“El candidato en todo el país aunque no figure en la boleta es Alberto Fernández”. La aseveración, que retrata el sentir de la Casa Rosada, pero no necesariamente de todos los
actores del armado oficialista, salió de la boca de los allegados a uno de los comensales de la mesa de los 5, que este martes volvió a compartir un asado en Olivos. Los socios del Presidente podrían reformular la máxima y cambiar el nombre del mandatario por el del Frente de Todos.
Sea cual fuera la fórmula, en la residencia presidencial, Fernández; el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro; el jefe de bloque oficialista y líder de La Cámpora, Máximo Kirchner; y el presidente de Diputados, Sergio Massa; conversaron sobre el plan para postergar las PASO y las elecciones generales que horas más tarde los últimos tres le plantearían a un sector de la oposición, pero también convinieron en la necesidad de instalar una mesa de comunicación política y toma de decisiones para ordenar una campaña electoral atípica y atravesada por la pandemia.
En el Gobierno creen que las legislativas volverán a ser -como en otras oportunidades- un plebiscito de la gestión. Si se animan a decirlo en privado es porque confían en sus números y en las proyecciones.
¿Qué significaría entonces ganar las elecciones para el oficialismo? En el Ejecutivo tienen dos respuestas para la misma pregunta. La primera y más conveniente para el oficialismo es la más simple: conseguir más legisladores en el Congreso. Juntos por el Cambio, además, tiene que defender las bancas que consiguió en 2017. La segunda respuesta es más lineal: un triunfo significaría conseguir por lo menos un voto más que la primera fuerza opositora en todo el país.
Luego, claro, habrá recortes más simbólicos, por ejemplo, si el peronismo vuelve a ganar la elección intermedia en la Provincia, principal distrito electoral del país, por primera vez desde 2005, cuando Cristina y Néstor Kirchner pulverizaron las aspiraciones de los Duhalde. La nota al pie, como advirtió el colaborador de Mauricio Macri, Hernán Iglesias Illa, es que en la Provincia el oficialismo defenderá 18 bancas que consiguieron hace 4 años por separado el Frente Renovador y Unidad Ciudadana, más la fuerza de Florencio Randazzo, a quien entonces auspiciaba el ahora presidente Fernández.
Todos los representantes del heterogéneo armado oficialista sí coinciden en la misma apuesta estratégica que relanzaron en febrero, pero que quedó parcialmente relegada por el destape de los vacunados VIP. Se trata de fortalecer las características individuales de los socios del Frente de Todos. Consideran que el principal activo del oficialismo sigue siendo, después de todo, la unidad y la solidez de una coalición.
Con esa perspectiva y la idea de replicar el éxito de 2019 explican que Massa haya levantado la bandera para elevar el piso del impuesto a las Ganancias y capitalizado esa caricia para la clase media y media alta asalariada. En el Ejecutivo aseguraban que hubieran podido subir el mínimo no imponible por decreto, pero prefirieron fortalecer al líder del Frente Renovador, que siempre se dirige a la clase media, las Pymes y pone el foco en la seguridad.
En ese esquema el papel del Cristina Kirchner está más claro: sigue siendo los dueña de alrededor del 30 por ciento de los votos -que cosecha principalmente entre sectores populares- y la principal ordenadora del oficialismo. En los despachos más importantes de la Casa Rosada no dudan cuando la pregunta es cuál es el aporte del Presidente en esa ecuación. “Alberto es la síntesis”, responden.
Relativizan la idea instalada -y proyectada en numerosas encuestas- de que el mandatario perdió la capacidad de sumar votos independientes y moderados, con su estilo dialoguista. Argumentan que la oposición y los medios convierten todas las acciones del Presidente en capitulaciones frente a Cristina Kirchner, ya sea en materia institucional o política.
En la intimidad tienen confianza en revertir ese supuesto avance sobre la subjetividad de una porción del electorado que podría ser definitoria. ¿Cómo? Con hechos, o en sus palabras, con “materialidad”. Además de las más de mil obras en marcha subrayan, primero que nada, el carácter concreto de las vacunas contra el coronavirus, principal preocupación en toda la sociedad. El Ejecutivo nacional, como el de todos los países, está a cargo de conseguir ese bien escaso, la condición que -según los más encumbrados albertistas- el Presidente logró transmitir en su última y sorpresiva cadena nacional.
La recuperación económica es para el Gobierno otro asunto material, que -reconocen- esperan capitalizar más, al igual que la llegada de vacunas, gracias a la postergación de las PASO y de las elecciones generales. El gran escollo que se divisa y que en el Ejecutivo empezando por el Presidente nadie niega es la inflación, tangible en cada góndola del supermercado. Con una aumento de precios para el primer trimestre de alrededor del 12 por ciento, más de un tercio del 29 por ciento que figura en el Presupuesto, en la Casa Rosada se esperanzan con un segundo semestre con menos inflación.
Apuestan a que la reactivación económica y del empleo sumado a la asistencia oficial contrarreste en los próximos meses el alza del índice de pobreza que el miércoles informó el INDEC.
En el Gobierno también hay críticas internas a la comunicación oficial, por las desmentidas a ministros como Felipe Solá y Carla Vizzotti, quienes habían adelantado medidas de restricciones que fueron negadas por voceros oficiales y luego confirmadas por el Ejecutivo. “Necesitamos una comunicación precisa”, apuntan.