La consigna de moda que circula entre funcionarios y economistas afines al oficialismo es el “desacople”. Puntualmente, se habla de “desacoplar los precios internos de los precios internacionales”. Se refieren en
este caso en particular a los precios de los alimentos, atendiendo al hecho de que los valores de venta al público de ciertos productos que se consumen en la mesa de los argentinos subieron más que la inflación promedio que midió el INDEC durante 2020.
Hacen foco en los alimentos porque desde ya es una cuestión prioritaria en la canasta de consumo de los hogares de menores ingresos, aunque se olvidan de otros precios que “volaron” y también son prioritarios, como la indumentaria y el calzado, sin ir más lejos.
El Gobierno está convocando a reuniones a gremios y empresarios para conversar estos temas.
Más allá del resultado que se obtenga en estos encuentros, sí puede decirse que hay otras variables muy importantes que muestran cómo la Argentina se ha desacoplado, para mal, desde ya, del resto de los países de la región y del mundo desarrollado en general.
Algunos ejemplos.
La inversión extranjera directa (IED). Es un dato clave para observar qué confianza genera la economía argentina a ojos de las empresas extranjeras. Lo que ocurrió aquí es dramático.
v 1.5
La Inversión Extranjera Directa en América Latina y el Caribe
Fuente: CEPAL Infografía: Clarín
En la década de los 90 la Argentina captaba anualmente cerca del 20% de los dólares que venían a “hundirse” a América del Sur y México. Los datos que volcó año tras año en sus informes la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) hablan por sí solos.
En 1999, es decir en el final del gobierno de Carlos Menem e inicio del de Fernando De La Rúa -y con la promesa de continuar con la convertibilidad– se registró el ingreso de 23.579 millones de dólares, sobre un total para la región de 85.571 millones de dólares. Cifra nunca vista. Ni antes ni después. Es decir que ese año el 27,6% de los dólares que ingresaron a la región aterrizaron en la Argentina.
Eran los años de las privatizaciones y con ellas inversiones que hacían las empresas que habían comprado las compañías que habían pertenecido al Estado, pero también empresas que venían a comprar a otras empresas privadas, o a aumentar la capacidad de producción, sobre todo en el sector energético, en el caso de las que ya estaban radicadas. O directamente a desembarcar por primera vez en un país que prometía. Eran dólares para la producción, ya que en la IED no se cuenta la inversión de cartera, es decir no incluyen los capitales que ingresaron para comprar bonos o, más cerca, hacer carry trade. Podría decirse que los 90 fueron años en los que Argentina intentó “acoplarse” al mundo.
El desplome de la inversión extranjera directa en lo que va del siglo XXI es, mirando hacia adelante, más que preocupante. En la última década la Argentina debió conformarse con captar, en promedio, apenas el 5% de la IED que llegó a la región. En esa variable el país, que siempre estaba en el podio de los más favorecidos, hoy quedó detrás de Brasil, México, Chile, Colombia y Perú.
Algunas empresas, cansadas de esperar un “rebote” directamente hacen las valijas y se van. Otras se achican. Hay ejemplos recientes.
La inversión en general, como porcentaje del PBI, también cayó de manera sostenida. Solo en la última década, retrocedió de un equivalente a 22 puntos del PBI en 2011 a 16,2% en 2019. Es una prueba de que el país se está descapitalizando. Esto representa, desde ya, menos empleo de calidad, menos riqueza, menos bienestar. Y también envejecimiento de la capacidad instalada, aunque buena parte de ella está ociosa por la caída de la actividad y de la demanda. Esto explica el estancamiento que atenaza a la economía argentina desde hace una década.
La inflación es el clásico desacople argentino. Hace rato que la suba sostenida y generalizada de precios dejó de ser un problema en casi todo el mundo. Aún en estos tiempos, en que los países centrales inyectaron montañas de liquidez para amortiguar el impacto económico de la pandemia, la inflación genera una moderada preocupación en los bancos centrales, que temen que la suba de precios crezca uno o dos puntos porcentuales más de lo esperado.
En cambio, en Argentina la inflación de doble dígito ya está arraigada desde hace más de 10 años, y el país forma parte del escaso conjunto de naciones con inflación anual superior al 10%.
Otro desacople notable y perturbador es el que tiene que ver con los niveles de pobreza e indigencia de la población. Como informó Clarín el 30 de septiembre de 2020 -tomando como fuente datos del CEDLAS- Argentina y Venezuela son los dos únicos países que cargan con una realidad ominosa: hoy los índices de pobreza e indigencia muestran niveles peores a los que se veían diez años atrás. El resto de la región logró mejorar notablemente esas dos variables.
Si el relacionamiento entre los países se da, entre otras cosas, por el intercambio comercial, la Argentina es un país cada vez más cerrado a esas relaciones y por lo tanto, desacoplado. Sus exportaciones e importaciones vienen en caída constante, y el grado de inserción de la Argentina es cada vez más irrelevante.
Decía Clarínen su edición del 11 de diciembre pasado: “Hace poco más de 100 años, las exportaciones argentinas representaban el 3% del comercio mundial. Hoy apenas llegan al 0,28%, la participación más baja de la historia, según un trabajo de la consultora DNI. La pandemia hizo su parte para que esto ocurra, pero no es la única razón. El sesgo antiexportador, la falta de acuerdos comerciales, las retenciones y las trabas burocráticas explican el deterioro”.
En 10 años las exportaciones cayeron de 83.000 millones a 54.000 millones de dólares. Las importaciones -gracias al fanatismo de funcionarios por evitar supuestas “invasiones” de productos extranjeros, y para cuidar las reservas en dólares, retrocedieron de 74.000 a 42.000 millones. Pero ahora descubrimos que la Argentina sufre la maldición de exportar alimentos. Y por eso se están por poner en práctica medidas para penalizar aún más las exportaciones, algo difícil de explicar en el mundo.
Es verdad que el desacople en los precios de los alimentos ya es un hecho concreto. El productor local de soja recibe 176 dólares por tonelada, mientras que los productores de Estados Unidos, Brasil, Uruguay o Paraguay perciben en torno a los 500 dólares por tonelada. La diferencia, obviamente, son las retenciones a las exportaciones.
Argentina está desacoplada, también, del mercado de capitales. Aún después de lograr la reestructuración de la deuda, no puede aprovechar el escenario de tasas de interés bajísimas. El Gobierno dice que no necesita tomar deuda en dólares -aunque hizo dos colocaciones en las que emitió US$ 1.500 millones al 16% anual. Tampoco lo pueden aprovechar las empresas privadas.
También en salarios hay un desacople, agudizado por la disparada del tipo de cambio y la imposibilidad de acceder al dólar oficial. Según un informe difundido a fines del año pasado los salarios más altos de la región se encuentran en Uruguay, seguidos por Chile, México y Brasil. En Argentina, resultan los más bajos tanto al tipo de cambio oficial como al de contado con liquidación, según un informe de la consultora Mercer.
El desacople en sentido amplio es algo que cantan los números, la Argentina lo viene sufriendo desde hace años. Un desacople que puede ser entendido, por ejemplo, como un vagón que se soltó del tren.
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