El desenlace de los próximos doce días será un presagio de cómo serán los siguientes cuatro años en Estados Unidos. Las alternativas de una rebelión del propio gabinete y del vicepresidente Mike Pence contra el presidente, Donald Trump, mirar hacia otro lado y esperar que llegue el 20 de enero, o incluso iniciar un proceso de impeachment (destitución) en el Congreso eran evaluadas hoy en Washington por los republicanos, luego que los seguidores del mandatario tomaran por la fuerza el Capitolio.
Justamente el Grand Old Party (GOP) intenta evitar por estas horas que el partido se fracture, lo que no solo culminaría con la salida de Donald Trump de la Casa Blanca sino que también plantearía una disputa por el liderazgo de la oposición en los próximos cuatro años.
Tanto la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, como el líder de la oposición en el Senado, Chuck Schumer, llamaron a los republicanos a activar la 25ª Enmienda de la Constitución, que establece la destitución del presidente si la mayoría del gabinete y el vicepresidente consideran que no está capacitado para ejercer su cargo.
Si eso no sucede, la oposición amenaza con iniciar un juicio político. “Este presidente no debería ocupar el cargo ni un día más”, dijo Schumer en un comunicado.
Un Partido Republicano dividido
La disyuntiva que enfrentan los republicanos es muy compleja. Buena parte de los que defendieron la gestión de Trump y batallaron por su reelección se despegaron ayer del presidente, al certificar la victoria de Joe Biden. Sin embargo, 147 legisladores republicanos, entre ellos ocho senadores liderados por Ted Cruz y 139 representantes, votaron a favor de objetar el resultado de las elecciones en Arizona y Pennsylvania, lo que desnudó las divergentes interpretaciones y tácticas políticas dentro del partido.
El representante Adam Kinzinger fue más audaz y pidió la destitución de Trump, al que acusó de haber “avivado las brasas” de la violencia. El ex fiscal general William Barr, considerado anteriormente el ariete en la justicia de la Casa Blanca, calificó la actitud de su ex jefe como una “traición a su cargo”. “Orquestar una turba para presionar al Congreso es inexcusable”, dijo en una declaración obtenida por Politico. “La conducta del Presidente ayer fue una traición a su oficina y a sus partidarios”, agregó.
Durante años, líderes del partido como los senadores Mitch McConnell y Lindsey Graham hicieron malabares para complacer a Trump. Pero hasta aquí llegó el amor. “Ya basta”, dijo Graham por la madrugada, luego de que los legisladores retomaran la sesión tras ser evacuados por el Servicio Secreto. “Se terminó”, agregó uno de los símbolos del colaboracionismo republicano.
Renuncias tras los disturbios
Desde su cada vez más solitario rincón en la Casa Blanca, Trump observa cómo el “pantano” de Washington lo engulle. La primera señal de descontento en la Casa Blanca llegó con la renuncia de la secretaria de Transporte, Elaine Chao. “Esto me ha perturbado de tal forma que no puedo ignorarlo”, dijo la esposa del líder republicano en el Senado Mitch McConnell.
Horas antes, el ex jefe de gabinete Mick Mulvaney, enviado especial en Irlanda del Norte, también dejó su cargo. “No puedo seguir aquí después de lo de ayer. No se puede mirar lo de ayer y pensar: quiero ser parte de eso de alguna manera”, dijo al canal CNBC. “Quienes optan por seguir, y yo he hablado con muchos de ellos, lo hacen porque están preocupados de que pongan en su lugar a alguien peor”, agregó.
Donald Trump concede un festival de indultos a su entorno antes de dejar el poder
Los doce días que quedan hasta la asunción de Biden, el próximo 20 de enero, prometen ser de alto voltaje político. Si bien hay tiempo para una destitución invocando la 25ª Enmienda, los plazos son más ajustados para iniciar y culminar un impeachment, que requiere el voto afirmativo de dos tercios del Senado, para lo que sería imprescindible una fractura de la bancada republicana.
La disyuntiva
La gran pregunta, entonces, es si los líderes republicanos del Congreso se animarán a romper con Trump o, por el contrario, optarán por el perfil bajo mientras pasan las hojas del calendario. Cualquiera sea su decisión, enfrentan serios riesgos para su supervivencia política.
Donald Trump obtuvo hace dos meses 74 millones de votos, convirtiéndose en el republicano más votado en la historia del país. Si lo destituyen, no solo lo victimizarán, sino que se arriesgarán a que el mandatario los desafíe con candidatos propios en las primarias de las elecciones de medio término de 2022.
Pero el escándalo de ayer en el Capitolio también pueden haber alterado a muchos de los votantes tradicionales del partido y a la clase media suburbana, para la que la Ley y el Orden es mucho más que un slogan repetido cada cuatro años.
Mientras Trump continúe activo en política o su dedo señale a un eventual heredero, el establishment republicano no podrá recuperar el control del partido, que perdió en las primarias de 2016. Ese dilema parece tan irresoluble, como inevitable el divorcio de un sector de la dirigencia con las posiciones políticas más radicales y antisistemas, corporizadas por una figura, todopoderosa y omnipresente: Donald J. Trump.