Tres senadores brasileños ya murieron victimas de covid-19. El tercero de ellos, Major Olímpio, de 58 años, el jueves 19. Los parlamentarios integran la lista de más de 290 mil brasileños
fallecidos por la enfermedad que el presidente Jair Bolsonaro llamó de “gripezinha” al inicio de la pandemia.
Ahora duda también de las estadísticas y de las informaciones sobre las UTIs saturadas. “Parece que (en Brasil) sólo se muere de covid”, dijo el jueves. El cuadro de la enfermedad ya afecta a sectores de la economía y el viernes la empresa automotriz Volkswagen anunció la suspensión de sus actividades.
En uno de sus últimos discursos, Olímpio criticó el “negacionismo criminal” del gobierno brasileño frente a la gravedad del coronavirus. El senador había apoyado la elección de Bolsonaro, participó de actos políticos contra el cierre del comercio por la pandemia y después se alejó del presidente.
Brasil completó el viernes 19, dos semanas como el país con más muertes diarias por covid-19 en el mundo, según datos de Our World in Data. Dejó atrás a Estados Unidos en este trágico ranking el día 5 de marzo, y desde el martes 16 supera también a toda a América del Norte y la Unión Europea. Medido en total de óbitos desde el inicio de la pandemia, EE.UU supera a Brasil, según datos de la universidad Johns Hopkins.
Pero de acuerdo con la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), referencia científica brasileña, el país vive su “peor e histórico colapso sanitario”. Y la situación va empeorar, de acuerdo a lo que proyecta esa entidad.
Contrarios a las opiniones de Bolsonaro, además de preocupados con el aumento de casos y la falta de camas, los gobiernos de la ciudad de Río de Janeiro, de la ciudad y el estado de San Pablo y de Río Grande del Sur, por ejemplo, aplicaron medidas restrictivas. El prefecto de Río, Eduardo Paes, decretó para este fin de semana la prohibición de estar en las arenas de las playas.
Paes reconoció que la posibilidad de contagio es menor al aire libre, pero que es importante indicar a la población que la vida no es hoy normal. Para muchos cariocas, no ir a la playa es muy anormal. Esta semana las playas estuvieron llenas como en los días anteriores.
A fines de enero, en unos días que pasé en mi ciudad, las arenas estaban abarrotadas de gente. Surf, voleibol, Mate leão y agua de coco. El Río de siempre. A veces era posible dudar que estamos en una pandemia. Y muchos no usaban máscaras en puntos de la zona Sur, la más rica de la ciudad, o en la zona Oeste, dónde también hay playas y muchos negocios. Los colectivos BRT, que ligan Barra da Tijuca a Pedra de Guaratiba iban tan llenos que a veces las puertas quedaban abiertas. Difícil pedir distanciamiento social a grandes camadas de la población brasileña.
“La gente se está muriendo. Tenemos que poner un freno a esto. Lo que pido es que la gente se quede en casa, dentro de lo posible”, dijo Paes. Los gobernadores buscan limitar los avances del virus maldito también con restricciones y llamados que incluyen el toque de queda en una determinada franja horaria para evitar aglomeraciones.
La vista Copacabana, vacía por las restricciones inéditas en Río de Janeiro. Foto AP/Lucas Dumphreys
Opuesto a estas iniciativas que en su visión afectarían a la economía, Bolsonaro recurrió el jueves al Supremo Tribunal Federal (STF) para impedir las medidas restrictivas impuestas en el Distrito Federal, en Bahía y en Río Grande del Sur. El argumento que presentó fue que sólo el presidente, con aval del Congreso Nacional, puede imponer restricciones y que las limitaciones parecen un “estado de sitio”.
Esa misma referencia al “estado de sitio” llevó al presidente del STF, Luiz Fux, a telefonear a Bolsonaro para saber si la medida estaba en sus planes. El presidente rechazó que el régimen de excepción esté en su radar.
