La muerte del fútbol | Desarraigo y ‘Clubicidio’ (quinta entrega)

Por desquicios y dislates como los relatados en los capítulos anteriores, en menos de 50 años el fútbol será un deporte más y antes de un siglo su decadencia tan notoria

que, probablemente, pase cuasi inadvertido o tal vez sea ignorado (si ya no se firmó su certificado de óbito). En 2070 se equivaldrá al básquet –a nuestro básquet actual, claro, no al de la NBA de estos días– y cuando se traspase el umbral de la próxima centuria su difusión no superará a la del vóley, ni los entusiasmos serán mayores que los despertados por el handball o la natación, que emergen cuando llegan los Juegos Olímpicos y se desinflan un trimestre más tarde.

Los negociados hablan más alto que el honor y los errores y despilfarros superan a los aciertos y a la prudencia en clubes, Asociaciones y Confederaciones. Nadie es muy diferente ni mucho mejor en el fútbol profesional, fiel espejo de la política mayor, cada uno en su dosis adecuada. Más, la cicuta ya fue ingerida y recorre el cuerpo del fútbol, hinchado por fantasiosos anabólicos. El marketing sin producto no sobrevive en el largo plazo y hace décadas que cada vez hay más mercadotecnia y menos producto (jugadores de clase y juego de calidad).

El ex ídolo de Argentinos Juniors y luego entrenador de mil clubes, Osvaldo ‘Chiche’ Sosa, poco antes de fallecer, dijo –sabio y categórico– en Perfil: “A los jugadores ya no les gusta el fútbol…”. Si unos lo organizan mal o desviando recursos y otros no saben, no quieren o no les gusta jugarlo y unos y otros se trampean entre sí, se drogan, se deprimen y hasta se suicidan en esa falsa panacea del profesionalismo de elite ¿cuál es el remedio? No lo hay. La morfina de la mercadotecnia alivia los dolores presentes pero su abuso mata.

Nadie es muy diferente ni mucho mejor en el fútbol profesional, fiel espejo de la política mayor, cada uno en su dosis adecuada.

Cuando en el inicio de los años ’80 la FIFA se dejó influenciar por algunos clubes europeos (principalmente los holandeses que acababan de vivir su década de gloria y no querían jugar en Sudamérica los partidos de la Copa Intercontinental) y su entonces presidente, el brasileño João Havelange, ‘agachó el lomo’ resolviendo jugar ‘final única’ en Japón, por ser supuesto territorio neutral, abrió un nefasto precedente deportivo. Y una puerta ‘comercial’ que nunca más se cerró para los privilegios, las coimas y los regalos disfrazados, algo que también sucede cuando la elección de una ‘ciudad olímpica’ o de una ‘sede mundialista’ y en otros certámenes. Havelange resolvió salomónicamente, es cierto, pero también ató un nudo gordiano que internacionalmente amarró el fútbol a la corruptela político-dirigencial, esa de nunca acabar…

Fue a partir de entonces que se aceleraron las mudanzas de criterios y abundaron las propuestas para arrasar con las localías y las tradiciones, ergo con la naturaleza del propio fútbol, so pretexto de una mentada y, quizá, necesaria y democrática universalización de la pelota. Pero siempre apuntando al negocio que podía ser y nunca más al deporte que era y podía continuar siendo… No que antes de ello todo fuese perfecto (por década y media la FIFA había sido un antro pirata, bajo la tutela del corsario inglés Sir Stanley Rouss), pero ese cambio de ‘final única’ disputada en el país del sol naciente, de algún modo fue el puntapié inicial para que los torneos comenzaran a rematarse al mejor postor y lo deportivo pasase a ser secundario. El show del fútbol había nacido. Solo que el show del juego comenzaba a expirar…

La negativa de ciertos y relevantes clubes europeos de jugar en América del Sur, principalmente en Argentina obedecía a dos razones:

a) la violencia en el juego que había instituido el Estudiantes de La Plata de mi amigo Osvaldo Zubeldía, y

b) la violencia social que recorría las calles de la región a causa de las guerrillas que podían secuestrar a sus jugadores –tal como habían secuestrado embajadores y ejecutivos de multinacionales– y las dictaduras reinantes que ofendían su loable espíritu democrático.

Debe reconocerse que ambos males vivían su época de oro por aquí (de los 20 países Latinoamericanos, 14 de ellos habían sucumbido a regímenes militares y en todas esas fronteras estaban activas milicias armadas y clandestinas).

