sentí que no me ayudaron. Yo siento que hay cosas que no tienen explicación todavía para mí. A medida que fui creciendo me fueron pasando cosas a nivel extrasensorial. Me refugié en la fe. Sé que hay chicos que sufrieron más, pero cuando uno sufre mucho de niño, las angustias quedan como marca. Por eso defiendo tanto a las mujeres. No odio al sexo opuesto. Al contrario, de joven buscaba al príncipe azul perfecto, que me rescatara, y era al revés.
–¿Cómo?
-Me pedían a mí que los rescatara. Siempre me hice cargo de todo. Desde que me puse lo pantalones para sacar adelante a mis padres hasta hacer un esfuerzo tremendo por formar una familia. El padre de mis hijas no supo ser papá, aprendió cuando las nenas eran grandes. Los primeros cinco años me dediqué a ellas sin parar. No me quejo, fue hermoso porque yo no había tenido infancia y no sabía lo que era la adolescencia y con ellas aprendí a jugar. Te voy a confesar que nunca tuve una relación buena con un hombre.
-¿Nunca?
-Ni desde el sexo, ni desde el cariño. Y cuando era famosa menos, porque se te acercaban por ser fulana y nadie se interesaba por quién eras como persona. Y ahora ya no me interesa. Ya está, tiré la toalla. No sueño con eso. Siento que fui una mujer que toda la vida tuvo que poner el esfuerzo. El otro siempre estuvo antes que yo.
Susana Romero en la publicidad de Virginia Slims
Susana atravesó dos cirugías cardíacas. “Tengo cinco stents en las coronarias y cinco en las arterias de las piernas”. El dolor viejo, cree, no fue gratuito. “Un abuso puede destruirte para siempre. En esa familia hasta mi primo hizo cosas imperdonables. ¿Quién me iba a creer si yo misma no sabía lo que pasaba? El desconcierto del principio se convirtió en odio y repulsión”.
En el libro que publicó en 2008, El amor después de la pena, habla de “esas noches de fama, cigarrillo, alcohol, gente vacía”, de “mujeres y hombres famosos que caían en picada”. Tiempos de reuniones en Fechoría, de sentirse distinta. Y de la muerte de Alberto Olmedo, que “estaba enamorado” de ella, “pero no fue correspondido”.
Lamenta no haber pedido un “souvenir fotográfico” de momentos históricos. Como cuando conoció a Salvador Dalí, en Francia. Vivía en París en 1980 y la agencia de modelos en la que trabajaba le pidió reunirse con el pintor para ser su musa en una obra. La dulce Susana fue al hotel Ritz y vio entonces al señor del famoso bigote y a su esposa, Gala.
Susana Romero en la tapa de Playboy.
“‘Estoy buscando una mujer guapa para hacer un desnudo de espaldas pero debe tener buenas caderas’, me dijo Dalí frente a su pareja. Menudita, me puse de espaldas. ‘Pero qué pena, niña. No podrá ser. Necesito un culo muy grande'”.
Militante por los derechos de los animales, vegana, madre de Nicole y Calanit (de su matrimonio con Abel Jacubovich), esta otra “Su” habló públicamente hace unos años de sus “conexiones con otro nivel de conciencia, con la Virgen María, con Jesús” y sintió que ante esas confesiones “destrozaron” su imagen pública, la que empezó a construir en 1971 en Alta tensión, su primer trabajo, ciclo conducido por Fernando Bravo en el que ella bailaba.
“Mi vida fue una gran telenovela. Pasé muchas oscuridades para llegar a la luz. Cuando el padre de mis hijas me hizo un jucio por la tenencia, entre en depresión. Una noche aceleré el auto como nunca… Ya no quería más. Pero imaginé la carita de mis hijas y quité el pie del acelerador. Llegué a casa, caí al piso llorando, le pedí una respuesta al cielo y la tuve en el jardín de mi casa. Era un Jueves Santo”.
Susana Romero hoy.
Hoy extraña a su amiga Beatriz Salomón y pasa sus días editando audiolibros, un trabajo que “mantiene la mente distraída de la soledad”. No usa la palabra “futuro”: “Ya no tengo ilusiones. Siento que ya fue. Lo único que me importa en este momento es la felicidad de mis hijas, mi único motor. Mi vida ya está hecha. Vivo el ahora. No tengo un objetivo en la vida más que tratar de ser mejor persona”.
Las chicas Olmedo
Mz
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