La pirotecnia es para la clientela propia
Hay quienes creen que la urna es un aplausómetro que premia o castiga. Por eso agotan esfuerzos en pirotecnias que
alimentan esa fantasía, pero que es difícil encontrarle eficacia proselitista. Un banderazo como el del sábadono le cambia el voto ni al oficialismo ni a la oposición. Uno de los espejismos criollos es creer que la política se agota en el área de cobertura del cable, donde triunfan y claudican milongueras pretensiones. La realidad está en otro lado y es menos volátil de lo que creen los vendedores de humo.
La Argentina es un país en donde el voto de lo que representan hoy el peronismo y el no peronismo ha permanecido estable. Estas dos familias políticas ganan o pierden según el otro se divida o permanezca unido. Después de la reforma de 1994 va a ganar siempre el que construya un “partido del ballotage”. Es lo que fue Cambiemos en 2015 y el peronismo en 2019. La pirotecnia le sirve hoy a la oposición porque le consolida el voto propio y pone de manifiesto que la estrategia es la unidad. Lo único que podría cambiarle la suerte en las urnas es que alguna fracción o tribu se desprendiese con algún referente o un programa propio. No está cerca de ocurrir.
Pero tampoco en el Gobierno, con lo cual la idea de que estos banderazos opositores le sacan votos al peronismo es un error. No hay peronista que deje de votar al Frente de Todos por la existencia de vacunatorios VIP, ni por la desprolijidad de que también en este rubro sanitario haya una fiesta para pocos. Peronismo significa que la fiesta de pocos sea para todos, o que por lo menos avisen.
Hacer política es desarrollar tolerancia a la repugnancia de la conciencia. Lo que sí atentaría contra la suerte del peronismo es que se dividiera el oficialismo, como le ocurrió en 2009 cuando perdió las elecciones legislativas en Buenos Aires y disparó la disidencia que significó al Frente Renovador de Sergio Massa y su corolarios en todo el país. Le siguió una racha de derrotas que desalojó al peronismo del poder en 2015. Sólo cuando recompuso la unidad, en 2019, pudo regresar.
El oficialismo, forzado a pruebas de unidad
En el peronismo gobernante, que cuelga de una poliandria de conveniencia, lo único que puede resentir la unidad es la percepción de que el futuro no es de ellos. Los encuesto-maníacos del oficialismo se estremecen cuando ven que crece el número de consultas con resultados que dicen que van a votar a la oposición y no al gobierno. Admiten que estos pronósticos de intención de voto son más que provisorios. Pero están en un negocio donde las percepciones compiten con los hechos.
La percepción que instalaron las PASO de agosto de 2019 fue que Cambiemos perdía el futuro y le dio al peronismo la argamasa para lograr la reunificación. No había destino para ningún peronista en el esquema de división que había favorecido antes a Cambiemos. Esta formación había dinamitado su agenda con la crisis económica de diciembre de 2017, que coronó con el acuerdo con el FMI. Allí terminó el debate sobre si Cambiemos tenía futuro, y le despejó de nubarrones el horizonte al peronismo.
La percepción de que el futuro se le puede complicar obliga al peronismo a movimientos estratégicos que pondrán a prueba a sus caciques, divididos por ideologías, estilos y proyectos contrarios y contradictorios entre sí. No porque el segmento que representa en cada elección pierda votos, sino porque esa percepción puede alentar aventuras de disidencia.
Para la oposición el objetivo es el mismo que para el oficialismo: mantenerse unidos y cauterizar cualquier posibilidad de división. Eso convierte a sus algaradas en pirotecnia, que tiene como público a los propios, no a los adversarios. El cliente de la oposición es el opositor, el cliente del peronismo son los peronistas.