Havelange resolvió salomónicamente pero también ató un nudo gordiano que internacionalmente amarró el fútbol a la corruptela político-dirigencial de nunca acabar

Apuntalando sus cuestionamientos, los clubes de Europa renuentes a viajar a las tierras de los incas, guaraníes, mapuches y diaguitas, llegaron a recordar cuando en 1963 Alfredo Distéfano, en gira con el Real Madrid, fue secuestrado en el hotel de Caracas, Venezuela, donde se hospedaba el club ‘merengue’, por el grupo subversivo local FALN. Lo mantuvieron cautivo tres días… Asimismo, es cierto que los europeos habían perdido cinco de las ocho finales decididas con partido revancha en Sudamérica.

Más, las gotas que desbordaron el vaso, en realidad la Copa, rebasaron en 1971 y 1973, cuando el Ajax de Holanda, campeón de Europa, se negó en ambas ocasiones a jugar en Sudamérica (Montevideo y Avellaneda). Lo reemplazaron los subcampeones: Panathinaikos de Grecia y Juventus de Italia. Los griegos jugaron el desquite en Uruguay, en el ’71, y Nacional se consagró campeón del mundo por primera vez. Ya con los piamonteses fue diferente, no viajarían a la Argentina para enfrentar a Independiente. Alarmada, la soberana FIFA decidió, entonces, que se juegue un solo partido en cancha neutral (diferente de país neutral) y así se enfrentaron, Juventus y los ‘Diablos Rojos’, en el estadio Olímpico de Roma, en Italia. Fue la primera vez que no hubo revancha y la segunda que contó con un subcampeón en campo. Independiente ganó 1 a 0, gol de Bochini, y logró su primer título intercontinental.

Difícil es entender por qué en el medio de esos dos años en los que se negó a jugar en Sudamérica, el Ajax –fue tricampeón europeo– en 1972 aceptó viajar a la Argentina que estaba bajo la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse (empató ese segundo partido, en el estadio ‘de la doble visera’ ante Independiente, conquistando su primera Copa Intercontinental). Ese gesto fue contradictorio porque en 1973, cuando su segunda negativa, la Argentina ya había restaurado su democracia, nada menos que recolocando a Juan Domingo Perón en el poder tras 17 años de exilio. Fueron actitudes discordantes, que igualmente no desmerecen la posición cívica y la dialéctica de los ‘Tulipanes’ del Ajax que se auto-titulan Godenzonen (Hijos de los Dioses).

Fue la primera vez que no hubo revancha y la segunda que contó con un subcampeón en campo. Independiente ganó 1 a 0, gol de Bochini, y logró su primer título intercontinental.

Todo ese manoseo en el alto escalón futbolero y la fragilidad democrática en este lado del mundo –en 1976 Argentina estaba otra vez bajo una dictadura militar–, desgastó a la Copa Intercontinental de Clubes, al punto de dos ediciones, las de 1975 (Independiente vs Bayern Munich) y 1978 (Boca vs Liverpool) no disputarse, en teoría “por falta de fechas”. De allí a cambiar el formato, jugando final única en países ricos y lejanos, por un ‘agrado’ o una buena ‘untada’ hubo un suspiro. Desde entonces, gracias a esa brecha y ese precedente, la dirigencia continúa mostrando su debilidad moral ante las tentaciones que cada año son más seductoras. En aquella ‘final única’ de 1980, en Tokio, se habían juntado el hambre y las ganas de comer… hasta que la muerte los separe.

(Digresión: dos de los cuatro equipos que no se enfrentaron en su momento por la Intercontinental, hoy sumarían una conquista más cada uno… ¿No deberían jugarse ahora esos partidos, aun cuando se lo haga con las alineaciones actuales? Total, en muchos casos los equipos campeones cambian parte de plantel para jugar la Libertadores y algunos jugadores más para disputar la final mundial).

Hoy, quien paga, lleva. El Mundial de Qatar, el único en la historia cuya sede se eligió doce y no ocho años antes de su realización –quebrando el protocolo FIFA–, justo cuando peligraba la reelección de Joseph Blatter a la presidencia de la casa matriz del fútbol mundial, es la muestra más cabal y sospechosa de esos amaños. Se eligió un país rico y maravilloso, pero sin infraestructura deportiva pronta y suficiente, sin tamaño ni tradición futbolística y que jamás participó de otro Mundial

En aquella ‘final única’ de 1980, en Tokio, se habían juntado el hambre y las ganas de comer… hasta que la muerte los separe.

