“Lo que no puede arrogarse la Bicameral son atribuciones de otros poderes, como las cuestiones disciplinarias. No va a poder sancionar jueces. No es constitucional”. Textual de Marcela Losardo, el 3
de marzo. Hace solo once días. No parecía agobiada la ministra. Un día antes, Oscar Parrilli y Graciana Peñafort se habían expresado en sentido contrario. Las palabras de quien hoy transita sus horas de despedida como titular de la cartera de Justicia provocaron el último huracán cristinista en su contra. Los portavoces del Instituto Patria tomaron aquella definición como una afrenta hacia su líder. Pretendían que la echaran cuanto antes. ¿Qué hizo Alberto Fernández? Ese mismo día llamó a su amiga, poco después de la entrevista radial, para felicitarla por su exposición. Él no quería echarla y ella no quería irse.
Pero apenas una semana más tarde, durante una entrevista en C5N, el Presidente reveló que le estaba buscando un reemplazante. Conjeturas hubo de a decenas y continúan hasta hoy. ¿Cuáles serán los motivos verdaderos de su salida? ¿Estaba tan agobiada por el asedio del kirchnerismo duro? Es cierto que nunca le sacaron la lupa de encima y que la sometieron a varias operaciones de desgaste. Eso, sin embargo, alcanza para explicar una parte de la historia. La otra parte es más enigmática, y acaso descarnada. Losardo no lo dirá nunca, pero ella no esperaba un comportamiento distinto de la vicepresidenta y de sus discípulos; sí de su socio y confidente de varias décadas.
“Ella le fue más leal que su perro Dylan”, aseguran viejos conocidos de Losardo. La mujer se llevará sus secretos a París. Entre esos secretos hay varios disgustos. La abogada se inmoló por la causa y no tuvo demasiado sentido. Lo hizo incluso desde antes de asumir. Ella había sido elegida como secretaria Legal y Técnica de la presidencia. El dato nunca trascendió. A último momento Alberto la hizo saltar al Ministerio de Justicia para poder designar a Vilma Ibarra en esa secretaría. Cristina no quería a Ibarra en el staff de ministros, mucho menos en Justicia.
Este tipo de actitudes por parte de Fernández empiezan a ser vistas con desolación por sectores que arribaron al Frente de Todos tras el sorpresivo anuncio de la fórmula presidencial confiados en que, tarde o temprano, Alberto sería más él y menos Cristina. El camino ha sido exactamente al revés. Esos sectores desencantados están comprendidos por funcionarios que a la vez son amigos del jefe de Estado, por una fracción del Círculo Rojo y por quienes trabajan para él en las sombras. “A Marcela la dejaron sola, como a Ginés, pero ella no tuvo un vacunatorio VIP y siempre hizo lo que él le pidió”, dicen. La rebeldía se palpa en las charlas en off the record.
El off es un viejo truco del periodismo para obtener información a cambio de mantener en reserva al informante. Es una práctica que la política detesta y alienta con la misma intensidad. Néstor Kirchner intentó prohibir los offen sus tiempos de presidente y, desde luego, fracasó. También amagó con esa estrategia Marcos Peña, cuando era el funcionario más importante del gobierno de Mauricio Macri, aunque luego -al ver tambalear su pedido- aseguró que lo que él quería era inculcar que los funcionarios hablaran siempre en on. Ahora es el turno de Santiago Cafiero.
Molesto por las filtraciones y las críticas hacia su jefe, el ministro coordinador del Gabinete pidió que el que tenga críticas hacia Alberto las exprese en voz alta. Suele pasar: en tiempos de crisis las voces se multiplican en reserva y son pocos los que dan la cara. Le está pasando a Alberto Fernández. Con un ligero cambio: antes las riñas surgían del Instituto Patria. Hoy nacen mucho más cerca.
“Nunca se vio que un presidente anuncie la salida de un ministro y pase casi una semana y no tenga al reemplazante”, es el cuestionamiento que más se escucha. El Ministerio de Justicia está en una suerte de acefalía desde el lunes a la noche. Candidatos hay, pero suben y bajan en el transcurso del día. Al menos un hombre de confianza de Alberto desechó la posibilidad apenas trascendió su nombre. Lo extraño es que fue el propio Alberto el que mencionó a dos candidatos en la entrevista televisiva (Martín Soria y Ramiro Gutiérrez). ¿Esos postulantes quedaron descartados? ¿O la cuestión es convencer a Cristina? Quizá sea al revés, como analiza un frecuente operador del Frente de Todos. Quizá Cristina ya haya dado su consentimiento y sea Alberto el que esté tratando de convencerse.
