El asalto al Capitolio: trumpismo, ventanas rotas y autoritarismo

La toma del Capitolio en Washington dejó en estado de shock no sólo a los Estados Unidos, sino al mundo entero.

Cuatro muertos,

un Parlamento saqueado, una democracia humillada y el espectáculo dantesco de manifestantes con fusiles-ametralladoras y pancartas de “Jesús salva”, rompiendo ventanas y sacándose selfies en los salones del Senado, marcaron un día aciago en la historia del país del Norte.

Ello era predecible. El desecrar las cámaras legislativas fue la culminación de cuatro largos años de abusos . Como en las grandes tragedias del teatro, lo peor ocurre al final.

En los noventa, el alcalde de Nueva York, Rudy Giulani, hizo famosa la “teoría de las ventanas rotas”. Para combatir el crimen, había que partir por controlar las infracciones menores, por ínfimas que pareciesen.

En un barrio, ventanas rotas transmitían sensación de impunidad , y no había que permitirlas, aplicando una política de “tolerancia cero”. Cierta o no, la criminalidad cayó en picada.

En los Estados Unidos, como en Turquía, Hungría, Polonia, India, Brasil y Venezuela, el autoritarismo no floreció de la noche a la mañana. Fue creciendo de a poco.

Una bandera confederada dentro del Parlamento, la insignia que prefieren los extremistas de ultraderecha y racistas en EE.UU. EFE

La primera víctima es la verdad. Desde el momento que Trump afirmó que el público para su toma de posesión en enero de 2017 era el mayor de la historia (algo falso), dio la señal de que mentir y crear una realidad alternativa sería su sello.

De ahí en adelante, fue cuesta abajo en la rodada. Y cada vez que hacía algo impresentable—como bloquear la construcción de un nuevo edificio del FBI, porque la eventual construcción de un hotel en el sitio del viejo edificio, en Pennsylvania Avenue, le haría competencia al Trump Hotel—el argumento era que había que tener paciencia, que eso era un detalle.

No faltaron quienes alabaron hasta su intento de extorsión al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, para que le ayudase a enlodar la candidatura de Joe Biden.

Ahora se ha planteado invocar la 25ª enmienda de la Constitución por la cual el Gabinete puede destituir al Presidente. Ello requeriría la iniciativa del vicepresidente y una mayoría del Gabinete, lo que está por verse. Nancy Pelosi apoya una nueva acusación constitucional, algo sin apoyo suficiente en el Senado.

Las cosas ya han llegado demasiado lejos. Lo que necesitamos es una “teoría de ventanas rotas” para el autoritarismo incipiente. Para que la democracia resista, los primeros brotes de autoritarismo deben ser extirpados de raíz. Su tolerancia lo promueve y cultiva. En el caso de Trump, una responsabilidad primordial en ello recae en el partido Republicano, que vendió el alma al diablo. Su cálculo fue que, a cambio de nombramientos de jueces conservadores y un recorte de impuestos, bien valía la pena echar por la borda gran parte de sus convicciones doctrinarias.

El resultado está a la vista. En las elecciones de 2020, ha perdido la Casa Blanca, el Senado y la Cámara de Representante y deja además una mancha indeleble en su gestión de gobierno. Hay una lección ahí, para todos aquellos que quieran verla.

— (*) Jorge Heine es profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Boston.

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