Recientemente un tribunal penal peruano emitió un auto en el que acusaba a Bill Gates, George Soros y la familia Rockefeller de crear el virus COVID-19. En el documento oficial, los magistrados asumieron la teoría conspirativa según la cual élites empresariales y políticas globales planificaron la pandemia con el fin de controlar a la población a través de las vacunas y establecer un “nuevo orden mundial”.
Unos días antes un grupo de seguidores de Donald Trump irrumpió de forma violenta en el Capitolio de los Estados Unidos, interrumpiendo la sesión del Congreso que iba a certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de 2020. La imagen icónica del asalto fue la de Jacob Anthony Chansley, un hombre con la cara pintada y vestido con piel de animal y cuernos.
Chansley se hace llamar “el chamán” de QAnon, uno de los grupos que participó en la irrupción al Capitolio. Este movimiento está integrado por adeptos a una teoría conspirativa promovida por la extrema derecha estadounidense que afirma que Trump lidera la resistencia contra una élite de políticos, empresarios y medios de comunicación que profesan el satanismo y practican la pederastia.
Miembro del movimiento conspiratorio “QAnon” ganó un escaño al Congreso
Teorías como QAnon se han multiplicado en América Latina en las últimas décadas. Aunque se apoyan en noticias falsas difundidas masivamente a través de redes sociales, se presentan como “información alternativa” y tienen un impacto cada vez mayor en los sistemas políticos llegando a afectar a las instituciones democráticas.
Conspiraciones detrás de eventos históricos
Estas teorías consideran que conspiraciones secretas están detrás de algunos de los eventos más importantes de la historia y, al igual que las noticias falsas, encuentran en foros de Internet, redes sociales y aplicaciones de mensajería instantánea, canales idóneos para ser difundidas.
Se trata de un fenómeno difícil de definir. Según Peter Knight, puede aplicarse a cualquier cosa, tanto a teorías muy elaboradas como a meras sospechas sobre planes ocultos. Jack Bratich señala que una de las principales características de estas teorías es que son etiquetadas por la sociedad como “conspirativas” con la intención de marginarlas y descartarlas. Esto hace que sus creyentes tiendan a reforzar lazos entre sí para buscar reafirmación identitaria frente a una mayoría social que desdeña su discurso.
En los últimos meses el mundo ha vivido sucesos históricos insólitos como la pandemia del COVID-19, el inicio de la vacunación para combatir el virus o el asalto al Capitolio en los Estado Unidos. Si bien siempre han existido hipótesis conspirativas que buscan esclarecer acontecimientos históricos, en circunstancias excepcionales como la actual se extienden de forma más eficaz.
Algunas de las teorías más reconocidas han surgido en coyunturas críticas como la Revolución francesa, la Revolución soviética, el Crack del 29, las guerras mundiales, la Guerra Fría, el asesinato de Kennedy, la pandemia de VIH/sida o el 11-S, para poner algunos ejemplos. Explicaciones simples como éstas proporcionan tranquilidad emocional a quienes creen en ellas porque sostienen que los eventos traumáticos que están ocurriendo tienen un origen planificado, es decir, son provocados intencionadamente en el marco de un plan oculto y no por factores que escapan de su control. Además, adquieren mayor legitimidad cuando son los propios medios de comunicación de masas quienes les otorgan verosimilitud.
Explicaciones simples como éstas proporcionan tranquilidad emocional a quienes creen en ellas
Teorías conspirativas en América Latina
En una región tan convulsionada como la latinoamericana, las teorías conspirativas han jugado un papel importante. Las de impacto global han coexistido con otras más autóctonas, como la que sostiene que tras la ocupación soviética de Alemania Adolf Hitler no se suicidó, sino que se exilió en Argentina. O una de las más recientes que afirma que el expresidente peruano Alan García fingió su muerte para librarse de la justicia.
Para Mark Fenster, las teorías de la conspiración pueden ser eficaces para desafiar el orden establecido, simplificando eventos políticos e históricos complejos. Sin embargo, otras veces ponen en riesgo el sistema democrático porque pueden ser utilizadas por grupos políticos extremistas para difamar a sus rivales, condicionar procesos electorales o estigmatizar a determinados grupos étnico-culturales, religiosos o políticos.
Como señaló Karl Popper, en La sociedad abierta y sus enemigos, los movimientos políticos con inclinaciones autoritarias o totalitarias suelen difundir estas teorías como un argumento más para desacreditar, perseguir y reprimir a la oposición. Estos relatos de intrigas ocultas refuerzan en sus seguidores una visión maniquea del mundo en el que una minoría (puede ser una élite política, empresarial o mediática, o un grupo étnico-cultural o religioso), los “malos”, son los culpables de conspirar de algún modo u otro contra el país o la humanidad desde posiciones de poder, mientras que ellos, los “buenos”, lideran la resistencia.
Dictaduras y populistas han recurrido a las teorías conspirativas
En América Latina, tanto las dictaduras militares como los movimientos populistas han recurrido a las teorías de la conspiración para atacar a sus opositores, dividiendo a la sociedad en dos campos políticos antagónicos. En la década de 1970 académicos de extrema derecha en Argentina afirmaron que los judíos maniobraban un plan para transformar la Patagonia argentina en un Estado similar al de Israel.
A comienzos del siglo XXI sectores chavistas en Venezuela acusaron a la oposición de conspirar internacionalmente con los Estados Unidos y Colombia para provocar el magnicidio del presidente Hugo Chávez. En 2016, durante la campaña del plebiscito sobre los acuerdos de paz en Colombia, grupos extremistas vinculados al partido del expresidente Álvaro Uribe difundieron la teoría falsa de que las negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC eran una maniobra del “castro-chavismo” para establecer una “dictadura gay” en el país.
En todos los casos estas teorías se utilizaron para señalar a quiénes son los enemigos del país y, de este modo, legitimar acciones encaminadas a confrontarlos
En todos los casos estas teorías se utilizaron para señalar a quiénes son los enemigos del país y, de este modo, legitimar acciones encaminadas a confrontarlos. Como señala Carlos Malamud, estos discursos no son “conspirativos” porque adviertan de la presencia, a veces real, de grupos que buscan interferir en los asuntos nacionales o subvertir el orden establecido, sino porque se les asigna una influencia y capacidad mucho mayor de la que tienen.
2021 es un año con muchos procesos electorales en América Latina en los que las teorías conspirativas, globales o regionales, tendrán un papel importante. Se trata de un asunto crucial, aunque complejo de analizar y difícil de combatir. Complejo de analizar porque existe el riesgo de etiquetar como “conspiranoicos” discursos disidentes solo porque cuestionan el orden establecido. Difícil de combatir porque quienes creen en este tipo de teorías no lo hacen porque las consideren razonables o probadas, sino porque refuerzan un sentido de pertenencia individual o colectiva a un grupo determinado.
*Politólogo y jurista. Profesor de la Univ. Jorge Tadeo Lozano (Colombia). Doctor en Estado de Derecho y Gobernanza Global y Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca. (www.latinoamerica21.com,)