Esta distorsión de ‘pague y lleve’ en un apresurado drive thru de dudosas conveniencias deportivas, obviamente, también se ve en el fútbol nacional donde gobernaciones como la de San Juan, desde hace años, compran el hospedaje de partidos que se televisan a todo el país por la Copa Argentina. Esta mala praxis separa a los clubes –principalmente los menores– de sus zonas de influencia y de sus socios de siempre, los que lo mantienen vivo y cuyo caudal no ultrapasa las fronteras de un barrio o una ciudad, a diferencia de Boca Juniors, River Plate, Racing Club… En San Juan, como en cualquier otra provincia, debe presentarse la Selección Argentina o, cada tanto, pueden enfrentarse, entre sí, los clubes llamados ‘frandes’, los que tienen hinchas nacionalmente, repartidos por todo el mapa que hace cien años terminó de pespuntear el perito Francisco Pascasio Moreno, pero nunca deben jugar allí cuadros de Primera ‘B’, ‘C’ o ‘D’.

Sacar permanentemente a los equipos de los lugares donde nacieron y crecieron, donde formaron su identidad, reunieron su masa societaria y crearon sus rivalidades, es vaciarles el alma. Y también condenar sus hinchas a un invertido destierro en cuentagotas. Es alejar aún más a las nuevas generaciones, ya poco entusiasmadas con el juego; es evitar que construyan el sentido de pertenencia que une y convoca a una comunidad; es obstaculizarles el derecho a venerar los colores que adoraron sus padres y abuelos, es secar esa raíz ancestral; es apagar un fuego que en muchos caso es todo lo que se tiene para calentar las emociones; es negarles el único entretenimiento posible a millones de maltratados sociales, ahora también desarraigados del futbol. No es por televisión que se aprende a amarlo.

Los clubes son como personas, en realidad lo son, solo que con centenas de cabezas y millares de corazones que laten al mismo tiempo. Cada club tiene su carácter, no se los puede despersonalizar. Con el paso de los años forjaron características sociales y un estilo futbolístico que hoy dejaron de respetarse por un puñado de dólares. Responda el lector: ¿En qué se parecen barrialmente River y Defensa y Justicia? ¿En que se asemejan las entregas sociales de Vélez Sarsfield y Huracán? ¿Qué tiene que ver la identidad futbolística de Argentinos Juniors con la de Arsenal de Sarandí? La respuesta a los tres interrogantes es ‘nada’, pese a tratarse de clubes de Primera División y todos de Buenos Aires.

Sacar permanentemente a los equipos de los lugares donde nacieron y crecieron, donde formaron su identidad, reunieron su masa societaria y crearon sus rivalidades, es vaciarles el alma.

Cada institución germinó en su particular naturaleza y cultivó su propia cultura, costumbrismos que responden a lógicas propias y contextuales. Poseen diferentes idiosincrasias que no entienden los desajustados organizadores del fútbol profesional, tan destructores como los políticos insensibles que un día demolieron medio Cabildo y arrasaron con la Recova porteña. Los clubes son el segundo hogar de los apasionados, el otro refugio de los solitarios y el templo alternativo de la fe. Y también son patrimonio histórico y cultural con derecho a preservación. Los clubes no son solo clubes…

Empero, el dinero fácil que se substrae del fútbol corrompió a muchos directivos que eran tan aficionados como uno, hombres que parecían de bien y pidieron a los deudos para arrojar sus cenizas en la cancha de su club, allí donde lloraron derrotas como se llora a un familiar querido y donde algún día creyeron que tal o cual victoria los emocionó tanto como el nacimiento de sus hijos. Sin embargo, como ninguno de ellos jamás fue preso por ‘clubicidio’, ahí están, vivitos y coleando como renacuajos sin alma, reproduciéndose invasivamente…

La idea de exprimir la esencia del fútbol cada día es más latente, aunque el polvo de la historia, el que se está revisando en estas notas, muestra que el malón viene arrasando desde lejos en el tiempo. Todo se fue alterando y siempre con propósitos dudosos, más inclinados a los intereses de los popes que a la finalidad deportiva. Nadie niega el negocio legítimo y a veces necesario, pero también la virtud tiene límites. “Exceso en nada, esa es la mayor virtud”, decía el cartaginés Publio Terencio, casi dos siglos antes de Cristo. Pensamiento cuya validez parece vencida.

Continuará…

PRIMER AVISO: A los estoicos lectores de este ensayo fraccionado (o ladrillos de texto picoteados) comunico que no serán seis entregas como se anunció originalmente, tal vez el doble. Son muchos los deshechos que aparecieron al levantarse la alfombra del fútbol profesional…

* Ex director asociado de ‘Diario Perfil’ y creador de la icónica revista ‘Solo Fútbol’.

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