Fe y remedios caseros: ante el abandono del Estado brasileño, los pueblos de la Amazonia buscan sus recetas contra el coronavirus

Las comunidades ribereñas de la región de Manaos, en plena Amazonia brasileña, se quejan del abandono estatal y luchan contra la pandemia de coronavirus con dosis alternadas de fe

en Dios y de brebajes selváticos.

Raimundo Leite de Sousa, de 34 años, asegura que se ha recuperado del covid-19, que ya mató a más de 210.000 personas en Brasil, gracias los jarabes de jatobá o andiroba, complementados con limón y ajo.

La enfermedad “me dobló pero no me llevó”, declara este residente de Bela Vista do Jaraqui, a una hora de lancha de Manaos, la capital del estado de Amazonas confrontado a una virulenta segunda ola de la pandemia.

Bela Vista do Jaraqui, que ofrece una espectacular panorámica sobre el Río Negro bajo un cielo entre azul y dorado, alberga a 112 familias que viven en casas de madera, a las que se llega por caminos de tierra.

Al bajar de la lancha, es imposible imaginar la extensión del caserío, escondido por los muros de árboles. A la entrada, hay una iglesia adventista.

El puesto de salud más cercano se halla en otra comunidad, a 25 minutos de caminata o diez de lancha.

“A pesar de que muchos perdieron a sus familiares, me conformo porque confío en que Dios es lo máximo”, dice Silvio de Melo, que participó en un operativo de pruebas RT-PCR para covid-19 realizado el lunes por el municipio de Manaos con apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Habitantes de un pueblo de la Amazonia brasileña, cerca de Manaos, reciben asistencia de la Organización Internacional de las Migraciones para hacerse el test de coronavirus. Foto: AFP

Erasmo Morales, de 55 años, afirma que “el covid-19 es el problema más grave de Amazonas” pero no está preocupado, porque “Dios cuida de todos y si (la muerte) tiene que ocurrir, no hay remedio que salve”.

Todos los habitantes llevan barbijos, incluso los niños. Los vecinos dicen que sólo hubo un operativo de test, gracias a donaciones. El del lunes se llevó a cabo con 45 personas, que sabrán dentro de 5 a 7 días si estaban contaminados.

Más de la mitad de la comunidad nunca ha hecho un test, casi un año después de la llegada de la enfermedad a Brasil y en uno de los estados más afectados por la pandemia, origen además de una variante que explicaría en parte la virulencia de la segunda ola.

“Estoy decepcionada, el gobernador podría haber hecho más, son vidas”, dice Jardei Santos, de 35 años, que cree tener covid-19 por estar con náuseas y dolor de cabeza.

Sin controles

Mientras espera su turno, sentada en un banco de madera, Santos dice temer por ella y su familia. “Ahora estoy más preocupada que el año pasado porque veo más gente contagiada, pero tenemos que orar, Dios no abandona”.

En la comunidad, la vida transcurre al aire libre. La gente pesca y cultiva. Ir y venir del río ocupa buena parte del tiempo.

Raimundo de Sousa asegura que la naturaleza ha salvado a los ribereños y contrapone la abundancia de oxígeno de la selva a la escasez de ese elemento en los hospitales de Manaos, que llevó a muchos pacientes a morir asfixiados.

“Toda la pelea en la ciudad, por ese oxígeno que tenemos aquí”, comenta.

Desastre hospitalario

Sousa atribuye el desastre humanitario de Manaos a “una falla gravísima de administración”.

“Si yo no sé cuánto combustible me hace falta para llegar a Manaos en lancha, me quedo a medio camino, porque soy un mal administrador”, expone, y sentencia: “Sentimos que estamos siendo asesinados por esa mala administración”.

Empleados de una funeraria llevan a una persona muerta por coronavirus desde un hospital de Manaos, en el estado de Amazonas, Brasil. Foto: Bloomberg

La comunidad tiene internet y se comunica gracias a un grupo de whatsapp. Cuando alguien reporta síntomas graves, lo trasladan en una “ambulancha” a un puesto médico. Tienen cinco, que fueron donadas para atender a 700 familias dispersas en 15 comunidades.

Pero De Sousa cree que en Manaos, sin naturaleza no hay nada que hacer. “Los diez pacientes que fueron trasladados a Manaos fallecieron”, ejemplifica. Uno de ellos era su tío, de 53 años.

Ajeno al operativo de test, frente a su casa, Francisco Morales ajusta un moledor de maíz. Una red de pescar delimita el espacio, simulando una reja.

Ve en el covid-19 una amenaza pero a sus 70 años dice, al igual que sus vecinos, apoyarse en la fe y en los remedios caseros, personalizando su fórmula con un trago matutino de cachaza.

Fuente: AFP 

CB

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