Dicen que la ambigüedad en un Gobierno es directamente proporcional a la dispersión en el ejercicio del poder. ¿Las perspectivas económicas son buenas o malas? El interrogante no surge de un
mal augurio sino de las dos posiciones que emanan desde la administración de Alberto Fernández y que generan incertidumbre y confusión.
En un derroche de optimismo, el ministro de Economía, Martín Guzmán viene manifestando que el PBI podría crecer un 7% (dos puntos más de los pronósticos), que ya comenzó la recuperación del empleo, que la obra pública será el principal motor de la etapa que viene y que el acuerdo con el FMI consolidará la estabilización de la economía. Acuerdo de facilidades extendidas que Guzmán venía avalando sobre la base de un plazo de 10 años y con el primer pago de la deuda contraída por Mauricio Macri a partir de los 4,5 años de la firma, es decir, en el segundo semestre de 2025.
Pero la otra campana del Gobierno, la de Cristina Kirchner -justo la que más poder ostenta- dijo todo lo contrario. Que los plazos y tasas que el Fondo negocia con Guzmán no sólo es algo “inaceptable” sino que además “no podemos pagar porque no tenemos plata”. La vicepresidenta pretendía que el plazo fuera de 20 años pero desde el FMI lo rechazaron. Hasta deslizó que la Argentina sería ingobernable si no se pacta con la oposición un acuerdo sobre el endeudamiento y la política bimonetaria.
“Tiene razón Cristina”, respaldó Alberto Fernández. En verdad cada vez que la vicepresidente emite una opinión, vía twitter, carta o en un discurso como esta semana en Las Flores, luego el mandatario sale a decir que ella está en lo cierto. Como cuando habló de los funcionarios que no funcionan, cuando enfatizó que quien gobierna es Alberto F. y no ella, o salió a instalar el lawfare. Cristina siempre tiene razón.
“Cuando Cristina lo designó y luego ganó las elecciones, Alberto tuvo en claro que su rol sería el de buscar el equilibrio entre Cristina, Massa y el albertismo que nunca decidió consolidar, y relegar cualquier ambición de construir poder”, reflexiona un dirigente peronista. Admite que el mandatario optó por una lógica que va en sentido contrario del ADN del peronismo: construir poder para liderar y conducir.
En la Casa Rosada algunos funcionarios minimizan los efectos de la interna en “la gente” y apuntan que el ciudadano de a pie tiene otras preocupaciones como la vacunación y la economía. No obstante, aceptan que la actitud de Cristina erosiona la figura presidencial que había generado en el principio de la cuarentena confianza y diálogo.
Se aferran a las encuestas que circulan con una particular lectura. “Después de un año terrible por la pandemia, Alberto Fernández sigue siendo el único que tiene un diferencial favorable” respecto a las otras cabezas del Frente de Todos, es decir, Cristina Kirchner, Máximo Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof, con una negativa muy alta.
Alberto Fernández
Esperanzados en poder revertir la mala situación actual del Presidente, en el albertismo consideran que el futuro de Alberto Fernández está atado al resultado de las elecciones legislativas –por ahora- de octubre. En realidad, apuntan a un combo que incluye la vacunación, la mejora de la macro economía y el resultado electoral.
Un ministro dice no tener dudas que la elecciones deben nacionalizarse y plantearse como un plebiscito de la gestión de Alberto Fernández porque es la chance que tendría para relanzarse. Pero no le sirve que ante un eventual triunfo del Frente de Todos –algo que en la Casa Rosada ven como muy probable pese al escenario adverso- haya dudas de quién ganó. “No puede leerse como que ganaron Alberto y Cristina, el ganador tiene que ser Alberto”, asegura.
Sin embargo, para lograr semejante efecto, varias fuentes coinciden en que debería cambiar la comunicación política del Gobierno y comenzar a delinear un claro relato. “Estamos desordenados y no podemos instalar los temas de agenda sino que trabajamos siempre en la reacción”, se quejan en el Gobierno. Ocurre que en el inicio de la gestión, Fernández planteaba que él debía ser el verdadero comunicador, pero esa estrategia falló de la mano de la devaluación que ha sufrido en el último tiempo la palabra presidencial.
“No hay estrategia, no hay un esquema de trabajo con grupos de dirigentes, legisladores o los propios ministros saliendo a instalar una posición sobre un tema en particular o, por el contrario, desalentar cualquier versión que no refleje al gobierno”, indica otro funcionario.
Un claro ejemplo ocurrió con la modificación del impuesto a las ganancias que obtuvo media sanción en Diputados. Una de las escasas medidas destinada a la clase media. La motorizó y difundió Massa, pero en ningún momento la Casa Rosada la hizo suya y la planteó como un logro de la gestión de Alberto Fernández. Hasta el jefe del interbloque de Juntos por el Cambio, el radical Mario Negri, en el cierre de la sesión en la madrugada del domingo en Diputados ironizó: “Nadie está más perdido que el que no sabe dónde va. Se ha hecho del método del emparche y la improvisación un sistema de gobierno. No había existido en ningún gobierno del peronismo antes. Emparche e improvisación, cambio de opinión, incertidumbre todos los días. Es más, al Presidente ni se lo ha nombrado esta noche en 20 horas”, lanzó.
Para el albertismo la campaña electoral la tiene que encarnar Fernández, conceptualmente él tiene que ser el candidato y quienes encabecen las listas no deberían ser dirigentes de paladar negro del Instituto Patria –por ejemplo un Sergio Berni- sino hombres o mujeres moderados que permitan deducir que responden a Alberto.
De esa manera, sostienen, el mandatario podría mostrar su primer triunfo propio y la segunda vez que le gana a Juntos por el Cambio. Y hasta se ilusionan con que un eventual triunfo del oficialismo haga entrar en crisis a la oposición, por la disputa entre el radicalismo y el PRO.
Claro que para todo eso ocurra el Presidente tendría que incidir en las listas y obligar a Cristina a un bajo perfil en la etapa proselitista, algo impensado por el momento. “Alberto y Axel son una buena fórmula para la campaña”, señala un legislador.
Pero las dudas no cesan. Hay un dilema que sobrevuela la Casa Rosada sobre el día después si se diera ese triunfo electoral. “El gran interrogante es si Alberto irá contra el Poder Judicial para salvar a Cristina o si gana centralidad y se legitima para conducir un proceso de seis años de gobierno”, resume un oficialista.