La primera vez que vio cientos de rostros detrás de un barbijo tenía 19 años y las calles de Tokio estaban revestidas por gigantografías con su imagen. Los asiáticos resfriados cuidaban
al otro con sus bocas y narices escondidos, y en esa postal los ojos se les abrían descomunalmente al ver pasar a Stella Maris Coustarot, el Obelisco.
Ahora que acaba de regresar de sus vacaciones en los Estados Unidos, Teté tiene flashbacks de la libertad, de aquellos dos meses vividos en Japón que hubieran podido transformarse en una vida oriental. Épocas de japoneses intentando convencerla para que se quedara a vivir allá, de noches transcurridas en pensiones para estudiantes asiáticos, de contratos voluminosos peleados por su mejor manager, ella misma.
“Yo había sido Miss Joven Argentina y de un día para el otro tomé un avión sola para participar de Miss Young International”, recuerda Teté Coustarot, que por entonces no ganó y terminó recompensada cuando la empresa Max Factor decidió contratarla. “No sé si era la inocencia, pero en aquel momento yo pensaba que era normal lo que me estaba pasando, ya había vivido sola, ya había estudiado Periodismo en la Universidad de La Plata. Sobreviví perfecto, no sentía miedos”.
Una tapa de Para ti décadas atrás, con Teté Coustarot en tapa.
De aquel viaje recuerda el tren bala que tomó rumbo a Osaka para acompañar a Norma Aleandro y Alfredo Alcón en el festival en el que presentaban la película Martín Fierro. Después, llegó “la trompada”: “Pasé semanas más tarde por Hawaii y nunca pude olvidar una escena. Los soldados que iban y los que venían de Vietnam, el contraste entre el rozagante que parte y la mirada triste del que volvía como un joven viejo”.
Te-té (autobautizada así en sus primeros balbuceos) no tiene todavía libro autobiográfico. No quiso escribirlo aún, o que otro -un ghostwriter- se lo escriba. Será que repasar una vida de 70 años no es tarea de semanas, ni de pocos meses. Implica un compromiso emocional y un trabajo de buceo en esas capas que pueden disparar la incomodidad sepultada. “No tengo tiempo para mis memorias, soy muy movediza”, se justifica. “Mi programa de Radio 10 los domingos a las 21, mi pronto regreso a la TV de aire (por Canal 9), dos programas semanales en América TV, mis grabaciones comerciales de avisos para empresas. No paro nunca. Me armé un estudio de TV en casa”.
Un capítulo de libro no escrito tendría a Ernesto Sabato y Sophia Loren como personajes protagónicos. Con el escritor vivió un cruce de cuentos. Como Reina de la Manzana dio una entrevista a Clarín en la que contó que quería estudiar periodismo y se declaraba fan de Sobre héroes y tumbas. A su Río Negro llegó días después una carta de Ernesto agradeciendo que “una exponente de la juventud” lo citara. Él se puso a disposición para orientarla y le prometió que Pablo Neruda le firmaría un libro. La promesa se cumplió. Cuando llegó a Buenos Aires, Teté tomó un café con Sabato en una librería de la calle Sarmiento. Años después, fue su entrevistadora en la casita de Santos Lugares.
Sophia Loren en “Siglo XX Cambalache”, con Teté Coustarot y Fernando Bravo.
Con “La Loren” conversó en 1992. Invitada al ciclo Siglo XX Cambalache (que Teté conducía junto a Fernando Bravo) la estrella italiana nunca se enteró del operativo “Loren” que Teté encaró con elegancia: cuando supo del arribo, advirtió que en el viejo Canal 11 de la calle Pavón no había ascensor para la diva. “Íbamos a tener que subirla al montacargas, y no me parecía oportuno para una diva tan distinguida. Lo mandamos a revestir y asunto solucionado, ella subió divina sin darse cuenta”, se ríe.
