Cuando sube las escaleras del teatro, se acuerda de ese escalón por escalón para el que lo entrenó la fábrica de zapatos de Barracas. Comenzó sacando clavos, pasó a lustrar zapatos,
luego a pintarlos, luego a ordenarlos en cajas. Cuando llegó a oficial zapatero, ya estaba pensando en cómo inventarse nuevas alturas.
Hubo un tiempo en que el reloj era un detalle para Antonio Grimau. Las horas parecían tener otra duración, la percepción de sus semanas, de sus meses, eran distintas. Entraba a la fábrica a las 6 y a las 4 del día siguiente podía estar pintando el teatro en el que trabajaba ad-honorem. No necesitaba dormir demasiado, la cuestión era estar despierto para que el sueño de su vida no pasara de largo.
“Yo vivía en Lanús y tomaba muchos colectivos para ir de Barracas a Almagro donde estaba el teatro Charles Chaplin. Eran épocas de una energía creadora impresionante. Fue maravilloso porque cuando me apareció el bichito de la vocación no había antecedentes familiares”, cuenta a los 76, con su kit inseparable de alcohol en gel y barbijo para subir a escena en el Multitabarís Comafi.
Antonio Grimau de niño.
Todavía -dice- no pudo superar la idealización, la felicidad de su mejor rol teatral, en los ’90, en Los invertidos, de José González Castillo, dirigido por Alberto Ure. Un texto sobre la homosexualidad que fue estrenado en 1914 y terminó en escándalo y hasta “censura por inmoralidad”. Para Grimau (Flórez en esa ficción) significó “pasar a ser actor en otro orden, seis meses de ensayo, seis horas por día”: “Ure sacó de mí lo más revulsivo y profundo en una tragedia argentina que había sido prohibida. Yo era el galán de Canal 9 y esta apuesta cambió la mirada de muchos”.
Hoy, en tiempos de teatro para “islas”, para mitad del público en sala, la obra Rotos de amor, que protagoniza junto a Osvaldo Laport, Roly Serrano y Víctor Laplace, lo planta en la piel de Sebastián, un hombre en una esquina esperando un amor imposible por años. Como su personaje, Antonio también se enamoró varias veces “de una ilusión”, aún de adulto. “Es un signo trágico, pero también dulce no ser correspondido. Uno sabe que no se puede, pero es imposible esquivar esos amores. Y es más fuerte que un capricho, el no poder tener cierto amor es un absurdo con una fuerza particular que te hace sufrir horrores, pero desde la melancolía. Finalmente es un sentimiento que hace bien al alma”.
-¿En qué sentido puede hacer bien lo que no es posible?
-Un amor imposible es también un refugio afectivo, una energía. No puede ser malo, es amor cuando incluso estás feliz porque el otro es feliz sin uno.
Antonio Grimau, el actor que encarnó a Sandro en la serie.
La historia actoral de Antonio Rebolini (su apellido real) arrancó con un aviso publicado Clarín, un pedido de actores que le cambió el rumbo cuando era adolescente. Fue al teatro Charles Chaplin acompañado por su amigo Pepe, que no se animó a entrar. “‘Este lugar es raro, me voy’, me dijo. A él le dio miedo, a mí no, y pasar esa puerta hizo que me quedara ahí cuatro años. Preparaban la obra Los Fusiles de la Madre Carrar, de Bertolt Brecht. ‘Tenés quince minutos para leerlo y hacerlo’, me avisaron. Lo leí y me tomaron”.
El fútbol o la actuación era el dilema en los primeros años. Jugó en las inferiores de Lanús, recorrió el país con el equipo de Los galancitos (Ricardo Darín, Carlos Calvo, Pablo Codevilla, Raúl Taibo…), exprimió su fortaleza de “casi centrojás retrasado”, pura voluntad y recuperación. Pesaba menos de 70 kilos, volaba, debajo de la camiseta, el corazón estaba con Huracán. “Ganó lo emocional, este oficio, y no me arrepiento”.
Antonio Grimau en tiempos de “Trampa para un soñador”.
Creció con el precepto de que “el show debe continuar”, pero entendió que la regla puede romperse en algunas circunstancias. Como en Necochea, en los ’80, cuando detuvo una función abruptamente: escuchó el llanto de su hija debajo de las tablas que pisaba y se deshizo del personaje. “No recuerdo el nombre de la comedia de verano que hacía, pero promediando el espectáculo, siento la angustia de una criatura y me doy cuenta al instante de que era mi hijita Luciana, que se había perdido, y cuando quiso volver se metió en unos recovecos que tenía el escenario, a oscuras. Dejé todo para rescatarla, el público aplaudió, y seguimos”.
Corría 1981 cuando la pantalla de Canal 9 le devolvió una fama desesperante. Protagonizaba Trampa para un soñador, telenovela argentina junto a Cristina Alberó cuando se le abrió la posibilidad del mercado hispano en los Estados Unidos, gira por Las Vegas y Arizona. Lo que no imaginaba era quién se adjudicaba ser el gran espectador fiel de aquel culebrón, Diego Maradona, que admitió prenderse a la tele a la hora de la siesta.
La pandemia cortó la posibilidad de su gira con Hello Dolly! y las grabaciones de la segunda temporada de Puerta 7, y Grimau encontró en la pintura la posibilidad de evasión en el encierro. “Traté de no quebrarme, de no quedar vencido por la desesperación del horror mundial. Pinto desde hace 15 años. Hice un curso en Bellas Artes, uso acrílico en tela y juego con el color y la forma. Nada de lo que hago es figurativo. Lo mío es abstracto”.
Osvaldo Laport, Víctor Laplace, Roly Serrano y Antonio Grimau en la obra “Rotos de amor”.
Padre de dos (Luciana y Antonia), abuelo de cuatro niñas, se proclama “feminista a muerte desde siempre”: entre las campañas en las que se alista, dice, está la del “no al piropo”: “Estoy de acuerdo con eso que dicen ustedes, ‘no te pido opinión sobre mi cuerpo’. Tan rodeado de la energía femenina, las entiendo”.
Antonio, que convive con su hija Antonia, de 24 años (“no fue un acto egoísta llamarla así, a su madre se le ocurrió después de ver la película Memorias de Antonia“) tiene a los 76 “la corteza” del que atravesó “todo”, orfandad, vacas flacas, éxito y nocaut: no era todavía adolescente cuando en un año perdió a sus padres y a su hermano. Quedó a cargo de Rolando, el primogénito. Se “refundó, construyó una empresa con un apellido prestado (inspirado en una canción sobre el político comunista español Julián Grimau), conoció la popularidad desmedida, perdió a su hijo Lucas en 2010. Mira para atrás y se hace la misma pregunta siempre: “¿Cómo hice para atravesar todo eso y no caer? No hubo demasiado misterio. Aferrarse a la vocación y al amor”.
TEMAS QUE APARECEN EN ESTA NOTA
COMENTARIOS CERRADOS POR PROBLEMAS TÉCNICOS.ESTAMOS TRABAJANDO PARA REACTIVARLOS EN BREVE.
Comentar las notas de Clarín es exclusivo para suscriptores.
CARGANDO COMENTARIOS
Clarín
Para comentar debés activar tu cuenta haciendo clic en el e-mail que te enviamos a la casilla ¿No encontraste el e-mail? Hace clic acá y te lo volvemos a enviar.
Clarín
Para comentar nuestras notas por favor completá los siguientes datos.