Podrán decir algunos que él había tomado demasiados riesgos, y será difícil contradecirlos. Que había cometido demasiados errores, que había tomado demasiadas decisiones que dejaban su salud de lado. Dirán también
que Diego Maradona no cuidaba para nada ese cuerpo que ya había sufrido demasiado maltrato. Sí, tienen razón.
Claro, el hombre estaba más cerca de ser un anciano que de ser un chico- ese chico que muy rápido tuvo que dejar de ser para darle de comer a la familia que le había bancado su carrera. Y justo cuando estaba en el tiempo de disfrutar del capital acumulado, de castigar sin culpa al cuerpo que ya no necesitaba estar impecable para seguir poniéndose la 10 de Argentina, o la de Boca, o la de Napoli, justo ahí ese cuerpo le pasó juntas esas facturas acumuladas que Diego escondió todo lo que pudo bajo la alfombra.
Diego sigue vivo, dirán otros. Seguirá vivo cada vez que veamos sus goles en las pantallas o recordemos las frases que quedaron grabadas en la memoria colectiva, nos contarán. Pero Diego no estará ahí. Y no solo no podrá regalarnos frases nuevas como tampoco hace tiempo podía regalarnos piruetas ni goles dentro de la cancha. Seguirá vivo, en todo caso,desde nuestro egoísmo. Porque en concreto, mientras nosotros vamos a poder volver a deslumbrarnos con su magia, él no va a disfrutar de esa vida feliz que se había ganado desparramando alegrías.
“Es la ley de la vida”, suele decirse ante noticias como estas, imposibles de asumir. Lo concreto es que ni siquiera él, que hizo todos los trucos de magia conocidos, pudo escapar al destino cuando le tocó la carta de la derrota, en un universo mal hecho en el que hasta los superhéroes se mueren.
Es la ley de la vida, sí. Pero es una ley de mierda.
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