La muerte del fútbol | Un grito de socorro (tercera entrega)

El declive del fútbol profesional y confederado está en marcha pese a la dolarizada burbuja que lo insufla y disimula. Tan grave como eso es la universalidad de su deterioro: no

es un patrimonio nuestro ni regional, sino un fenómeno mundial. Transferencias por 222 millones de euros como la de Neymar, del Real Madrid al PSG francés, o el contrato recién divulgado de Lionel Messi con el Barcelona, de 139 millones de euros anuales, inflan ese globo en Europa. Un día revienta. Por otro lado, traspasos prematuros como los de Lautaro Martínez y Paulo Dybala al calcio italiano, le quitan aire a ese globo en Sudamérica. Un día, desinflado, no volará más.

Las dos puntas, allá y aquí, se devoran a la vez que se alimentan en un curioso oxímoron. Es el famoso ‘abrazo de oso’ que abriga y asfixia al mismo tiempo. Lo que hoy da sobrevida es lo mismo que mañana la quitará. Europa y Sudamérica son los principales exponentes de esta avanzada dolencia que ya contagió a asiáticos y africanos –Oceanía continua inmunizada–, aunque estos continentes no califican en el fútbol triple ‘A’ pero también desmoronarán en el futuro, cuando llegue la última cuenta regresiva: 10, 9, 8…

La muerte del fútbol | Un tiro en el pie (primera entrega)

La contribución latinoamericana al empeoramiento del cuadro clínico del fútbol ‘no decepciona’ y tampoco es novedad. Lamentablemente, su cooperación es añeja y generosa. En los ejemplos de la Copa Libertadores, citados en las entregas anteriores, puede reconocerse que el mal no para de crecer pero también que es antiguo. No se sabe quién preparó el primer brebaje envenenándolo todo, lo cierto es que no es reciente aunque ahora se lo haya industrializado… Hoy todo es imagen, virtualidad, concepto, abstracción, derechos, ideas y principalmente dinero, limpio y sucio, desviado o impago. De fútbol, nada. Fútbol propiamente dicho hay cada vez menos, tanto que el juego en sí poco parece interesar.

La última final de la Libertadores, entre Palmeiras y Santos, cerrando enero 2021, fue horrible: técnicamente la peor jugada y tácticamente mal resuelta. Tampoco hubo un crack, uno solo, capaz de desequilibrar y ofrecer show. El viejo y aplaudido “jogo bonito do Brasil” que Tim, Didi y Brandão alguna vez trajeron a la Argentina, no apareció en toda la calurosa tarde de Rio de Janeiro.

Entretuvo mucho más el cero a cero de San Telmo y Deportivo Madryn, por un ascenso de la tercera categoría argentina a la Primera Nacional, que la ‘final única’ del Maracaná. Así como Ramiro López, camisa 10 del ‘Candombero’, que debe ganar lo justo para llegar a fin de mes, jugó mejor que cualquier millonario de los clubes brasileños en esa tarde decisiva.

La muerte del fútbol | Engañame que me gusta (segunda entrega)

Y eso que, en teoría, Santos y Palmeiras eran los dos mejores equipos del continente, los que habían eliminado a Boca Juniors y a River Plate, y estaban dirimiendo la mayor competencia que existe, junto a la Champions League, para ir a jugar otro engendro de ‘final única’ en Qatar. Era la definición de la gloriosa Libertadores, nada menos, que comienza a agonizar aunque no se diga. ¿Cómo cantaba el catalán Joan Manuel Serrat? “Deja ya de joder con la pelota / Niño, que eso no se dice / Que eso no se hace / Que eso no se toca…

Cuando nació, en 1960, se llamaba Copa de Campeones de América y era pura en su formato como fiel a su nombre. Una idea tan simple como sensacional: solo jugaban los campeones de cada país. Los mejores de la temporada cara a cara. Y aunque en la primera edición solamente participaron siete de ellos, en la segunda aumentó a nueve y apenas dos años más tarde, al incorporarse el campeón de Venezuela, ya estuvieron presentes los diez campeones de la que todavía se denominaba Confederación Sudamericana de Fútbol.

