Desde hace cinco semanas, por lo menos, el Círculo Rojo se pregunta cuál es el dólar de pánico en la Argentina. Hasta qué punto la devaluación abrupta del peso podrá evitarse
con un mercado al rojo vivo. Para Alberto Fernández, el termómetro pareció llegar a un punto crítico el jueves después del mediodía. El dólar paralelo subía a 190 pesos y la brecha con el oficial trepaba al 143%. La presión ya no era solo externa. Sus propios colaboradores se acercaban para transmitirle intranquilidad y pedirle acciones urgentes. El Presidente decidió convocar en su despacho de la Casa Rosada a Martín Guzmán para hablar a solas. “Arreglá esto”, le ordenó.
El ministro de Economía pidió tiempo. Hay quienes hablan de un período de entre diez días y dos semanas. Otros dicen que es demasiado si la curva no se detiene. Alberto le respondió a su delfín que ahora todo el tablero de control está bajo su poder. Que sigue confiando en él, pero que no pueden haber más excusas y que el margen de maniobra se achicó. Al otro día de la charla, el dólar dio un nuevo salto. El paralelo cerró la semana a $ 195 y la brecha cambiaria se estiró a 149,5%.
Parte de la discusión en Balcarce 50, acaso tardía, es por qué Guzmán se enfoca casi con exclusividad en la moneda legal y no mira con suficiente atención los movimientos del dólar blue. Simple. El ministro insiste con que no altera los precios y que es un mercado marginal. No lo reconoce. Mira con incredulidad, incluso, la tapa de los diarios. Se ha preguntado por qué se le da tanta trascendencia. “El que importa es el oficial”, machaca cuando habla con empresarios y periodistas en privado e intenta explicar su lógica. Los ejecutivos con los que se viene reuniendo en los últimos días le dieron la espalda. Le sugirieron rever su postura: “El oficial no es el que miran nuestras casas matrices”.
Kristalina Georgieva, la jefa del FMI, con el ministro de Economía Martín Guzmán.
El primer mandatario siente el acoso. A diferencia de Guzmán, padeció los vaivenes históricos de la moneda desde distintos puestos del Estado. Sabe lo que implica. Eso hizo que en las últimas semanas haya intentado dar un giro. Pidió ayuda de modo explícito y tomó distancia de Cristina. Mínima, es cierto. Se verá cuando la espuma baje hasta dónde es producto de la necesidad o de una nueva manera de ejercer el poder.
Como sea, ha vuelto a coquetear con el sistema empresario. El diálogo con ese universo se había enfriado luego de que el 9 de Julio se reunió con el denominado Grupo de los Seis y a los pocos días la vicepresidenta adhirió a la idea de que las negociaciones con el establishment solo puede deparar “más decepción”.
Paolo Rocca, el CEO de Techint, dejó de ser un miserable en la consideración presidencial. Ahora es el que puede aportar inversiones en Vaca Muerta de la mano de Tecpetrol, la petrolera del grupo. También, la empresa que podría desistir de su juicio al Estado por cuestiones que se arrastran de la era macrista a cambio, entre otros puntos que aún se debaten, de reincorporarse al Plan Gas. De eso se habló el lunes en el almuerzo en la residencia de Olivos, al que también asistieron el director corporativo de Techint, Luis Betnaza y los ministros Guzmán y Eduardo de Pedro. El cónclave no fue tan amistoso como se pretendió instalar, pero primó el respeto. Los ejecutivos se llevaron promesas de paz.
El jueves, Fernández y Guzmán almorzaron con Marcos Bulgheroni, el CEO de Pan American Energy. Fue otro intento por emitir señales y pedir colaboración frente a los desequilibrios en la actividad económica. La rueda de llamados, mensajes por WhatsApp y otros encuentros que no trascendieron buscan generar una dosis de certidumbre en medio del caos. Esa iniciativa había debutado hace once días en el Coloquio de IDEA.
En todas las charlas formales e informales, Guzmán aseguró que el estado de las reservas del Banco Central no son para alarmarse. Pidió no escuchar a quienes hablan de una situación agonizante y prometió que un rápido acuerdo con el FMI aliviará tensiones. El economista recalcó que no habrá devaluación, aunque deslizó que el tipo de cambio oficial irá experimentando pequeñas subas (“microdevaluaciones”, las llaman en su entorno) en el corto plazo. Se habla de un salto del diez por ciento. La gran duda es si, cuando eso ocurra, el paralelo no va a haber pegado un nuevo giro que lo vuelva insignificante.
Paolo Rocca, el CEO de Techint, se reunió días atrás con Alberto Fernández.
Los hombres de negocios reclaman reglas claras de aquí en adelante. Saber hacia dónde va el país. Cuál es el modelo. Ya ni siquiera preguntan por el rol de Cristina. Asumen que es y será preponderante y que la lucha por el poder en el Frente de Todos será parte de sus desvelos hasta 2023. Les preocupan cuestiones más urgentes. “Nos inquieta saber si están viendo el iceberg, por ejemplo”, al decir de uno de los ejecutivos que mantuvo una reciente reunión con Máximo Kirchner.
Así como en reuniones previas a esta etapa el Círculo Rojo criticaba la reforma judicial, en la lista de reclamos que van por afuera del dólar y de la economía en esta tanda se coló la toma de tierras. No son sinónimo de un Estado presente ni respetuoso de la propiedad privada, se dijo. Alberto insiste en que son ilegales. Es un tema sensible para él. Cualquier cosa que diga puede transformarse en un búmeran peligroso.
En la coalición oficialista hay posiciones contrapuestas. En la coalición y en el propio seno de cada administración. No todos piensan igual en Nación, tampoco en la provincia de Buenos Aires. Esta semana se dio un hecho inédito. En uno de los campos denunciados, el de la familia Etchevehere en Entre Ríos -más allá de la pelea familiar por las tierras y de si Dolores Etchevehere cedió una porción a la agrupación de Juan Grabois-, pasó la noche una funcionaria nacional. Gabriela Carpineti, la directora nacional de Promoción y Fortalecimiento de Acceso a la Justicia, argumentó que lo hizo para evitar hechos de violencia.
Algunos ministros se enteraron del caso por televisión. “¿Una funcionaria duerme en una toma y no vamos a hacer nada?“, se preguntó un hombre que aspira a gestos más contundentes de Alberto. Varios propusieron que la echaran. Fernández no les dio el gusto. Quizá no sería tan fácil. Carpineti responde a Grabois. Grabois, según reveló Ignacio Zuleta en Clarín, viene de verse cara a cara con el Papa Francisco. Desde entonces, el dirigente no ha hecho más que subir el perfil. Por las dudas: su diálogo con el cristinismo tampoco se ha interrumpido.
La vice prolonga su silencio. Redujo apariciones y reuniones. Dicen que tiene miedo de contagiarse de coronavirus y que eso le impida ver a su nieta, Helena Vaca Narvaja Kirchner, con la que pasa largos días en el departamento de su hija Florencia, sobre todo los fines de semana. Cristina sigue pidiendo cambios. Cambios, según su paladar. En serio, no maquillaje. La relación con Alberto está fría. El martes podrían volver a verse cara a cara ante las cámaras, en un acto en el CCK, donde se colocará una estatua de Kirchner para recordar los 10 años de su fallecimiento. Antes de eso, el Gobierno deberá atravesar otras 48 horas difíciles. Cruza los dedos para que en las cuevas porteñas el dólar paralelo no emerja con el 2 adelante.
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