Este martes 16 de marzo un rato después de las 9 de la noche se para el mundo. Al menos, para un puñado de delirantes que en los barrios de Chacarita,
Villa Crespo, San Martín y alrededores, pero también en España, Estados Unidos o Israel van a dejar todo por dos horas: coronavirus, cenas en familia, sueño, obligaciones laborales, discusiones sobre el Vacunatorio VIP o la guerra entre Beatriz Sarlo y Axel Kicillof.
Es que este martes, que lo sepa el resto de la humanidad que está preocupada por cosas que son mucho más importantes, se juega el clásico de los clásicos de mi barrio, se juega otra vez un Chacarita Juniors- Atlanta, y nuestros corazones y nuestras neuronas se empiezan a paralizar desde una semana atrás, en la que sólo escuchamos esa voz interior que algunos llaman conciencia, decirnos “Vamos, Chaca”, a cerrar los ojos y ver todo rojo, blanco y negro.
Mi generación, tengo 53 años y podría decir que voy a la cancha desde que nací, pero recuerdo partidos desde 1974, tiene una ventaja enorme en el historial y hace repetir a muchos, mayores y menores que yo, una frase bien tribunera: “lo ganamos con la camiseta”. Si bien venimos de más de seis años sin enfrentamientos, y de haber pasado también doce años sin jugar (entre 1999 y 2011), el hincha de Chaca tiene mil datos para defender esa conclusión “científico- tribunera”.
“Cuando le ganamos con goles del “Lalo” Eduardo País y de “El Pampa” Marcos Donadío (dos jugadores que nunca se consolidaron en primera)”, “cuando les empató Sebastián Pena jugando de 9 sobre la hora, que la bajó de pecho y definió cruzado son su pierna menos hábil entre tres defensores (y lo festejó como si fuera un mundial pero nos fuimos al descenso igual)”, “cuando salimos campeones de la Copa Damián Cané ganándoles la final en su propia cancha de Villa Crespo”, “Cuando García Cambón y los muchachos que iban a salir campeones en el ’69 le dieron vuelta un 2 a 0 de visitantes para salvarnos de descenso en 1967”, “la palomita de Víctor Zapata en el 2014 otra vez sobre la hora”, “no nos ganan en Villa Crespo desde 1984” y podría seguir, porque hay muchos datos como este, aunque esta historia de Chaca y Atlanta, que arrancó en 1927 cuando tenían las canchas separadas por una medianera en la calle Humboldt, tiene muchas más similitudes que diferencias.
Por eso trato de ser un poco más racional, de pensar un poco que cada partido es diferente, que cada jugador tiene sus días, y que cada técnico se para de una manera personal los clásicos. Y si bien el comienzo de un nuevo torneo debería ilusionarme, ya no soy un chico, y no puedo dejar de pensar en que venimos de cinco temporadas (inclusive en la que ascendimos a la Superliga), que los responsables del fútbol en Chacarita no hacen las cosas bien. Cinco años donde no contratan a un jugador que ilusione al hincha ni a un jugador desconocido que sorprenda, salvo Rodrigo Salinas,que metió 30 goles en un torneo.
En ese contexto, los entrenadores, los que eligieron jugadores y los que hicieron lo que pudieron con lo que había, sumaron más desconcierto a este lustro de fracasos. Ni el entusiasmo de técnicos principiantes como Sebastián Pena o Patricio Pisano, ni el desafío grande de un ídolo chacaritense como Jorge Vivaldo ni la experiencia de José María Bianco ni la de Claudio Biaggio pudieron enderezar el barco con planteles flojos, contrataciones insólitas y chicos de club que huyen antes de consolidarse en primera.
Y ellos, los primos del barrio, vienen con otro envión. Subieron de la B Metro y se mandaron un campañón que les cumplía el sueño del regreso a Primera en el 2020, pero tuvieron tanta mala suerte que los frenó la pandemia de coronavirus. Tras el parate, los perjudicó el “barajar y dar de nuevo” que impuso la AFA y en el minicampeonato en el que ascendieron Platense y Sarmiento de Junín, “se mancaron”. Nadie sabe con qué “Atlanta” nos vamos a encontrar, si el del campañón o el que se mancó. Tampoco podemos aventurar qué “Chaca” veremos en la cancha, si el que hace cinco años que pena en el verde césped perdiendo y perdiendo, o el que gana el tercer clásico porteño “con la camiseta”. Ojalá, para mi alegría y la de mis amigos, sea con el Chaca que levanta cabeza después de mucho tiempo y llega a los triunfos como consecuencia de jugar bien.
Lo que es seguro es que Chacarita enfrenta el partido más importante de los últimos tiempos, diría que desde el empate con Argentinos Juniors el 30 de julio de 2017, que lo llevó a la A. Y que esta campaña del 2021 va a ser marcada por el resultado de este primer partido. Si lo ganamos y repetimos las campañas pobrísimas de estos últimos cinco años, recordaremos que “Al menos le ganamos a ‘nuestros hijos’”. Si perdemos, se empezará a terminar demasiado rápido la esperanza de tener, al menos, un campeonato en el que peleemos arriba después de cuatro años.
A la hora del partido, todos estos recuerdos y especulaciones quedarán en el olvido. Sólo habrá once jugadores de cada lado dejando nuestras vidas en cada pelota. Por el honor del barrio y por los colores sagrados. Por nuestros mayores que ya no están y por los pibes de 10 años que se ilusionan, y que alguna vez le contarán a sus hijos cómo fue este, su primer “Chacarita– Atlanta”.
La ausencia de público (y de los violentos que nunca faltan) va a garantizar que esta vez sea en paz. Hago votos para que de una vez por todas, se ordenen los planetas y se vuelva a jugar (siempre) con público y en Primera A, Superliga, Liga Profesional o como se llame en el momento en que Chacarita Juniors y Atlanta vuelvan al fútbol grande de la Argentina. Se dice que la ilusión es lo último que se pierde, aunque pasan los años y la veo cada vez más lejos que al salariazo, al segundo semestre, a los brotes verdes y a la reconstrucción argentina…