Era una gran copa. Erizaba la piel. Aceleraba las pulsaciones. Eran partidos de hacha y tiza. Entre hombres que eran cracks ¿o cracks que eran hombres?, no sé, pero eran las dos cosas. Locura total. Por eso creció. ¿Quién no recuerda los cabezazos del ecuatoriano Spencer, los desbordes del peruano Juan Joya, las atajadas del uruguayo Mazurkiewickz, los precisos pases del brasileño Zito, los quites limpios del paraguayo Idalino Monges, la clase del chileno Elías Figueroa y la habilidad zurda del colombiano ‘Maravilla’ Gamboa?

¡Cómo olvidar al Peñarol de Pedro Virgilio Rocha o al Santos de Gilmar? ¿Quién no recuerda al Nacional de ‘Cococho’ Alvarez, al Universitario de Chumpitaz y a la Católica de Tito Foullioux? Cuando ‘Perita’ Maldonado levantaba los brazos no saludaba a Independiente, saludaba al país, tanto como el gol del ‘Chango’ Cárdenas que hasta los goles a los holandeses en el Mundial ‘78, fue el gol más argentino que hubo en la historia. Además, en esas Libertadores jugaba Pelé, señores, el ‘Rey de Ébano’ no jugaba la Champions para el Barcelona, la Juventus o los ingleses. Los que vivimos aquello podemos morir tranquilos: ya vimos lo que había para ver.

Messi: Pobre hijo rico…

El virus del caos no demoró mucho en aparecer en nuestra mayor copa. En la edición de 1966, un año después de rebautizarse Libertadores, se registró la presencia del bacilo por primera vez. Uno de los dirigentes más ‘hábiles’ que el fútbol ya conoció, el oriental Washington Cataldi, convenció a todos sus pares subcontinentales de algo que para su club y su país era fenomenal: que también participasen los subcampeones… Por eso, allí mismo, se eliminó de la marca de la copa la palabra ‘campeones’.

Fue una inteligente y uruguaya manera de fijar casi permanentemente la participación en ella de Peñarol, entidad que Cataldi presidió más tarde, y Nacional, el otro ‘Grande’ de la margen norte del Plata (solo ellos dos habían sido campeones profesionales uruguayos, entre 1932 y ese 1965, y apenas en cuatro temporadas ‘el otro’ no había terminado vice: una hegemonía dual sin parangón que poco menguó y nunca se interrumpió del todo).

El diputado –políticamente ‘colorado’– Cataldi tenía razón, la historia se la dio y hay que admirarle la visión: Peñarol y Nacional, ambos con 48 participaciones son los equipos del subcontinente que más veces disputaron la Libertadores, contra, por ejemplo, 36 presencias de River, 29 de Boca y 20 de Independiente, la misma cantidad de participaciones que acumulan los brasileños que más veces jugaron la copa: Gremio, Palmeiras y São Paulo.

La pregunta sobre el futuro de Messi que incomodó a Koeman

“Si cada país hubiese tenido un Cataldi el fútbol sudamericano sería otra cosa”, dijo alguna vez el ex presidente y también interventor de la AFA, el peronista de primera hora Valentín Suárez, primero dirigente de Independiente pero luego cinco veces titular de Banfield y hombre de confianza de Evita Perón. Mas, Cataldi hubo uno solo y de los otros hay millares, crecen solos, como los hongos y, como con estos, es difícil distinguir cuáles son comestibles y cuáles indigestos

Esa fue la primera y discutida pero, si se quiere, aceptable modificación que sufrió la Libertadores. Tan discutible que llevó al argentino Raúl Colombo (titular de Almagro y de la AFA y único compatriota que presidió lo que hoy se llama CONMEBOL) a no querer reelegirse en 1966, estaba en contra. Había sucedido al uruguayo Fermín Sorhueta, quién pese a su perfil bajo fue el responsable por el inicio de la Copa media docena de años antes. Los uruguayos, los más cívicos y cultos de todo el continente, siempre fueron los mejores directivos de este lado del orbe y por eso organizaron el primer Mundial de la historia, en 1930, y uno de ellos, Héctor Rivadavia Gómez, creó la Confederación Sudamericana de Fútbol en 1916.

