Lázaro Báez llegó a tener una gomería, que con el tiempo pasó a ser una cadena de gomerías premium. Llegó a construir edificios enteros en Santa Cruz y, cuando la provincia
le quedó chica, se expandió con construcciones en Chubut, Tierra del Fuego, Río Negro, Chaco, Santiago del Estero y Buenos Aires. Montaba departamentos, pisos enteros, y oficinas para alquilar o, simplemente, para dejarlos vacíos. Había que lavar dinero sucio y a toda velocidad, sin escrúpulos, como Marty Byrde en la serie Ozark.
Lázaro compró terrenos baldíos, galpones, estaciones de servicio y cumplió uno de sus caprichos de nuevo rico, el de tener un club deportivo propio. Construyó también un hotel de seis plantas -que nunca inauguró- con vista al Lago Argentino, sobre una ancha avenida que conduce al Glaciar Perito Moreno.
Compró más de cincuenta estancias, chacras y complejos de cabañas. Compró casas y lotes en barrios privados de la zona norte del Gran Buenos Aires. Compró cinco casonas en una zona top de Pinamar. Más de 170 cocheras en Palermo y Belgrano. Adquirió una colección de autos exóticos: desde una Ferrari, una coupé Audi y un Porsche hasta vehículos en extinción, como una cupé Dodge naranja, un viejo Torino y un Ford Falcon negro preparado como para competir en Turismo Carretera. Tuvo, cómo no iba a tenerla, su propia flota de aviones. El que más le gustaba era el Learjet 35A de 1981, matrícula LV–BPL. En esa aeronave, al aterrizar en el aeropuerto de San Fernando, fue detenido el 5 de abril de 2016.
Hasta poco antes de que Néstor Kirchner llegase a la presidencia y fundara Austral Construcciones se desempeñaba como gerente de créditos del Banco de Santa Cruz. Ganaba lo que gana hoy un empleado bancario en puestos similares: entre 180 y 230 mil pesos por mes. Su único bien era una casa en el Barrio 499, en Río Gallegos, donde las propiedades que no fueron remodeladas, que son la mayoría, conservan el estilo de cuando fueron hechas. La vieja casa de Lázaro tiene dos ventanas chicas al frente, un tanque de agua en el techo y una puerta sencilla de madera con un marco que aún está sin revocar.
El empresario más afín a la década K acaba de ser condenado a 12 años de cárcel por lavar más de 60 millones de dólares provenientes de la corrupción, en una causa que fue bautizada como “la ruta del dinero K”. Se trata de un fallo histórico, el primero que deja al desnudo la trama de negociados espurios que presumiblemente bajaban desde la cima del poder. También fueron condenados sus hijos. Martín, a 9 años; Leandro, a 5; y Melina y Luciana, a 3.
El destino, tan endemoniado a veces, quiso que Cristina Fernández de Kirchner se enterara del fallo en la misma tierra donde Báez, Néstor Kirchner y ella se conocieron y empezaron a construir fortunas paralelas. Donde en abril de 2011 Lázaro inauguró el Club Boca Río Gallegos. Cristina asistió a la inauguración como presidenta junto a Julio Grondona.
Aquel día, durante la ceremonia, llamó “Martincito” al hijo de Báez, al que conocía desde la niñez. Se descubrieron dos placas de bronce. Una a nombre de Lázaro, la otra a nombre de Cristina. Ella era la madrina del nuevo emprendimiento. Fue una de las inversiones más altas de la familia Báez: el club está valuado en $ 49.255.000. Tiene un microcine de lujo que nunca se abrió al público. Mentira. Se abrió una vez. No podía evitarse y no se evitó: allí se proyectó Néstor Kirchner, la película, el documental de Paula de Luque.
“Ella está en el delito precedente”, se descargó Leandro Báez. A Cristina le avisaron del mensaje cuando volvía a Buenos Aires. Venía de vivir los peores días desde que Alberto Fernández llegó a la presidencia. Sus colaboradores, pero sobre todo quienes la ven poco pero idolatran y defienden su figura contra todos y todas sostienen que el Presidente ha hecho poco y nada para liberar a la vicepresidenta del tortuoso raid hacia los tribunales.
