Latinoamérica comenzó el 2021 cargada de interrogantes. ¿Se consolidará Bolsonaro, o su calamitoso desempeño en la pandemia iniciará el crepúsculo de su perturbador liderazgo? ¿vencerá el candidato de
Rafael Correa y volverá el “correísmo” a gobernar Ecuador? ¿sobrevivirán la unidad de la izquierda uruguaya y la moderación del Frente Amplio a la muerte de Tabaré Vázquez? ¿Qué implicarán para Chile la reforma constitucional y la elección de un nuevo presidente? ¿podrán los comicios de este año darle a los peruanos un presidente fuerte y un gobierno estable? ¿cómo será la relación entre el presidente de Bolivia con su mentor, Evo Morales? ¿encontrará Juan Guaidó la energía que le faltó el año pasado para retomar la ofensiva, o el régimen de Maduro seguirá imperando sobre una realidad calamitosa?
Como vaticinio, el fracaso presidencial sentenciando la derrota electoral de Donald Trump, al presidente latinoamericano que más preocupa es al de Brasil. Igual que el magnate neoyorquino, Jair Bolsonaro llegó al poder a pesar de tener entre sus rasgos visibles el desequilibrio, la crueldad y el extremismo. También como su admirado líder norteamericano, Bolsonaro mostró irresponsabilidad en el escenario de la pandemia. En esa instancia dramática, exhibió la plenitud de su incapacidad, inutilizó el Ministerio de Salud, crucial en una crisis sanitaria, saboteó las medidas de distanciamiento social y, finalmente, conspiró contra las campañas de vacunación.
La traumática salida de Sergio Moro del gobierno debió dinamitar la imagen de incorruptible que tiene para muchos brasileños. Y si a eso se suma la colección de actitudes grotescas y el rol negativo que desempeña en la lucha contra la pandemia, la conclusión es que el año que comenzó debiera ser el inicio de la declinación inexorable de su liderazgo. Sin embargo, las encuestas muestran otra cosa. El respaldo popular a Bolsonaro creció en el escenario del coronavirus. ¿La razón? Aparentemente, la abrupta caída del respaldo en las clases medias y la disminución leve en las clases altas, que lo habían votado cansadas de la corrupción que el PT había prometido erradicar y no erradicó, fue compensada por el apoyo que creció en las clases bajas debido a los subsidios que el Estado repartió durante los meses más duros de la pandemia.
Paradójico, porque en realidad Bolsonaro se había opuesto a esos subsidios que, como otras medidas contra el coronavirus, fueron impuestas a pesar del presidente. A los subsidios recibidos por decenas de millones de brasileños, principalmente los cuentapropistas, los estableció el Congreso con Bolsonaro en contra. Pero en las masas beneficiadas muchos relacionan con el jefe de Estado todo lo que provenga del Estado. Por eso la continuidad de su vigor en las encuestas.
Con Trump pasó lo mismo pero, al llegar el momento de las urnas, fue mucho más grande la porción de la sociedad tuvo en claro la irresponsabilidad y el rol negativo que había jugado el presidente. ¿Será igual en Brasil? En Ecuador hay dos preguntas flotando en un clima tenso: ¿se impondrá el candidato de Rafael Correa en las elecciones del 7 de febrero? Si eso ocurre ¿Daniel Arauz será un presidente títere de Correa? ¿el nuevo presidente no será títere del ex mandatario asilado en Bélgica pero podrán tener una relación armónica? ¿O se repetirá lo ocurrido con Lenin Moreno, el delfín de Correa que se volvió contra su jefe político?
La pregunta que plantea la elección peruana de abril es si sacará el país de la crisis política permanente. En el 2020 hubo tres presidentes a causa del continuo tembladeral que produce la confluencia de gobiernos débiles y salvajismo político enervado por la ofensiva judicial contra la corrupción. El mandato para el que había sido votado Pedro Pablo Kuczinsky y por el cual pasaron Martín Vizcarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti, concluye este año. Para ocupar la presidencia competirán en las elecciones una veintena de candidatos que atomizarán el voto del que surgirá, inexorablemente, otro gobierno débil.
Para Chile, el 2021 puede ser el año de las vueltas de página. Lo vaticinan la elección de constituyentes para crear una carta magna sin vestigios de Pinochet, y la elección presidencial en la que el candidato de la centroderecha tradicional enfrenta a un candidato comunista que genera expectativas y una postulante de centroizquierda que también promete dar batalla para inaugurar una nueva etapa reformista en la democracia chilena. De momento, el fenómeno es Daniel Jadue, un dirigente de notables capacidades que condujo con eficiencia un municipio y podría convertirse en el primer presidente chileno del Partido Comunista.
En Uruguay, podría debilitarse el liderazgo del Frente Amplio tras la muerte de una de las figuras claves de la unificación de la izquierda y quien la llevó al poder. Tabaré Vázquez ayudó al general Liber Seregni en la construcción del Frente Amplio y luego lo convirtió en gobierno. El médico que ocupó la presidencia dos veces y que garantizaba el equilibrio interno de la coalición, fue también una garantía de centrismo y moderación, dos rasgos de los tres gobiernos consecutivos del Frente Amplio.
Danilo Astori y también José Mujica fueron claves en esa moderación, facilitada por ser un rasgo de la política uruguaya. Pero ambos dirigentes están en retirada y de la nueva camada dirigencial aún no surge con claridad el nuevo liderazgo. El Frente Amplio está en las puertas de una nueva etapa, en un país donde blancos y colorados parecen obligados a permanecer unidos.
En Bolivia, la pregunta es si habrá una relación armónica entre el presidente Luis Arce y el líder del MAS, Evo Morales. Arce es un centroizquierdista pragmático, que no recela del capitalismo sino que lo conduce con heterodoxia. Evo Morales tiene un discurso atiborrado de ideologismo, pero ha probado ser lo suficientemente inteligente para dejar la economía en manos de Arce durante sus mandatos, lo que le permitió tener resultados formidables. Por lo tanto, al menos en principio, no hay razones para esperar que el ex presidente procure manejar al actual jefe de Estado, ni que éste, llegado el caso, acepte ser un títere. Esto hace poco probable la tercera posibilidad: que haya conflicto entre el presidente y su mentor, como ocurrió entre Lenin Moreno y Correa.
Las preguntas más inquietantes siguen merodeando Venezuela, donde el régimen intentará borrar del mapa a Juan Guaidó, como hizo con Henrique Capriles, Antonio Ledesma, María Corina Machado y Leopoldo López, entre otros. La casta que encabeza Maduro pasó los últimos años resistiendo con éxito las embestidas de Guaidó. Cada fracaso sumó debilidad al líder disidente. La pregunta es si podrá reinventarse o su liderazgo seguirá extinguiéndose, como las libertades y la economía en Venezuela.
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