Durante el período en el que Claudio Segovia y Héctor Orezzolli, creadores de Tango Argentino, buscaban parejas de bailarines con vistas a formar un peculiar elenco, Juan Carlos Copes
les recomendó que tomaran una prueba a Virulazo y Elvira.
Una pareja muy singular sin duda: Virulazo, cuyo nombre era Jorge Martín Orcaizaguirre, tenía en ese momento 57 años, una figura corpulenta y un peso de casi 130 kilos; su compañera Elvira Santamaría, por contraste, era delgada y longilínea. La primera reacción de Claudio Segovia fue mirar a Copes con incredulidad: “Y todo lo que le dije yo –contaba Copes años después-, fue simplemente ‘miralos bailar’; entonces Claudio no pudo creer lo que veía, que semejante hombre pareciera flotar, ¡no pisaba el suelo y Elvira hacía firuletes a su alrededor! Eran algo diferente, tal como quería Claudio”.
Recordemos que Tango Argentino se presentó por primera vez en el Teatro de Châtelet de París en noviembre de 1983. Este estreno marcó el nacimiento de un fenómeno absolutamente sin precedentes en la cultura y el arte populares: el tango rioplatense, que como música, e incluso más como danza, era una especie en vías de extinción, cobró a partir de entonces una fuerza y una expansión inusitadas, medidas en una escala planetaria: las milongas (los salones de baile de tango), casi desaparecidas a esa altura, regresaron a Buenos Aires y progresivamente fueron instalándose en el resto del mundo. Fenómeno que se repite hasta hoy (salvo por los protocolos impuestos por la pandemia de coronavirus).
Una imagen de Virulazo y Elvira, en el afiche de “Tango argentino”.
Los responsables de la producción y dirección de Tango Argentino, Segovia y Orezzoli, habían llevado al escenario del Châtelet un espectáculo que reunía bailarines, músicos y cantantes elegidos más por su carácter de últimos representantes de una noble tradición que por responder a los habituales patrones escénicos de belleza, juventud, destreza o plenitud vocal. La edad promedio del elenco de danza superaba los cincuenta años y la mayor parte de los bailarines se había nutrido de la experiencia de las milongas, aunque ninguno carecía de antecedentes escénicos, ya fuera en los cabarets, las exhibiciones, la televisión o el show en Las Vegas.
Claudio Segovia había creado la fórmula “chic-reo” para definir a estos artistas: “Fue la manera –explicaba años más tarde- de expresar la gran “clase” de esta gente que hacía un arte nacido del pueblo; clase dicha en el sentido de categoría, de distinción”. Y sí, la palabra reo les venía de perlas.
Volvamos ahora a Virulazo: seguramente hubo bailarines, antes y después, tan buenos o mejores que él. Pero quizás, más que cualquier otro, representó ese fuerte contraste entre contextura y habilidades físicas, orígenes y recorrido, personalidad real y proyección escénica de muchos bailarines populares.
Virulazo, una de las estrellas de “Tango arhgentino”, la compañía que brilló por el mundo. Foto Archivo ClarínVIRULAZO ING ARCH.
Virulazo provenía de un hogar modesto del barrio de San Justo y debía su apodo a la afición que desde joven tenía por el juego de bochas (“virulazo” como sinónimo de “bochazo”). Ya en la infancia trabajaba como lustrabotas y peón de mataderos, entre otros de los muchos oficios que fue desempeñando a lo largo del tiempo. Bailó tango desde los trece años y su experiencia profesional se cocinó en cafés y cabarets de Rosario y Buenos Aires.
En 1983, Virulazo y Elvira vivían exclusivamente de levantar apuestas en la quiniela clandestina. “Ya teníamos una linda clientela” contaba ella tiempo después. Habían abandonado decididamente el baile profesional, cansados de actuar en cuatro o cinco boliches por noche. La entrada a Tango Argentino cambió el rumbo de sus vidas: fueron las estrellas del espectáculo y recorrieron el mundo admirados por tan grandes figuras de la danza como Martha Graham y Mijail Baryshnikov entre muchísimos otros.
Decía Claudio Segovia: “Los representantes máximos de la milonga que hemos tenido en Tango Argentino fueron Virulazo y Elvira. Una pareja verdaderamente excepcional, el ejemplo más claro de la pureza. Ellos eran resultado de la milonga. Allí habían bailado para quienes son las personas más exigentes del tango (nota: se refiere a los otros milongueros); sabían caminar, también tenían sus figuras y la espectacularidad que requiere el escenario. Y cuando entraban en escena… Elvira entraba primero; entonces ya se veía una figura un poco infrecuente como bailarina y también una personalidad muy especial. Cuando aparecía Virulazo, con un paso un poco agachado, canyengue, como para tomarla a ella y arrancar, la gente no entendía de qué se trataba. Incluso se esbozaban algunas risas. En cuanto comenzaban a bailar, el público entraba en el ritual, estaba en misa, siguiendo todo con verdadera devoción”.
El afiche de “Tango argentino”, el espectáculo que recorrió el mundo y en el que brilló Virulazo.
Virulazo era un porteño irredimible y se hizo cosmopolita a la fuerza. Una anécdota: fiesta nocturna en Nueva York -o quizás en Hollywood- para agasajar al elenco de Tango Argentino. Una rubia un poco imperativa le pide a Virulazo que la invite a bailar un tango. Concluye la pieza, se separan. Le pregunta entonces Virulazo al actor Anthony Quinn: “Y esta petisa, ¿quién es?”. Era Madonna.
Virulazo nació en Haedo, el 10 de octubre de 1926, y murió el 2 de agosto de 1990.
WD
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