“Ya no alcanza con gritos, Alberto”, decía el jueves, en voz alta, un integrante de La Cámpora, mientras debatía con sus compañeros el futuro de Máximo en el PJ bonaerense. Los reclamos hacia el Presidente empezaron como un goteo el primer día que abrió su despacho. Ahora son dardos envenenados. Quieren que Alberto cumpla con, supuestamente, el pacto que firmó con la líder del Frente de Todos antes de convertirse en candidato.
El primer mandatario ha ido de menor a mayor en sus ataques contra jueces, fiscales y contra la Corte Suprema. Esa beligerancia formará parte de un tramo de su discurso de mañana en el Congreso, cuando inaugure las sesiones ordinarias. “Ya es hora de ir más a fondo, basta de palabras“, se reclama en el Instituto Patria.
Se preguntan si Alberto será capaz. En el seno más íntimo que comparte un puñado de albertistas hay teorías conspirativas para todos los gustos. La más sofisticada sostiene que, si el jefe de Estado tuviera la potestad de liberar de un plumazo las causas a Cristina, no debería hacerlo. Ese día -cree uno de esos hombres- sería su final. Pero quizá sean solo conversaciones de trasnoche.
El silencio de Cristina precede una nueva tormenta. La vicepresidenta está nerviosa y así lo están haciendo saber sus exégetas, cada vez de peor modo. Oscar Parrilli ensayó una particular defensa de Lázaro: “Lo condenaron por ser morocho”, dijo. En las últimas horas se sumó Carlos Beraldi, su abogado y también el de Florencia y Máximo: “Lo de Lazaro Baez fue producto de las operaciones de prensa que se hicieron con los magistrados”. Beraldi no solo es el representante judicial de la ex presidenta. Es quien monitoreó la comisión de especialistas convocada por Fernández para sugerir cambios respecto a distintos órganos del Poder Judicial
La condena a Báez era esperable. Condenas tan duras para los cuatro hijos del empresario, según Cristina y sus defensores, no. Sería entendible que cuando Cristina piensa en los hijos de Báez también piense en Máximo y Florencia. El espejo tan temido. “Yo temo ahora que el espejo encierre el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, el que Dios ve y acaso ven los hombres”, escribió Borges.
A Cristina la exasperan las causas judiciales y sigue de cerca situaciones como las de la marcha de protesta por el Vacunatorio VIP. La clase media presiona en la calle. No es la primera vez que lo hace. Eso solo fue posible por los desaciertos en la gestión de Alberto. Los errores se encadenan. Cristina ya dijo que hay ministros que no funcionan, ahora está molesta con el fallo contra la familia Báez y despotrica contra el operativo para vacunar a los amigos del poder. ¿Cuál será el próximo paso de la vice?
Las reacciones públicas de Alberto en los últimos días lo muestran alterado. En las filas del Frente de Todos juegan a la mancha venenosa y buscan culpables para la cada vez más sorprendente lista de vacunados que no estaban en condiciones de recibir el pinchazo. Ni por edad ni por necesidad ni por estar entre el personal esencial. Las imágenes de jóvenes posando con el brazo descubierto y haciendo la V mientras un enfermero los atiende desató una caza de brujas en algunos círculos.
No alcanzó con la salida de Ginés González García del ministerio de Salud. Ni alcanzó ni sedujo a todos: hay quienes le reprochan a Alberto haberlo dejado solo, bajo el ruido de las cacerolas y el repudio social masivo.
El Gobierno confronta con su propio relato de una semana atrás. Lo desanda. El Vacunatorio VIP no existió. Todas los vacunaciones estuvieron bien hechas, salvo la del periodista Horacio Verbitsky, y por ese error se le pidió la renuncia a Ginés. Lo demás son invenciones mediáticas. Discusiones que no son importantes. Payasadas de los jueces y fiscales. Eso dicen. Eso mandan a decir. Que lo crean es otra historia.
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