Si la soledad y la nostalgia tuvieran una voz, sería la de Nora Perlé. Una foto de sus cuerdas, del sentimiento que provoca su tono a la hora del
síndrome Sunday, del vacío existencial dominical.
Lo suyo es una forma de acompañamiento terapéutico a distancia. Una maestría en primeros auxilios emocionales, una clínica virtual para solitarios a la hora en que la tristeza alcanza un estado hondo de saudade. “Te llamo porque me siento tan sola”, “Si supieras cómo se siente no tener a nadie”, clavan el puñal los oyentes de Mitre el sábado y domingo por la noche. Y ella no solo los nombra al aire y les da entidad, aliento y un track de sus Long Plays: anota sus teléfonos para contactarlos más tarde desde su casa, les entrega su voz como un parche.
Los 100 años de la radiofonía encontraron a Madame Radio en silencio, muros adentro del Sanatorio Anchorena. El coronavirus le demandó 10 días de internación, una donación de plasma y una ausencia del dial que los fines de semana de 21.30 a 1 se sentía como un agujero auditivo. Su público llamaba desesperado al conmutador de Mitre, llorando, pidiendo pistas, enviando rezos. Hasta que Perlé empuñó el micrófono desde su living para decir con tono de almíbar las tres palabras que funcionan como un jarabe desde hace 19 años, Canciones son amores.
Radio desde casa. Nora Perlé cumple 19 años con “Cancioens son amores”. (Foto: Luciano Thieberger).
“Yo que soy tan activa y movediza todavía tengo cierta debilidad, estoy abúlica”, admite la dama recordada por Miss Ylang y su música. “Estuve bastante comprometida, el cansancio era tremendo, fue una neumonía brava. Con el plasma la recuperación fue fantástica. Mi mayor preocupación no era mi salud, porque estuve bien protegida: era mi marido Ismael, angustiado, con quien no podíamos mantener contacto”.
En esos días reconfirmó lo que intuía en 60 años de locución: que su audiencia “es familia”. Cuenta que hasta el director del sanatorio le admitió que tenía como rito escucharla. Hubo llamados de preocupación hasta de orejas exiliadas en Washington y París, mientras Andrea Estevez Mirson, quien co-conduce el ciclo, aplacaba al Fandom perlístico. “Volver a hacer radio me sanó el alma”.
-Desde la experiencia de haber padecido el coronavirus, ¿se puede aconsejar algo, se aprende algo?
-Estuve 160 días aislada en una casa, y mi marido 160 aislado en otra. No salía a comprar, me traían las cosas, las dejaban en la puerta de mi departamento, yo abría con bolsas en las manos, echaba lavandina y alcohol, volvía a lavar con lavandina y alcohol. Es lo más raro del mundo lo que me ha pasado. Los propios médicos me dijeron “es un caso curioso”. ¿Qué puedo aconsejar? Cuidé al extremo la limpieza. He sido detallista y me enfermé igual. Fue un gran interrogante. De todos modos me sigo cuidando y pido que todos lo hagan.
Nora Perlé en 1981, en el programa “Tiempo y tango”, por Splendid. (Foto: ARchivo Clarin).
Para Lidia Nora Zisman -como figura en su DNI- la radio nunca fue “hora-temperatura-humedad”. Ni en tiempos de cuerpo cansado. Las nueve horas de aire por semana en Mitre se suman a una columna en AM Radio de la Ciudad y a otro programa que lleva adelante en La 2×4. Dedica toda la semana a la planificación de “su” aire. Trabaja cada sección. Escucharla implica pasear por el bloque de Música para calmar a las fieras, en el que suenan voces como Brenda Lee, o Cantando se entiende la gente, en el que propone intérpretes que cantan en ruso o árabe.
“Tengo una discoteca que forra las paredes de casa. Unos 2.000 LPs, y una cantidad que no puedo calcular de CDs”, dice mientras suena la música del ladrido de sus dos perros, Homero y Pepe.
-¿Qué disco podrías escuchar hasta el fin de tus días sin cansarte?
–La mer, de Charles Trenet. Amo el francés.
-¿Cuál es el freno, el límite, qué música no podría sonar jamás en tu programa?
-No forma parte el rock más extremo. Porque el programa genera una atmósfera. Hay muchos estudiantes universitarios escuchando porque la música no los distrae, los aplaca. Creo en inducir con la música.
Perlé a fines de los ’70. (Foto: Archivo Clarín).