Además del estrés sanitario, Brasil vive un permanente tira y afloje político, una tensión que involucra las bases de la democracia y de la constitución. Es un torbellino con varios frentes. El bloguero popular Felipe Neto llamó al presidente de ‘genocida’ y casi tuvo que explicarse ante la Justicia. Un grupo de abogados creó, entonces, el movimiento “cala a boca já morreu” (O sea, la boca es viva y libre) para la defensa de los que sean atacados por criticas al presidente o otra autoridad pública.
El cuarto ministro de Salud del gobierno actual, el cardiólogo Marcelo Queiroga, planea visitar hospitales para chequear personalmente si las UTIs -unidades de terapia intensiva- están llenas y si la gente se está muriendo de covid, según publico el columnista de O Globo, Lauro Jardim.
El escepticismo es otro factor que ganó fuerza en la realidad brasileña actual. El padre de un amigo de Río fue vacunado con la segunda dosis de la vacuna contra el virus. Su sobrino pidió autorización a la enfermera para filmar el gran momento con su celular. La enfermera dijo que no había problema y que hasta prefería que se filmara. Al final, así quedaba comprobado que había vacunado a una persona más. Al ver el video, mi amigo reaccionó: “No veo líquido en la jeringa”. Y llamó al sobrino para que lo confirmara. El sobrino garantizó que si, que había líquido en la jeringa y que su abuelo – padre de mi amigo – estaba inoculado.
El cuarto ministro de Salud de Bolsonaro, Marcelo Queiroga, visitará hospitales para chequear si efectivamente tiene terapias intensivas llenas. Foto EFE/EPA/Marcos Oliveira
Peor situación vivió la médica cardióloga Ludhmila Hajjar. Invitada por Bolsonaro a ser ministra de Salud en lugar del general del Ejército Eduardo Pazuello, ella rechazó la propuesta. Dijo que se reunió con el presidente por creer que “habría un cambio de paradigma” frente a la pandemia. Hajjar, que defiende el uso de máscara, distanciamiento social y aislamiento, sostuvo que se equivocó, después de la reunión.
La médica también contó que intentaron invadir el hotel donde estaba en Brasilia y que el presidente le contestó – “faz parte” (casi decir, ‘normal’). “Si no fuera por la seguridad del hotel no sé lo que habría ocurrido”, dijo. El hotel rechazó su versión y dijo que no ocurrió nada de “anormal” en los días en que la médica estuvo alojada allí. Hajjar fue criticada por ‘bolsominios’ (fanáticos de Bolsonaro) y por la izquierda.
En este mar de malas noticias, la encuesta DataFolha divulgada el viernes, señaló que el pesimismo del brasileño con la economía es récord desde el gobierno de la expresidente Dilma Rousseff. Hoy 65% de los brasileños están pesimistas, dice el estudio.
El viernes 19, la empresa Volkswagen informó que suspende la producción a partir del miércoles día 24 hasta el 12 de abril, debido al agravamiento de la pandemia en Brasil. Treinta por ciento de los brasileños aprueban al gobierno Bolsonaro y 24% lo ven como regular, según la encuesta XP/Ipespe.
El rechazo es de 45%. Los que lo apoyan siguen rechazando la idea de un gobierno del PT o ‘los comunistas’, como dicen. “Familia linda”, publicó un internauta en Facebook. “Es el Brasil que quiero”, dijo al lado de foto del presidente y de su mujer.
En el ámbito sanitario, Brasil compró la semana pasada 138 millones de vacunas de Pfizer y de Janssen que empiezan a llegar a partir de abril y hasta septiembre. Ese mes parece muy lejano en esta pandemia que ya mató a tanta gente. Padres, madres, hijos, tíos, abuelos, políticos, gente del fútbol y periodistas. Un informe internacional difundido la semana pasada por el brasileño MediaTalks, de Jornalistas & Cia, apuntó que Brasil superó a Perú como el país con más muertes por Covid-19 del mundo.
Corresponsal en Brasil.
DS
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