Ese ingreso de los subcampeones debió ser el límite de cupos a llenar. Sin embargo, desde aquel momento los reglamentos se cambiaron decenas de veces, borrando con el codo lo que se escribía con la mano. Solo un par de esas alteraciones corrigió errores como el del ingreso, recién en semifinales, del campeón anterior; ridícula cláusula que en cuanto vigente facilitó la segunda conquista de Independiente en 1965 y el segundo y tercer título de Estudiantes de La Plata en 1969 y 1970: apenas necesitaron eliminar a dos rivales por Copa para volver a consagrarse bi y tricampeones respectivamente.

Los uruguayos, los más cívicos y cultos de todo el continente, siempre fueron los mejores directivos de este lado del orbe y por eso organizaron el primer Mundial de la historia, en 1930

También fue válida la enmienda posterior que, a su vez, mejoró esa primera corrección que ahora disponía que el campeón vigente entrase en la disputa apenas en Cuartos de Final (llamada Segunda Fase en esa época). Mientras rigió ese beneficio quien más lo usufructuó fue Independiente acaparando sus títulos de 1973, ‘74 y ’75: en cada una de estas conquistas solamente tuvo que enfrentar a tres clubes…

Así el ‘Diablo Rojo’ se emborrachó de títulos y se erigió en ‘Rey de Copas’, pero no fue su culpa, solo bebió del champán que le sirvieron. La tenía tan fácil que, si no se cambiaba el reglamento, el club que internacionalmente manejaba el directivo José Epelboim (según Beto Devoto, ex jefe de deportes del diario Clarín, “fumaba abajo del agua”), podía haber seguido ganando títulos, consecutivamente, hasta hoy, como cualquier otro equipo en su lugar.

Un par de ejemplos para que se entienda mejor la crítica: Independiente, en 1965, solo precisó eliminar a Boca y a Peñarol para levantar la Copa y Estudiantes de La Plata, en 1970, jugó apenas cuatro partidos para ser campeón de América, mientras el Racing de Pizzuti, en 1967, jugó más que ningún otro campeón; el famoso ‘Equipo de José’ debió eliminar a nueve rivales y jugar 20 partidos para dar la vuelta olímpica (fue la Libertadores más larga de la historia). Hubo que equilibrar la balance ni tanto ni tan poco.

Independiente, en 1965, solo precisó eliminar a Boca y a Peñarol para levantar la Copa y Estudiantes de La Plata, en 1970, jugó apenas cuatro partidos para ser campeón de América

Claro que de ‘eso’ del campeón vigente entrar en Semifinales o Cuartos de Final–, se pasó al extremo opuesto, a que el campeón de América reinante, en caso de no clasificar en los cupos de su Liga nacional, no participase de la Libertadores, quedase afuera, no defendiese su título. Desmadre pronto corregido pero luego agravado, al autorizarse la participación de clubes ya descendidos a Segunda División, como fue el caso del Tigre de ‘Pipo’ Gorosito en 2020 y de seis equipos más a lo largo de la historia (Criciúma, Santo André, Paulista y Palmeiras de Brasil, Jorge Wilsterman de Bolivia y Santiago Wanderers de Chile).

Pobre Libertadores: ¡De solo jugar los merecidos campeones pasaron a disputarla equipos descendidos! Nivelar hacia abajo se llama eso. Dramático, disparatado y vergonzoso. “Estamos aprendiendo” decía la dirigencia copera que entre 1966 y 1986 comandó el peruano Teófilo Salinas y hasta 2013 el paraguayo Nicolás Leoz, dos auténticos villanos. Discurso igualito al de los ‘Pumas’, la selección de nuestro perdedor rugby, que durante un siglo dijeron estar aprendiendo para nunca aprender nada. Cosa de locos o beodos. “El alcohol nos ha embriagado / ¡Qué me importa que se rían / Y nos llamen los mareados!”, cantaba el ‘Polaco’ Goyeneche ignorando que la mentira también enloquece y emborracha.

Las dos correcciones primero mencionadas, las que disminuyeron los privilegios exagerados que poseía el campeón en curso, fueron intervenciones bienvenidas, cosa que no puede decirse de las demás alteraciones que las acompañaron a lo largo de seis décadas. Algunas lindando en lo abyecto por perseguir solo fines económicos y distorsivos del sagrado mérito deportivo, como las ocurridas a partir de 1998, año en que comienza a desvirtuarse, de verdad, todo.