Nadie defendió a Alberto
La primera misión del Gobierno, para asegurar a sus dirigentes algún futuro, es salir hoy del marasmo en que lo ha sumido el vacunazo. Visto con frialdad, ha sido un cañonazo demoledor. Este gobierno tenía como principal adversario al virus del Covid-19, como les ha ocurrido a muchos otros gobiernos del mundo. A muy pocos les fue bien y el modelo es Donald Trump, que en enero de 2020 parecía reelecto con remaches y bulones, y hoy está en su casa esperando que venga a buscarlo el patrullero. Todo por el maldito virus.
El gobierno de los Fernández convirtió, no sin razón, a la lucha contra el bicho en su agenda de gobierno. Al cabo de un año ha resistido en el medio de la tabla, pero debió sacrificar a su ministro de Salud. Es decir, al comandante en jefe de esa batalla, que además era una personalidad de muy alto prestigio adentro y afuera del gobierno. Sacar al jefe de los ejércitos, te guste o no el personaje, es un cataclismo difícil de remontar en esa pelea de celos que le da estilo al gobierno.
La prueba la dio el Senado en la sesión del miércoles pasado. La oposición aprovechó para indignarse en discursos, con pedidos de preferencia para citar a funcionarios del Ejecutivo que explicaran los hechos. El oficialismo mandó todo a comisión sin ejercer defensa alguna ni del presidente ni del ministro Ginés. “Han votado en contra de la vacuna, han denunciado al presidente por envenenamiento y, ahora, vienen acá a querer controlar…”, se indignó José Mayans.
Debe haber advertido Alberto Fernández la tibieza, casi frialdad, con la cual los senadores del oficialismo eludieron defender su gestión. Cuanto más repitieron burlas a Elisa Carrió y señalamientos al gobierno de Horacio Rodríguez Larreta por difundir la peste por todo el país, por el solo hecho de que los aviones que llegan a Ezeiza traen a los pasajeros del exterior que vienen a la Capital. Como echarle en Estados Unidos la responsabilidad del virus a los aeropuertos de Nueva York o Miami.
Máximo en situación de riesgo
La necesidad de sostener la unidad explica piruetas como la del PJ de la provincia de Buenos Aires, de adelantar las elecciones de nuevas autoridades. En la superficie es para atornillarlo a Máximo Kirchner como titular. ¿Para qué? Nadie da una explicación plausible. Ni él mismo, que confesó entre cuatro paredes que no le convenía apurarse, porque la conducción parecía tenerla asegurada sin sombras hasta noviembre, cuando cesa la actual conducción. Adelantar los tiempos se explica por el mar de fondo que existe en el peronismo ante los pronósticos de derrota. Ejerce una función heredada, vicaria de la posición de su madre en el partido y en la trifecta presidencial.
Al jefe de bloque del Frente de Todos le toca convivir con tribus peleadas entre sí, que tienen un solo objetivo: que se deroguen las normas que impiden a un buen número de intendentes y concejales acceder en 2023 a un nuevo mandato. Esta derogación tiene que salir por ley o por fallo judicial. ¿Logrará Máximo darles eso a los peronistas que apoyan el adelantamiento de su exaltación como jefe formal? ¿Y si ponerlo en ese cargo es para exponerlo a los efectos del fracaso en la gestión y, aún más, para hacerlo responsable de una derrota electoral en las elecciones de octubre? Es el personaje ideal, como el hombre de paja, para colgarle esas responsabilidades.
Tampoco está en un espacio de estrategias infalibles. Casi todo les sale mal y se quejan de que nadie los comprende. Atornillarse en el cargo, en todo caso, le sirve para manejar esa crisis con más espaldas. Arriesgada jugada para un personaje a quien hay que hacerle la estrategia. El intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray –hombre que fue de Chiche Duhalde y de Alicia Kirchner– promete llevar a la Justicia una demanda para que se cumplan los mandatos que cesan en noviembre.
