La pandemia derrama consecuencias sobre un mundo que intenta respuestas y no siempre acierta.
El dólar se debilita a nivel mundial después de la mega emisión que
bañó al planeta y los inversores buscan refugio en las materias primas. El petróleo a más de US$50 el barril (además de Arabia Saudita restringiendo la oferta), el oro en US$1916 la onza y la soja por encima de los US$506 la tonelada con una suba de US$150 en un año.
Para cualquier país que exporte materias primas (cobre, metales, alimentos) el momento es favorable. Suben los precios y el costo del crédito es cercano a cero.
Para la Argentina tiene un componente dual: buena parte del precio ventajoso de la soja, el maíz y el trigo a nivel mundial se determina, además de por la debilidad del dólar, por los problemas en la producción que la sequía les genera al país y al vecino Brasil. Dos jugadores que participan en la mesa chica sojera junto con Estados Unidos.
En el caso de la soja, los cálculos previos de un mes atrás pronosticaban que la suba del precio podría representar unos US$5.000 millones adicionales, pero la seca se prolonga en muchas áreas y la incógnita ahora son las cantidades.
A contar por lo actuado con el maíz, la suba de los precios internacionales puede resultar un problema para el Gobierno, cuya primera respuesta fue prohibir las exportaciones con el argumento de que los productores de pollos, de carne a feedlot y los exportadores de aceite, además de los que negocian en la bolsa los granos, necesitan maíz en cantidad y un precio más bajo que el internacional porque, de lo contrario, deberían aumentar los precios de sus productos.
La respuesta a la prohibición fue el anuncio de un paro de comercialización de granos a partir del lunes 11 y eso abrió una negociación en la que parte del sector se compromete a abastecer de maíz a la demanda local a cambio del levantamiento de la medida.
Un dato interesante es que en las conversaciones participaron por el sector privado el Consejo Agroindustrial Argentino (Bolsa, pollos, carne, aceite, todos jugadores importantes) pero no la Sociedad Rural (Cristina Kirchner mantiene un rechazo desde la 125) ni buena parte de las asociaciones que representan a los productores.
El Gobierno juega así, esencialmente, con el sector comercializador más interesado en abastecer “la mesa de los argentinos”, que es una forma de denominar a la estrategia de ponerle impuestos o prohibir las exportaciones del campo cuando los precios de las materias primas suben en forma apreciable.
Esa estrategia se compadece con los lineamientos que anunció la vicepresidenta a fin de diciembre para la evolución de las variables sensibles en materia del bolsillo de la gente para 2021.
Cristina Kirchner ordenó alinear con la inflación a las tarifas, los sueldos, las jubilaciones y —si bien no lo consignó en esa oportunidad— al dólar, que ya viene siendo una política del Gobierno.
Alinear las variables “de bolsillo” para el año electoral implica, en la visión del Gobierno, mantener a raya la suba del dólar para evitar que un salto del tipo de cambio se traslade, básicamente, al precio de los alimentos.
El Banco Central limitó la importación de más productos y Economía les bajó las retenciones a las exportaciones de los productos regionales. El mensaje implícito es muy claro: evitar sí o sí un salto brusco del dólar e ir subiendo el tipo de cambio de acuerdo a la inflación.
Atar el dólar oficial a la inflación es el compromiso del Banco Central que, por lo que se vio en la semana, está dispuesto a restringir las importaciones que considere suntuarias, sean cuales fueren.
Limitar importaciones, prohibir exportaciones aun cuando podrían ser fuente para la llegada de más dólares, prolongar el congelamiento de tarifas, etcétera.
Todo bien defensivo para un año electoral en el que la inflación empieza a amenazar con subir un peldaño. Sin señales para aumentar la inversión o el clima de negocios, 2021 se presenta como un año con buen viento a favor desde el exterior pero proyectando en la Argentina una película económica que ya se vio y demostró no generar finales felices.
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