-¿Cómo describís la sensación de estar a punto de salir al aire? Sesenta años después no debe ser igual…
-Es igual. No te puedo explicar la sensación de nervios. Es como un precalentamiento, una impronta de temblor, y me voy ablandando con los minutos. Y ésa es la medida: cuando se me pase eso, me voy. Eso se llama respeto a la radio.
-¿Qué te acordás de esa primera vez al aire cuando la radio era todavía un medio joven que no llegaba al medio siglo?
-Empecé con suplencias junto a Lionel Godoy en Radio Del Pueblo, hacía tandas, pequeñas cosas y no me emocionaba porque eran radios que se hacían a los gritos y mi modo era otro, cálido. Después me efectivizaron, comencé a trabajar muchísimo en Radio Argentina, que funcionaba en el mismo edificio, y Rivadavia, hasta que me llamó Alejandro Romay para Radio Libertad. Para una mujer abrirse camino era tan difícil como ahora.
-Nada cambió…
-Nada. Porque los hombres tenían y tienen ventaja, nosotras vivimos dando examen de conocimientos, personalidad. Hay mucho mediocre hombre en los medios, en cambio cuando una mujer llega tuvo tantos filtros que ya llegó a la excelencia. A mí me fortaleció el hecho de la conducción temprana. Aunque no debiera ser así, el respeto fue otro cuando empecé a conducir ciclos.
La dama de la radio, en 1980. (Foto: Archivo Clarín)
Si a la egresada del ISER 1959 le hubieran contado la profecía 2020, hubiera pensado que el adivino en cuestión estaba haciendo una parodia de ciencia ficción de una película berreta: los 100 años de la radio llegarían con una pandemia, mascarillas, falta de aire, aire radial domiciliario, acrílico en las emisoras, abrazo prohibido, desconfianza de la respiración del otro, encuentros pixelados…
Hija de un argentino y una polaca, criada en un conventillo de Boedo, proyecto de bailarina formada en el Conservatorio Nacional de Danza, ex maestra, ex directora de escuela, podría haberse jubilado como docente, o como asistente de odontología, pero no había forma de que cualquier camino la depositara en la radio. A fines de los ’50 -trabajando con el odontólogo y locutor Ricardo Cánepa-, los pacientes le advertían que su dicción, manejo del lenguaje y tono tenían destino de ISER.
Perlé en 1980 (Foto: Archivo Clarín)
A los 82 años, la madre de éxitos como Música a la manera de Harrods o Las siete lunas de Crandall (ciclo en el que reemplazó de Betty Elizalde) se enorgullece de sus otros hitos, los personales: haber criado separada a sus dos hijas y haber apostado al amor cuando parecía que enamorarse en la adultez no era posible. En noviembre cumplirá 40 años de relación con el dramaturgo Ismael Hasse, a quien conoció en un cumpleaños. “Nos pusimos a conversar, nos unió la palabra. Al poco tiempo la dueña de casa me invitó a comer ñoquis. ‘Venite linda’, me dijo. Le aclaré que no quería que me hicieran gancho con nadie, me juró que no, y era mentira: allí estaba él, guapísimo, que le había pedido que nos acercara. Desde entonces no nos separamos. Él me hizo ver la vida con más ternura”.
La vida post-Covid supone una nueva forma de hacer radio para Nora. Y la hace extrañar quién sabe hasta cuándo su refugio de Reta, localidad balnearia del partido de Tres Arroyos, donde su marido compró un terreno que le obsequió para que vieran construir un hogar. Entre pescadores, verde, mar y una albufera (una laguna de agua salada separada del mar) Nora encuentra la paz que después transmite a esos a los que prohíbe llamar “oyentes”.
-¿Cuánto falta para que escribas un libro con tu teoría y tus experiencias sobre el escuchador y el oyente?
-Por ahora escribió un libro sobre mí Daniel Rodolfo Calistro, Señora de radio. No sé si alguna vez yo pueda hacerlo. Pero me interesa que se sepa que un escuchador no es una cosa sentada frente al aparato, es el que oye y procesa y se vuelve una parte activa que viaja con vos. Nunca me voy a cansar de decir que no tengo oyentes, que el que me sigue es mi escuchador. Es como quien mira y ve. Mirar es superficial, mirar e irse. Cuando yo decido verte, miro, proceso y pienso lo que vos me provocás. Y es imposible que esta maravilla que es la radio se termine. Porque con ella viajás, ves cine, volvés al pasado, tenés intimidad. Es tan superficial la vida que se vive que la radio es lo opuesto. Todos necesitamos profundidad.
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