El 13 de marzo de 1904 se inauguró el monumento Cristo Redentor, en el paso fronterizo de Los Libertadores, ubicado en la Quinta Región, justo en el límite entre Chile y
Argentina, a más de 3.800 metros de altura. La iniciativa de su erección en ese lugar se debió al por entonces obispo de Cuyo, monseñor Marcolino Benavente, como reafirmación de la paz que poco antes habían firmado ambos países vecinos en relación con los graves problemas limítrofes que los tenían al borde de la guerra.
Declarado Monumento Histórico Nacional y Patrimonio Cultural argentino, ese histórico día se dieron cita más de 3 mil personas a los pies del imponente Cristo con su cruz. La ceremonia comenzó con salvas de artillería que fueron disparadas por soldados de ambos países que se encontraban en formación militar a tan solo 150 metros de distancia: los chilenos en suelo argentino y los argentinos en tierra chilena.
A continuación, fue el turno de los himnos patrios a los que les siguieron los discursos de los presidentes de ambas naciones: Germán Riesco Errázuriz, de Chile, y Julio Argentino Roca, de Argentina. En tanto que mientras monseñor Mariano Antonio Espinosa, arzobispo de Buenos Aires, ofició una misa de campaña al pie del monumento, ayudado por
altas dignidades de la Iglesia chilena, el cierre estuvo a cargo del obispo de San Carlos de Ancud, Ramón Angel Jara, quien, entre otras cosas manifestó una frase que desató el aplauso de todos los presentes: “se desplomarán primeros estas montañas, antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor”.
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¿Quién realizó el Cristo Redentor y cómo lo emplazaron?
Cabe señalar que mientras la obra fue realizada por el escultor argentino Mateo Rufino Alonso, en los talleres del Arsenal de Guerra, fundiendo el bronce de los cañones, la placa colocada el día de la inauguración representa un libro abierto en cada una de cuyas hojas se destaca una mujer, simbolizando a Chile y la Argentina.
Para la primera sirvió de modelo un retrato de la argentina Oliveira Cézar de Costa, gran colaboradora de ese monumento, en tanto que para la segunda, se usó uno de María de Riesco, esposa del por entonces presidente chileno, Errázuriz..
En la base del pedestal se destacan las figuras emblemáticas de los dos países vecinos estrechándose la mano, en alusión al arreglo de su disputa por límites que durante años fue una gran amenaza de guerra, felizmente impedida por el arbitraje, que estableció en la cumbre de Los Andes, la línea divisoria entre los dos países.
Superado el conflicto tras un acuerdo logrado a pocos días de comenzar con las actividades bélicas, el gobierno mendocino decidió emplazar un gran estatua que se había hecho con otros fines y que estaba en exposición en Buenos Aires.
El destino elegido de esa obra fue el límite fronterizo entre ambos países en el lugar del paso a mayor altura entre ambos.
La tarea para trasladar esa imponente estatua de siete metros de altura y de 4 toneladas de peso que había sido fabricada con la fundición de antiguos cañones hasta ese recóndito y elevado lugar ubicado en plena Cordillera de Los Andes no fue para nada sencilla.
Hasta el pie de la montaña fue transportada en tren y desde ahí tuvieron que subirla hasta Las Cuevas, el último pueblo del lado argentino que, actualmente, cuenta con poco más de 200 habitantes. Finalmente, tuvieron que desviarse por un pequeño camino de cornisa hasta el punto exacto de la frontera, a 3.860 metros sobre el nivel del mar, a lomo de mula.
Una vez en el lugar, la obra fue colocada sobre un fuerte pedestal de granito, con la mirada fija en la línea del límite fronterizo argentino-chileno, parado sobre la mitad de un globo terráqueo. Mientras con la mano izquierda sostiene la cruz, de 7 metros de alto, apoyada sobre el hemisferio terrestre, con la derecha da la sensación de impartir la bendición a chilenos y argentinos.