Este febrero es excepcional, no pudo hacer lo que disfruta hace año, asistir a la Fiesta de la manzana, en su ciudad natal, General Roca. Ya no tiene familia allá, pero repite el rito: toca timbre en la que fue su casa, en la esquina de España y Villegas, entra y se teletransporta a los ’50 y ’60, a las bicicletas en la vereda, la rayuela, la vida callejera cuya regla paternal solo exigía regresar para las comidas, a las 12 y a las 21. Los ligustros le recuerdan a su mamá Alba, directora de escuela, alérgica a esos árboles. También le traen al presente a Don Armando Coustarot, el publicista que le dio las alas para volar tan lejos como se proponía.
“Tengo recuerdos del Club del Progreso de Roca, donde fuimos a espiar con mi hermana Diana a Estela Raval y los 5 latinos. Aquel día la emoción nos desbordaba, era como ver a Doris Day en Hollywood”, se emociona la que decidió armar un bolsito y salir de los pagos con una formación adelantada para su edad. A los 4 ya había empezado la primaria, a los 12 ya era pianista recibida, a los 16 ya tenía título secundario.
Jean Marie, el abuelo, había llegado desde Lourdes, Francia, hasta la localidad bonaerense de Bordenave. Compró un campo, echó raíces, y su hijo Armando se afincó en La Patagonia. De allí saldría Miss Teté para hechizar al mundo con cara de ángel. Miss Siete Días 1969, Miss Capital Federal ese mismo año. Un pasatiempo hasta afianzarse en su verdadera vocación, la Comunicación. Ni su paso por Nueva York como modelo de Valentino -donde quisieron retenerla- pudo desviar el rumbo.
Teté Coustarot hoy.
“Como modelo sos muda, no conocen tu interior, pero del prejuicio no me hice cargo, era una cuestión del otro”, desliza con esa distinción que no se le despega ni de entrecasa en cuarentena. Cada tanto es TT (Trending Topic en Twitter) como un juego de los usuarios al repetir la frase que ella patentó “sin ánimos comerciales”. Qué noche Teté son las tres palabras que ve en cotillón de fiestas, en remeras, en tazas, sin participar de la ganancia por ventas. “No me molesta que se use y es motivo de orgullo para mí: cuando en 2016 vi al Papa Francisco en el Vaticano entendí que era una marca emocionante, en Piazza San Pietro los grupos de argentinos decían ‘qué noche Teté’, identificándome”.
Madre de Josefina, abuela de Sayi (estudiante de Psicología), los años no pudieron aplacar su fascinación de coleccionista: compra cómodas en miniatura que decoran sus repisas. Tiene ese tipo de objetos traído de Noruega y de tantos otros países que la hacen pasajera frecuente, acumuladora de millas. Las fotos mentales se le escapan como películas, poses para marcas en Israel, notas para revistas de moda en la península escandinava.
Hace dos años Teté estrenó convivencia con Carlos, su pareja desde hace 16. Él formaba parte de su círculo, pero la sutileza de Celia, amiga de ambos, los acercó en una cena de celestina. Pasaron casi tres lustros viviendo a tres cuadras de distancia. “Sus hijos se independizaron y llegó el momento de dar el paso. Es mi gran compañero, tan igual en muchos aspectos, tan distinto en otros. Estamos muy sólidos, en una plenitud de la relación”.
En la gala de los Marín Fierro, Teté Coustarot.
La estilizada Teté, un metro setenta y seis desde sus 12 o 13 años, aprendió a mirar desde arriba, pero no en el sentido de superioridad. Su incomodidad de los primeros años no se nota en las revistas de archivo que la devuelven como una deidad de los sesenta o setenta. En una tapa de Para ti que cumple 50 años hechiza con su simpatía al estilo azafata y nos advierte cuánto ha cambiado la representación mediática de lo femenino. “Hasta dónde hay que seguir al marido”, se lee en el título.
En un país con casi 50 femicidios en lo que va del año, Teté apoya cierta caída del viejo modelo de representación, decisiones que pueden parecer mínimas, pero hacen a la causa. La desaparición, por ejemplo, del certamen Reina de la manzana, es una de ellas. “Es para desnaturalizar la cosificación y romper con la violencia simbólica”, explican autoridades rionegrinas. “Se llama evolución, es la lógica del tiempo”, juzga Coustarot. “Fue lindo para mí, pero después razonándolo, uno siente que es lógico, que se puede hacer de otra manera la representación en las fiestas populares”.
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