Aún hoy se discute quién pisó la Antártida por primera vez. Quiénes fueron los primeros exploradores en pasar todo el año allí para estudiar la oscilación de las temperaturas. Más allá
de la definición, lo que se sabe es que fue un hombre. Y desde entonces fueron los hombres quienes coparon el continente más austral del mundo. Pero esa tradición está desapareciendo. Porque ahora son las mujeres quienes están tomado el relevo en la Antártida. Cada vez son más las mujeres que viajan al continente blanco para estudiar los efectos del cambio climático y reivindicar el papel de la mujer en la ciencia.
En la campaña de este año, en la base Carlini, ubicada en la península Potter, de la isla 25 de Mayo, perteneciente al archipiélago de las Shetland del Sura, cerca del 50% del personal científico son mujeres. Una proporción inédita en la historia de las exploraciones científicas en el continente blanco. Es una conquista que tiene una larga historia de lucha que comenzó a cambiar en los ochenta, donde solo tres mujeres habían estado en la Antártida. Luego en los noventa, en todas la década, ese número aumentó a unas 14 científicas. Y ya después del 2008, en cada campaña de verano, unas 15 investigadoras promedio viajan al contienen más austral en busca de respuestas sobre problemas biológicos.
Trabajar en el duro clima antártico.
Las pioneras que hicieron historia y dieron el primer paso fueron Ensenada Pujals, Cabo Caría, Cabo Fontes y Ensenada Bernasconi, quienes el 7 de noviembre de 1968 viajaron en el ARA Bahía Aguirre rumbo a la Antártida. Ellas serían las primeras científicas argentinas en realizar trabajo de campo en la Antártida. Eran biólogas del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN).
Dolores Deregibus, bióloga de 39 años, es ahora una de las mujeres científicas que continúa que esa notable herencia. Es investigadora del Conicet y trabaja en el Instituto Antártico Argentino. Habló con Clarín desde la Base Carlini y contó que esta es su octava campaña. Estudia el efecto del cambio climático en las macroalgas, que viven en el fondo del mar.
Desde siempre le interesaron los organismos vivos y el cuidado del medio ambiente. Hace ocho años le llegó una oportunidad para viajar a la Antártida y desde entonces vuelve todos los veranos. “Venimos tres meses y estudiamos el ecosistema y como es afectado por el cambio climático”.
Dolores bucea las gélidas aguas australes.
Pero estar tres meses en el continente blanco no es fácil. “Tenés que traer toda tu ropa, elementos de higiene y muchas cosas más. Pero acá está todo organizado. Nos dan una ropa especial para no tener frío. Tenemos mucha ayuda del personal del ejercito, que nos ayuda las tareas de buceo y navegación”.
Para ella es un sueño estar en la Antártida. “Llegás a un lugar que es muy lindo, muy diferente y lleno de diversidad”.
En un territorio tan austral, el clima es un tema, en especial el viento. “Estamos todo el día viendo que el clima sea el correcto. Para hacer trabajo de campo, el viento no debe pasar de los 20 nudos, sino no podés trabar. Hace diez días que estamos con viento y no podemos salir. Dependés mucho de la naturaleza. Te dicta la naturaleza cuando podés trabajar y cuando no”.
Actualmente hay 58 personas en la base Carlini. La mitad son mujeres. “Liliana Cuartino dirige el grupo y ella empezó a venir en los ochenta. Venían sólo dos investigadoras y el resto eran todos varones. En ese momento se sentía la diferencia y el prejuicio. En los 90 empezaron a venir mujeres, y el número comenzó a subir. En el año 2008, la proporción de científicas subió de un 10% a un 40%. Ahora somos un 50%”.
Dolores preparada para realizar su estudio sobre las algas marinas.
Hasta hace pocos años se consideraba que las mujeres no podían invernar en la Antártida. “Se creía que las condiciones climáticas eran demasiado duras. Eso se desmintió. En los últimos años hubo tres mujeres que pasaron todo el año. Eso fue un salto muy grande”.
Yanina Ciriani, bióloga marina de 27 años, es una de ellas. Fue por primera vez a la Antártida hace tres años y desde entonces vuelve todos los veranos. “Esta es mi cuarta campaña y es mi primera invernada. Todavía es una incógnita. Es muy increíble laburar acá en invierno. En la base hay mucho trabajo en equipo para lograr los objetivos. Soy la tercera mujer científica invernante y eso me da mucho orgullo. También, este años, por primera vez que hay una conductora motorista, algo que no había ocurrido antes”.
Cuando el clima lo permite, Yanina sale temprano de la base a realizar su investigación de campo, que la lleva a caminar unos cuatro kilómetros por el inhóspito paisaje antártico hasta el lugar donde estan los pingüinos, o a subirse a un bote durante tres horas para realizar estudios debajo del agua. “Salimos con una radio, siempre con las baterías cargadas porque el clima puede ser peligroso”.
Yanina (a la izquierda) es la tercera mujer científica invernante de la historia.
Cada vez que sale, Yanina debe abrigarse hasta los diente: se pone dos pares de medias, una o dos capas de ropa especiales y protectores especiales para las manos y la cabeza. “A veces las condiciones se pueden poner feas cuando estamos en el campo. Es un ambiente que cambia mucho. En el mismo día puede cambiar el clima radicalmente. Por eso es importante mantener los pies y las manos caliente, porque es por ahí donde podemos perder temperatura”.
Desde horas a la intemperie, el trabajo sigue en el laboratorio. “Una vez que obtenemos las muestras, las llevamos al laboratorio. Allí procesamos los datos. Estamos todo el día trabajando”.
No sólo es la ciencia lo que la mantiene ocupada todo día, también tiene que colaborar con el mantenimiento de la base. “Siempre hay algo para hacer en cuanto al orden y la limpieza del lugar. Además, una vez al mes, a cada persona le toca ser ayudante de cocina y tenés que poner la mesa y lavar los platos”.
Dolores Deregibus investiga cómo afecta el cambio climático a las macroalgas.
Para ella, “la Antártida tiene algo que hace que una siempre quiera volver. Es una fascinación. Siempre que estoy aquí, me conmueve la belleza del paisaje y los animales, que son capaces de sobrevivir a este clima sin nada”.
Y agrega: “Estoy muy agradecida a todas las mujeres que han luchado por estos espacios. La historia de la Antártida siempre fue hecha por hombres. Pero gracias a las pioneras, las mujeres científicas fuimos ganando cada vez más relevancia y aceptación. Y por eso, yo me quiero quedar acá… para abrirle las puertas a la siguiente generación”.
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