La Dama de Rangún volvió a la vieja casa colonia frente al lago, más decaída aún que cuando pasó en ella los 15 años de prisión que la transformaron en un
ícono de la democracia en Myanmar (ex Birmania), en un Premio Nobel del sufrimiento y el estoicismo, en la prisionera de conciencia más respetada del mundo.
Un golpe de Estado de los militares que la habían liberado y le habían permitido llegar al poder en el 2015 ante la presión internacional, la derrocó. También al presidente que no era otro que su chofer y a sus militantes. Y siguen las razzias.
Muchos de los birmanos han pasado a la clandestinidad en estas horas. El país está aislado del mundo. El jefe del ejército, que ordenó las masacres de los musulmanes rohingyas, dirige los destinos del país, en estado de emergencia. Un claro golpe de Estado.
Los militares birmanos volvieron a someter a Aung San Suu Kyi (75), la hija del general liberador del país y su virtual primera ministra, a la crueldad de ser nuevamente una prisionera política. Con una diferencia: en el camino perdió su reputación internacional.
Porque nunca condenó públicamente la masacre de los rohingyas, los musulmanes afincados en el oeste del país, que le disputan la tierra a los budistas, que el jefe del ejército que la derrocó ordenó masacrar brutalmente.
Violaciones, limpieza étnica, asesinatos y quema de mujeres, bebés, niños e incendios salvajes en sus pueblos, con la excusa de un ataque terrorista de una pequeña fracción de ellos. Aun San Suu Kyi no condenó las masacres ni el éxodo de 750.000 de ellos a Bangladesh en condiciones aterradoras. Defendió internacionalmente a los militares y a su país.
Defensa de los represores
En 2019, estuvo en la Corte Internacional de Justicia de La Haya para enfrentar cargos de genocidio contra Myanmar. Pero dijo que la represión había sido “una operación militar legítima contra terroristas”.
En sus declaraciones públicas, Suu Kyi no dejó de condenar simplemente la persecución de los rohingya; ella “elogió” el “gran coraje” de sus autores. Era desconcertante ver a una líder que había dedicado toda su vida a defender los derechos de los vulnerables defender a los opresores.
Imágenes de Aung San Suu Kyi en Bangkok, Tailandia, durante una protesta contra los militares que tomaron el poder en Myanmar. Foto: EFE
Esta mujer de mirada severa, misterio oriental y un autoritarismo que llevó al éxodo o el abandono partidario a muchos de sus pares, siempre pensó que si condenaba las masacres, la frágil democracia que ella quería defender iba a desaparecer bajo la bota militar. Como sucedió exactamente.
Los budistas birmanos la entienden y la elogian. El mundo la condena y la repudia. Hay acusaciones de genocidio contra ella y los militares, sus ahora captores. ¿Cómo salvarla de esta nueva condena, en su solitaria casa, cuando se ha transformado en un paria político?
Una democracia endeble
La transición a la democracia en la ex Birmania y sus contradicciones y transacciones no son diferentes a la que sufrió Argentina y los países latinoamericanas durante las suyas, cuando los militares se estaban yendo despacio.
El golpe de Estado del lunes y el arresto de Aung San Suu Kyi marcan un alto a la joven democracia, nacida hace 10 años, después del fin de la dictadura militar y supervisada por ellos.
“The Lady” fue detenida por el ejército el lunes 1° de febrero en la madrugada, en Naypidaw, la capital construida en la jungla por la junta, según un portavoz de su partido, la Liga Nacional para la Democracia ( NLD).
Fechas importantes en la vida de Aung San Suu Kyi. Foto: AFP
Había triunfado en las elecciones legislativas de noviembre, disputadas por los militares. El poder castrense no iba a permitirle un segundo mandato ni la humillación de haber sido brutalmente derrotados.
Varios otros líderes, incluido el presidente y ex chofer Win Myint, también fueron bloqueados, en una operación coordinada en todo el país de 54 millones de personas. Esta intervención se llevó a cabo poco antes de la reunión del nuevo Parlamento, que marcaría el inicio del segundo mandato al frente del país, bajo el título de “consejero de Estado”.
Otra trampa. Como Sang Suu Kyi estaba casada con un profesor británico especialista en Tíbet y tenía dos hijos con pasaporte extranjero, no podía ser presidenta en Myanmar. Solo debía aceptar el cargo de consejera de Estado, el equivalente a primer ministra.
Policías armados vigilan la casa donde permanecen los miembros del Parlamento en Naypyitaw, Myanmar, tras el golpe de Estado del lunes. Foto: EFE
¿Icono o paria?
Suu Kyi fue vista como una de las mayores esperanzas de los derechos humanos en todo el mundo durante gran parte de su vida. Después de una larga lucha contra los gobernantes militares del país y muchos años bajo arresto domiciliario, se le permitió postularse en la primera elección abiertamente impugnada en 25 años en 2015, y ganó de manera aplastante.
Nació en 1945, hija del héroe de la independencia, el general Aung San, quien fue asesinado cuando ella tenía dos años, justo antes de que Myanmar se independizara del dominio colonial británico en 1948.
En 1960, se fue a la India con su madre y cuatro años más tarde ingresó a la Universidad de Oxford, donde conoció a quien sería su futuro esposo, Michael Aris. Después de pasar un tiempo en Japón y Bután, se instaló en el Reino Unido con su marido, para criar a sus dos hijos. En 1988 regresó a Rangún para cuidar de su madre moribunda. El marido murió sin verla.