Pondrán a prueba a otro debutante en estas ligas, el juez electoral Alejo Ramos Padilla. Será una de las primeras causas que deberá resolver. Podrá probar si es un puntero del cristinismo, como dijeron quienes le impugnaron el pliego en el Senado, o si su jura en el nuevo estado le hizo perder la pasión política. Hay quienes creen en esas conversiones: por ejemplo, quienes dicen que Bergoglio dejó de ser Bergoglio cuando lo ungieron Papa y pasó a ser Francisco. Otra persona.
La oposición mira a otro lado también para estar unida
Los esfuerzos por la unidad obligan a la oposición a piruetas que sacrifican convicciones. Hubo una prueba en el Senado, cuando se aprobó la ley de promoción de la Construcción. Venía con voto apabullante de Diputados, pero con rechazos y ausencias de diputados de Juntos por el Cambio, que impugnaban el título II, que establece un blanqueo para quienes traigan fondos de afuera del sistema para invertir en esa actividad. En el Senado ese mismo tópico plantó una disidencia. Se mostró en el voto de todos a la aprobación en general, pero en el rechazo en particular del título II por parte de un lote de senadores, entre quienes se destacaron Martín Lousteau, Esteban Bullrich, Guadalupe Tagliaferri, Gladys González, Lucila Crexell y Juan Carlos Marino –todos pesos medianos del bloque–, contra este blanqueo.
Los términos fueron los mismos de cuando se planteó el blanqueo de capitales del anterior gobierno, que tuvieron objeciones de, entre otros, Alfonso de Prat Gay o Elisa Carrió. Primó la conveniencia frente a la teoría. En esta oportunidad los críticos volvieron a plantear las inconsistencias de blanqueos con pocos incentivos –argumento del diputado macrista Luciano Laspina–. Los más ácidos agregan que otro blanqueo puede fracasar si persiste la costumbre de ofrecerlo y después ponerle una trampa fiscal a quien blanqueó. Además ¿por qué beneficiar a la construcción y no a otras actividades tanto o más multiplicadoras de actividad? Hay quienes perciben que puede tratase de una ley con nombre y apellido.
Oscar Parrilli, que habla sin subconsciente, admitió que el blanqueo de Macri fue malo porque justificó evasión de dinero que debía recibir Cristina, y que este nuevo round es bueno porque lo va a recibir Alberto: “¿A quién se los evadieron esos impuestos? A nuestra gestión. Ese blanqueo fue hecho por los números al 2016, y fue dinero que no se permitió que ingresara a las arcas del Estado. Y fue dinero que esos empresarios ganaron, o tuvieron, o evadieron impuestos durante la gestión nuestra del 2003 a 2015”.
Empieza otra guerra fiscal: los recontra ricos
En el Senado se admitió la disidencia en el voto en particular, en aras de la paz interior y la unida, con el PRO y la UCR en pleno trámite de debate de liderazgos. Estas disidencias en particular en el Senado, o las que se escucharon en Diputados, no impidieron que los caciques partidarios –Mario Negri, Cristian Ritondo, Luis Naidenoff, Humberto Schiavoni–apoyasen la medida como una contrapartida que beneficia a los negocios, frente a la voracidad fiscal que alimenta el nuevo consenso fiscal, que aumenta tributos que salen del bolsillo, que es uno solo, diría Lavagna.
La táctica, ilustró con crudeza uno de los jefes de la oposición, es “hacerse el boludo y mantener la unidad. Todo lo que tiene que ver con las internas embarra mantener posiciones únicas y no generar ruptura”. El blanqueo, estiman los sectores de la construcción, puede volcar unos USD 5.000 millones a la actividad de la construcción. Otros expertos creen que podría haber sido más si se hubiera ampliado a otros sectores. Es lo que estima el tributarista César Litvin, que agrega que un blanqueo es incompatible con un impuesto a las grandes fortunas. Es uno de los expertos más consultados del mercado sobre el tema.