Entre tantas torpezas, una de esas modificaciones inapropiadas permitió la participación de clubes mexicanos que –salvo en pocas ediciones– tenían prohibido jugar Semifinales y/o Final porque, en caso de conquistar la copa, se descubría la jerigonza orquestada: un equipo de América del Norte, miembro de la CONCACAF ganaría la principal disputa de la CONMEBOL, la de los mejores clubes sudamericanos. Los aztecas jugaban sabiendo que no ganarían. ¿Ridículo, no?

Pobre Libertadores: ¡De solo jugar los merecidos campeones pasaron a disputarla equipos descendidos!

Si eso no fue lo peor de todo, que probablemente lo haya sido (como en la Copa América de selecciones invitar a países asiáticos porque aportaban patrocinadores y pagaban por jugar, tales los casos de Japón y Qatar, y antes también Australia y otros del continente americano como Estados Unidos, México y las irrelevantes Costa Rica, Honduras, Haití y Panamá), entonces posiblemente lo peor fue a partir del año 2000, con la incorporación inacabada de más, y más, y más participantes.

El exabrupto de engordar torneos exitosos no solo es un ‘preciado bien’ de CONMEBOL, también ocurre cuasi sistemáticamente en los Mundiales de Fútbol FIFA y, ahora, en los campeonatos argentinos que se reparten la AFA de ‘Chiqui’ Tapia y la Liga Profesional de Marcelo Tinelli, bajando la calidad general del juego, distorsionando la esencia de los certámenes y alejando al público de buen paladar que no quiere aburrirse viendo ‘cualquier cosa’.

¿No llama la atención que en la reciente Copa Libertadores 2020, en Brasil, el país que tuvo a los dos finalistas, la audiencia haya sido menos de la mitad de la registrada el año anterior? El rating medio cayó de 26 puntos para 12 a pesar de todo el mundo –este año– estar confinado en su casa por causa del coronavirus. La finalísima, midió tan mal que en São Paulo, estado de Santos y Palmeiras, solo alcanzó 25 puntos de audiencia, uno abajo del promedio del año anterior, siendo que en 2019 había un único club brasileño finalista y era de otro estado, Flamengo de Rio de Janeiro. Hoy es una tos, mañana una cruel enfermedad. No lo ve quien no quiera verlo.

Engordar torneos exitosos también ocurre en los Mundiales de Fútbol FIFA y en los campeonatos argentinos que se reparten la AFA de ‘Chiqui’ Tapia y la Liga Profesional de Marcelo Tinelli, bajando la calidad general del juego

De aquellos siete campeones que jugaron la primera edición, a hoy, el número de participantes se multiplicó por siete, se saltó a 47 equipos, entre ellos algunos que nunca fueron campeones en su país, como Godoy Cruz de Mendoza, Atlético Tucumán, Tigre, Talleres de Córdoba, Colón de Santa Fe y Defensa y Justicia, solo para citar a la media docena de clubes argentinos que ensamblan en ese desbarajuste. Otra vez la misma sopa: la culpa no es de ellos, pero es un chiste. Serio y de mal gusto. No es un ‘chistonto’, porque por estas ‘bromas’ la Libertadores sangra y el fútbol profesional y confederado se ‘embroma’ y camina tan claramente a su agónico destino como los motores a combustión interna, las cartas epistolares y el dinero en efectivo.

La práctica del fútbol, como actividad física amateur, nunca tendrá el destino del rinoceronte negro occidental o del mejillón de Alabama, no desaparecerá de la faz de la Tierra. No, eso no, porque siempre habrá amigos practicándolo en parques y canchitas de ‘papi’, siempre existirán aficionados diletantes como los tiene la esgrima y la halterofilia en los gimnasios; pero el fútbol profesional, el que conocemos, por el cuál hinchamos y tal como se desarrolló en la última centuria, está condenado a muerte. Las heridas de la Libertadores lo demuestran y aquí se las expone, como hilo conductor de este agorero ensayo, porque son un grito de socorro no escuchado…

Continuará…

* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’.

También te puede interesar

En esta Nota

Exit mobile version