Un manifestante en Bangkok, Tailandia, con una imagen del general Aung San, padre de Aung San Suu Kyi, en una protesta este martes contra el golpe de Estado en Myanmar. Foto: EFE
Pero ella se involucró en protestas contra los militares. Inspirada por las campañas no violentas de Martin Luther King y Mahatma Gandhi, organizó mitines y convocó elecciones. Los líderes de la protesta fueron asesinados o encarcelados. Ella fue puesta bajo arresto domiciliario en 1989, donde permaneció hasta 2010, con breves períodos de liberación.
Su partido, la Liga Nacional para la Democracia, ganó las elecciones de 1990. Pero la junta se negó a ceder el control. En 1991, recibió el Premio Nobel de la Paz, pero tuvo que ser recogido por su hijo mayor. Se le permitió salir de Myanmar. Pero temía que, si lo hacía, no se le permitiera volver a entrar.
Ganó las elecciones de 2015 después de pedir el fin de la guerra civil del país, reducir la participación del ejército en la política y buscar inversiones extranjeras. También se comprometió a ayudar a los musulmanes rohingyas, que durante mucho tiempo habían sido objeto de abusos. Bajo esos slogans se convirtió en la primera consejera de Estado de Myanmar.
A pesar de su condición de paria internacional, sigue siendo popular en su país: en 2020, una encuesta de People’s Alliance for Credible Elections encontró que el 79% de las personas confiaban en ella, frente al 70% del año anterior.
El último golpe
El canal de televisión Myawaddy News, controlado por el ejército, anunció la promulgación de un “estado de emergencia de un año”, que otorga plenos poderes al general Min Aung Hlaing, el temido líder del Tatmadaw, como se le conoce al ejército birmano.
Esta medida de emergencia está justificada por millones de “irregularidades en la votación”, afirmó la junta, que ahora tiene todas las palancas claves, en un país aislado del mundo por la pandemia de Covid-19.
La junta prometió nuevas elecciones para salir del estado de emergencia. “Estableceremos una verdadera democracia multipartidista”, aseguró el ejército, en un comunicado publicado en Facebook. Agregó que el poder será transferido después de “la celebración de elecciones generales libres y justas”.
Militares birmanos vigilan una calle cerca del Parlamento, en Naypyitaw, Myanmar.este martes. Foto: AP
El día anterior, los militares habían jurado que respetarían la Constitución, ya que Estados Unidos, Europa y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, expresaron “su preocupación por las reiteradas amenazas de un golpe” agitado por su líder, estos últimos días.
La promulgación del estado de emergencia está legalmente autorizada por este texto de la junta militar en 2008, que ya garantizaba a los militares un dominio absoluto sobre tres ministerios clave, así como el 25% de los escaños en el Parlamento.
El poder militar
Las fuerzas armadas birmanas “tomaron el poder” a primera hora de la mañana. Pero la verdad es que nunca habían cedido el poder. Hace diez años, los generales del país ejecutaron lo que parecía ser una notable retirada de la política y un traspaso ordenado a los políticos civiles. La superficialidad y falsedad de ese cambio son obvias.
Todos quisieron ver un espejismo en los cambios en el país, controlado por China para tener su acceso al Océano Indico y sus recursos energéticos. Es su ruta de la seda. Con la liberación de San Suu Kyi, los políticos occidentales leyeron lo que quisieron: militares rendidos ante sanciones y presiones.
Los empresarios europeos y norteamericanos aterrizaron en Myanmar con la esperanza de un territorio virgen, que se abría a la economía de mercado y donde se podía hacer grandes negocios. Los turistas descubrieron un país misterioso, insondable, con monumentos, pagodas doradas y sedas. A los lugares conflictivos, como donde vivían los rohingyas, el acceso estaba prohibido. Los que controlaban el proceso, el timing, los mecanismos eran los militares y no “The Lady”.
El general Min Aung Hlaing, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Myanmar, con Aung San Suu Kyi durante un encuentro en Naypyitaw, en diciembre de 2015. Foto: REUTERS
Los militares son temidos y odiados: en las elecciones del año pasado y en 2015, su partido “proxy” fue humillado en las urnas. Pero la Constitución, presentada por los generales antes de que retrocedieran, les garantiza el 25 por ciento de los escaños en el Parlamento, incluso antes de que se emita una votación.
Los órganos de gobierno más poderosos -los ministerios de Defensa, Interior e Inmigración- permanecen bajo el control personal del comandante en jefe de las fuerzas armadas. Cambiar la constitución ha sido el objetivo a largo plazo de Suu Kyi y su partido. Su plan para seguir adelante con esto en el nuevo Parlamento puede haber sido lo que llevó al comandante de las fuerzas armadas, el general mayor Min Aung Hlaing, a tomar su decisión, horas antes de que los diputados electos de la LND tomaran juramento .
Myanmar satélite chino
En Myanmar, su nuevo nombre pos colonial británico,es una nación formada por 100 grupos étnicos, que bordea lugares sensibles geopolíticamente: China, India, Bangladesh, Laos y Tailandia.
El golpe militar de Myanmar es un “asalto a la transición de la nación a la democracia”, dijo el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Exigió el inmediato retiro de los militares del poder. Pero este será para Biden la primera batalla de realpolitik con el régimen chino.
Suu Kyi llamó a resistir el golpe. Tras el levantamiento que la impulsó a la prominencia en 1988, innumerables birmanos han luchado pacíficamente contra sus opresores, impulsados por un amor personal por Suu Kyi, así como por la búsqueda de justicia. Resistirán.
Su cautiverio y el golpe de Estado que ha puesto fin a su gobierno arroja una nueva luz y más interrogantes sobre el tema de la crisis rohingya y su actitud ante ella. El destino de Myanmar en esta nueva era seguirá dependiendo del tango entre Suu Kyi y el general superior Min Aung Hlaing, más los Estados Unidos y China.
París, corresponsal
CB
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