El último 13 de octubre falleció Juan José Ciácera, el secretario general del Consejo Federal de Inversiones (CFI), el organismo que se ocupa de las inversiones en provincias, está integrado por los gobernadores
y contabiliza un nada despreciable flujo de caja de $ 9.000 millones anuales.
Ciácera fue titular de la entidad durante 33 años. Y su sucesión casi desata una tormenta política. Pero el viernes pasado, el ministro del Interior, Eduardo Wado de Pedro pudo imponer a uno de los suyos, Ignacio Lamothe a quien confirmó la asamblea de gobernadores. Los mandatarios provinciales resistieron al principio la iniciativa.
No querían al frente de ese organismo a un persona con militancia en La Cámpora y cuyos antecedentes profesionales lo confirman como funcionario de segundas líneas en el ministerio del Interior. En el gobierno de Cristina Kirchner supo ocupar la subsecretaría de desarrollo municipal. Lo curioso es que la asamblea fue presidida por Jorge Ibáñez, ministro de Economía de Formosa y del círculo de mayor confianza del gobernador Gildo Insfrán. Cuentan quienes lo conocen bien a Insfrán, que son muy pocos, que el gobernador, veterinario de profesión y de buena relación con Cristina Kirchner, no simpatiza con los jóvenes de La Cámpora, pero al final cedió y se optó por Lamothe. Lo mismo hizo el ex gobernador Carlos Verna que gravita en el CFI, a tal punto que los depósitos del organismo están en el banco de La Pampa. Había coincidencia en que el nuevo CEO debía ser el jujeño Eduardo Fellner. Cedieron y el destino del CFI quedó sellado al menos por ahora.
Llama la atención que los gobernadores no lograran imponer a alguien propio. Algo que los analistas atribuyen a la debilidad de las provincias más dependientes del poder central por culpa del covid, sus deudas y en algunos casos como en Córdoba o Entre Rios, los incendios. Cíácera era ingeniero químico con partida de nacimiento en Mendoza. Y llegó al CFI en 1987 tras un acuerdo entre el alfonsinismo y el peronismo, como era de estilo en los primeros años de la democracia. Aquellos que lo frecuentaban describen que Ciácera se sentaba en un sillón mullido, de cuero marrón, del que le colgaban los pies. Recibía en su oficina del Consejo Federal de Inversiones, ubicado en la porteña esquina de la calle Tres Sargentos y San Martín. Acomodado en su sillón dirigió los fondos de esa caja millonaria que disponían los gobiernos provinciales. Muchos, para su caja chica, esa que no necesita rendir demasiadas cuentas. Algunos alertaron sobre esa administración envuelta en las tinieblas como el ministro de economía cordobés Osvaldo Giordano.
Pero los modos de Ciácera resultaron perennes. Lo describen como generoso y amable y que logró fortalecer esa isla de los gobernadores a resguardo de la Casa Rosada. Durante la administración Macri, el ministro Rogelio Frigerio recibió presiones para actuar sobre el CFI. Y supo responder a un inquieto Mario Quintana tan celoso de las cuentas públicas: “Es de los gobernadores, no se toca”. Alberto Fernández parece haber hecho caso omiso a esa premisa. Los gobernadores quedaron descontentos y en silencio. Eso si, en alerta ante el avance de La Cámpora, tan atenta a esos organismos con poder y dinero.
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