El Gobierno sufre semanas de desgastes. A la tensión por el sucesor de Losardo se suman varios temas que están al tope de la agenda y a los que no se les encuentra salida. La escasez de vacunas y las fotos cotidianas de jóvenes sin ningún riesgo de salud vacunándose como si nada mientras millones de ancianos esperan las dosis, por ejemplo. O la suba de la inflación. O los escandalosos episodios que llegan a diario desde Formosa. Y como telón de fondo, el Fondo: el acuerdo parece lejano y Martín Guzmán duda de si tendrán algún efecto las súplicas con las que llegará pronto a Washington.
La Casa Rosada va de traspié en traspié, pero la oposición no estaría logrando sacar ventaja. Está por verse si el presunto líder opositor, Horacio Rodríguez Larreta, puede cambiar el clima interno. No son días felices para el jefe de Gobierno. El martes hubo larguísimas colas en el Luna Park, La Rural y el predio de San Lorenzo en Avenida La Plata para las personas mayores de 80 años que asistieron a vacunarse bajo el sol impiadoso del verano. Las imágenes estremecieron al alcalde y hubo una reunión de urgencia en Bolívar 1, la vieja sede del Gobierno porteño. Estuvo convocada la plana mayor de su administración y los asesores en comunicación.
“¿Quién es el responsable de esto”, preguntó Larreta. La tensión se palpaba en el aire. No es habitual en las reuniones de ministros de la Ciudad. A Larreta lo enojan más los desaciertos en la gestión que los errores políticos. El kirchnerismo celebraba. A los periodistas les llegaban por Whatsapp mensajes del tipo “les estamos ofreciendo lugares para vacunar a los porteños”. A Larreta le hacían morder el polvo: le ofrecían ayuda y diálogo los que generalmente le niegan ambas cosas.
Los pasos en falso de Rodríguez Larreta arrancaron con sus vacaciones en Buzios, Brasil, hace dos semanas. Viajó en un avión privado de la empresa Servicios y Emprendimientos Aeronáuticos S.A. junto a sus hijos y a un sobrino. La mayoría de sus funcionarios se enteró por los medios. Más allá de los días de descanso y de las dudas sobre quién financió los vuelos, Larreta viajó convencido de que, al regresar, podría asistir a la inauguración del año legislativo.
Fernán Quirós había consultado a Carla Vizzotti. Le dijo que Larreta ya había tenido Covid y que eso, en principio, lo liberaba de hacer cuarentena. El decreto presidencial dejaba dudas. Larreta viajó igual. Resultado: tuvo que inaugurar las sesiones por Zoom. La oposición lo castigó. Era de esperar.
Menos previsibles fueron ciertos susurros cercanos a su despacho. Hay quienes advierten que debe repensar su rol de opositor y cómo quiere pararse en el escenario si pretende ser el candidato presidencial excluyente de Juntos por el Cambio. Los errores no forzados de las últimas semanas encendieron luces anaranjadas.
A eso se agrega una presencia permanente en los medios y en la calle que lo incomoda: la de Patricia Bullrich. La ex ministra se mueve con el guiño de Mauricio Macri. Hasta hace poco no era tomada demasiado en serio por el larretismo. Hoy es un foco más de preocupación. Macri la quiere como primera candidata a diputada por la Capital este año. Larreta se desentendía de aquella estrategia y aseguraba que tendría un candidato propio. Amenazaba, incluso, con abrirle una interna a Bullrich. “¿Y si nos gana?”, preguntan a su lado. Hoy está recalculando.
El regreso de Macri a la escena pública el próximo jueves para presentar su libro, Primer tiempo, tampoco lo ayuda. Fernando de Andreis, el ex secretario general de la Presidencia, se ocupa de enviar por chat las invitaciones especiales. Macri quiere una presentación importante. El libro podría convertirse en best seller. Pero para los íntimos de Macri es más que eso: busca ser una suerte de reivindicación de su gestión. De ahí que quieren la presencia de radicales y de dirigentes de la Coalición Cívica. No todos están dispuestos a semejante gesto. Algunos ya anticiparon que no irán. Larreta no tiene escapatoria. Le tocará ir a poner la cara. Quizá, incluso, hasta dibuje una sonrisa.
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