Luis Pastori, diputado radical por Misiones y baquiano de la oposición en temas de presupuesto (aunque votó a favor de la norma), es escéptico: “¿Quién va a querer invertir en el país cuando te ponen impuestos nuevos, te aumentan los existentes, te ponen cepo al dólar?” Esa voracidad se animará en los próximos días. A fin de marzo vence la presentación de la declaración jurada que prevé el nuevo impuesto a los recontra ricos. Durante este mes es previsible que comiencen acciones de amparo contra ese tributo. Pero desde abril se precipitarán sobre la Justicia los pedidos de acción declarativa de inconstitucionalidad. Es la vía estratégica que parece haberse unificado entre quienes rechazan este nuevo impuesto.
Mensaje a Larreta: la dupla Pichetto-Bullrich de gira
También hubo carreras por el encuadramiento interno entre dirigentes de la oposición que no tienen representación en el Congreso, y se les dificulta mucho la pelea desde fuera del sistema legislativo. En este rubro hay que consignar otro debut: la dupla Patricia Bullrich–Miguel Pichetto. Cenaron el martes con un centenar de empresarios acercados por Enrique Avogadro, en el Scala Hotel de la avenida Bernardo de Yrigoyen, y entonaron un discurso al alimón, como esos lances de toreo a dúo. Expusieron el núcleo de un programa de reforma laboral y fiscal, que tiene una audacia pronegocios poco usual en la oferta política local.
La jefa del PRO alza su bandera de orden, que le junta apoyos en el partido que preside, y echa alguna sombra sobre el proyecto de Rodríguez Larreta, que descansa en su precandidatura presidencial y que depende de un tinglado de alianzas, que le hace presumir al radical Martín Lousteau que será el sucesor en el Gobierno porteño. Cualquier otra especulación pone en peligro la seguridad con la que esta dupla mira el futuro que, como dice Octavio Paz, es tan irreal como la eternidad. Larreta prefiere estar lejos, y se tomó unos días de descanso en las playas de Brasil.
Pichetto desplegó la panoplia del peronismo republicano, que ya ha formalizado como partido sobre la base de Unir. Se cebó en uno de sus argumentos favoritos: la crítica al pobrismo y a la doctrina bergoglista de la pobreza como virtud que lleva a la salvación. Con este argumento alza banderas que echan sombras sobre la alianza tácita que tiene Larreta en la CABA con las organizaciones sociales que lidera Juan Grabois. No lo ha convencido Guillermo Moreno –con quien Pichetto ha parlamentado en territorio neutral, la casa de Juan Archibaldo Lanús– de que concilie ideas con el papa Francisco. El miércoles se repitió el dúo con Bullrich ante un grupo de empresarios pyme y sindicalistas, que los reunieron en un salón-museo del barrio de San Telmo.
Pichetto entró por primera vez a la sede de la UCR
Esta dupla busca que la coalición de Juntos por el Cambio (que avanza a rebautizarse “Juntos”, como ha convencido Ramón Puerta a Mauricio Macri, a quien visitó en Los Abrojos el mismo día que Pichetto) encarne una agenda de centroderecha capitalista. Marca diferencias con el ala “progresista” de la coalición, que tiene como fogoneros a los radicales del grupo Olimpia, según expresó el documento “Manifiesto por la esperanza democrática”. Aquí reclama su “carácter progresista, liberal, republicano y social demócrata” y rechaza un “polo conservador como una ‘retropía’, que ve en el retorno al pasado el camino hacia adelante”.
Esta tensión obliga a la coalición a desarrollar músculo para no partirse. Se esfuerzan todos, entre ellos Pichetto, quien ha dicho: “No soy socialdemócrata, el gobierno es eso”. Aunque ese mismo miércoles participó de una mesa pública con las autoridades de los partidos de Juntos por el Cambio para lanzar su campaña contra el vacunazo. Confesó que era la primera vez en su vida que entraba a la sede del Comité Nacional de la UCR de la calle Alsina. Esa casa está a pocos metros del Congreso, adonde Pichetto ha pasado casi toda su carrera política. También confesó que había ido después de que Macri se lo pidiera, lo que validó su rol como jefe de la cuarta fuerza de JxC.
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