La proliferación de bendiciones a uniones de parejas homosexuales en colisión con la doctrina tradicional de la Iglesia -incluido un reciente caso en una iglesia de Ushuaia- llevó al
title=”papa-francisco” target=”_blank”>Papa Francisco a través de la congregación de la Doctrina de la Fe a recordar que éstas no son lícitas para el catolicismo. No es una circunstancia fácil para un pontífice que desde el comienzo de su papado buscó adoptar una actitud comprensiva frente a una condición sexual acerca de la cual la sociedad acepta cada vez con más naturalidad.
Desde aquella famosa frase de Francisco en el vuelo de regreso de Brasil -“quién soy yo para juzgar a un gay que busca honestamente a Dios”-, a pocos meses de haber asumido, otros vientos parecieron surcar la Iglesia en esta materia. Con todo, Jorge Bergoglio aclaraba luego que solo estaba apelando al Catecismo vigente, de 1992, que dice que los homosexuales “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza” y que “se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.
Pero también el Catecismo afirma que apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Doctrina de la Fe, acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, 1975). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida”. Y completa: “No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”.
Los sectores más conservadores de la Iglesia -siempre prestos para cuestionar cualquier apertura de Francisco- no están dispuestos a tolerar “desviaciones doctrinarias que generen confusión entre los fieles”. Cuestiones como la aprobación del Papa en 2016 a que católicos divorciados en nueva unión reciban la eucaristía (la hostia consagrada) bajo ciertos requisitos suscitaron -y siguen suscitando- una dura reacción de este sector minoritario, pero muy activo, pese a que esta posibilidad fue aprobada por un sínodo.
Las resistencias son tan fuertes que Francisco tuvo que congelar la moción de un sínodo posterior, que consistía en la ordenación sacerdotal de hombres casados de probada fe y avanzada edad para ser destinados a zonas remotas del mundo con grave escasez de sacerdotes. Además de que sigue en estudio el acceso de las mujeres al diaconado (el primer peldaño eclesiástico). Dueño de una gran percepción política, Jorge Bergoglio se “estira” hasta dónde puede, tratando de acotar las tensiones dentro de la Iglesia.
Su posición sobre los gay es bien conocida. Es cierto que en una carta a unas monjas cuando era arzobispo de Buenos Aires se mostró muy duro con el matrimonio igualitario, pero aquello sonó a un mensaje al sector más conservador del Vaticano que quería desplazarlo de Buenos Aires por considerarlo “muy blando”. Ya en aquel momento -como lo ratificó como Papa- era partidario de la unión civil para ordenar una realidad que resolviera cuestiones de obra social, herencia y pensión.
Como pontífice siguió reuniéndose con una pareja de gays amigos y respondiendo a consultas de muchas otras. Pero las circunstancias lo llevaron ahora a hacer algo que poco le agrada: blandir las normas eclesiásticas -que están vigentes- por encima de la actitud pastoral. Parece estar dispuesto a pagar el precio de las críticas de los sectores más aperturistas si con ello aleja el siempre amenazante riesgo de un cisma.
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