A comienzos del siglo 20, viajar entre América y Europa demandaba 30 días de barco. Sin embargo por entonces se rumoreaba con gran expectativa de un nuevo invento, que se desplazaba
ya no como los peces sino como las aves y podía cubrir esa distancia en tan sólo 3 días. Bien entrados ya en el siglo 21, podríamos arriesgar que ese nuevo invento era el avión. Pero no. No sería hasta 1939 cuando se inauguraran los vuelos regulares transoceánicos. ¿De qué medio de transporte hablamos entonces?
Desde finales del siglo 18, el hombre que siempre había soñado con volar, buscó la solución a este problema diseñando una aeronave que fuera más liviana que el aire. Para ello debía conseguir un gas o mezcla de gases de densidad menor, conseguir contenerlo de alguna forma, con un globo por ejemplo y atarle un canasto en el cual uno pudiera subirse. Esto llevó a la invención del globo aerostático y a los hermanos Montgolfier a ser famosos siendo los primeros en hacer una demostración pública del invento. Pero pronto el ser humano quiso más. El problema del globo, era que no se lo podía dirigir hacia donde uno quisiera, siempre estaba a la merced del viento.
Con la llegada de la máquina de vapor, rápidamente al francés Henri Giffard se le ocurrió agregarle una hélice al globo aerostático, y en 1852 despegó de París y recorrió 27 km en la dirección que se le antojó. El francés acababa de inventar el dirigible, y pronto despertó una revolución en la forma de trasladarse. La primera aerolínea del mundo por tanto no fue de aviones, sino de dirigibles o zepelines como se los llamaba también gracias al conde alemán Ferdinand Von Zeppelin gran propulsor de este nuevo medio de transporte.
Con estructura metálica y forma de habano, los modelos de dirigibles más exitosos poseían hasta 16 grandes bolsones internos llenos de un gas que le daban sustentación en el aire. La propulsión la proveían 6 grandes motores que con sus hélices podían dar una autonomía de vuelo de hasta 10.000 km. Tan exitosos eran, que al comenzar la primera guerra mundial, se los utilizó como bombarderos y observadores de estrategias de avance enemiga ya que podían estar por días suspendidos en en el aire sin moverse. París, Londres, Liverpool y Edimburgo entre otras ciudades fueron bombardeadas por dirigibles alemanes despertando una psicosis generalizada cada vez sus habitantes veían posarse esos habanos voladores gigantes sobre sus cabezas. Para el término de la guerra, la aviación había avanzado tanto que quedaron obsoletos al ser fácilmente derribados.
Pero afortunadamente para la historia de los zepelines, vendrían tiempos más felices y de esplendor. El dirigible más famoso que la historia recuerde fue el Graf Zeppelin que en 1929 dio la vuelta al mundo en tan sólo 22 días. Con una capacidad de transporte de 20 pasajeros, poseía una longitud de 230 metros y alcanzaba una velocidad máxima de 130 km/h. En 1931 el dirigible inauguró una nueva ruta aérea que unía regularmente Hamburgo con Río de Janeiro en tan sólo 3 días. Y con intenciones de ampliar sus rutas por Sudamérica, el Graf Zeppelin visitó Buenos Aires en 1934 creando una gran conmoción en la ciudad al dar varias vueltas sobre el Congreso de La Nación para finalmente descender en Campo de Mayo. Lo que más llama la atención en las fotos de la época, es que poseía dos grandes esvásticas en su cola que pasaron desapercibidas hasta el comienzo de la segunda guerra mundial.
La industria del transporte aéreos de pasajeros iba en ascenso y Alemania lideraba el mercado con los dos mayores dirigibles que existían: el mencionado Graf Zeppelin y el Hindenburg, que llegó a tener una capacidad de 72 pasajeros. Pero los dirigibles tenían un talón de aquiles. Existían dos gases comercialmente redituables con los que podían llenarse: Helio e Hidrógeno. Desde los comienzos de su fabricación se sabía que el primero era mucho más seguro al no ser inflamable. Sin embargo, por aquellos años el único productor mundial de Helio era Estados Unidos y por una cuestión estratégica no lo vendía a otros países. Fue así que Alemania, basó toda su industria en dirigibles que se llenaban con el altamente inflamable Hidrógeno, tomando los máximos recaudos de seguridad. Pero en 1937, el Hindenburg momentos antes de aterrizar en una visita a tierras estadounidenses, comenzó a tener una pérdida de hidrógeno y ardió enteramente en tan sólo 40 segundos. A la trágica noticia de la muerte de 37 pasajeros que rápidamente recorrió el mundo, se le sumó pronto el anuncio de que la aerolínea de aviones PanAm comenzaría con sus vuelos transoceánicos, y los dirigibles cayeron lentamente en desuso. Finalmente, con el comienzo de la segunda guerra mundial, todos los dirigibles alemanes fueron desguazados para abastecer la industria bélica.
por Esteban Nigro