Hubiera podido comandar un canal, estresarse con la aguja bailarina del rating, promover estrellas, pero no quiso eso para su vida. Ya había visto aquella obsesión en su padre, Alejandro Romay, locutor tucumano convertido
en alfarero del aire, director y accionista de Canal 9. Mirta Romay creció en la escuela del Zar, pero se construyó como empresaria con manual propio. La pandemia terminó haciendo de su negocio nacido hace seis años un producto codiciado.
El mismo virus que extermina a algunas industrias, impulsa y llena de prosperidad a otras. Fabricantes de barbijos, de alcohol en gel, de cristales acrílicos, surfean la hiperdemanda. El teatro, con sus puertas cerradas gran parte de 2020, acercó a cientos al recurso del On Demand, de las obras filmadas y emitidas en plataformas. Teatrix -por ejemplo- tenía al comienzo de la pandemia 12 mil suscriptores. Entre marzo y noviembre del año pasado, la empresa creció un 300%.
El estreno de la plataforma fue con ocho obras. El menú hoy es de 180. Pero Romay se niega a alardear de las mieles temporales. “Borges decía que el éxito y el fracaso son dos impostores. Se trata de trabajar y consolidar lo que se conquistó en un año excepcional. Éxito y fracaso son dos crisis muy fuertes que hay que saber transitar. Tuve una oportunidad y hay que ser cautelosos. Después de un año de pandemia, tengo una empresa distinta”.
La creadora de una plataforma online para ver obras teatrales desde casa. (Archivo Clarín).
Su padre siempre se jactaba de haber sido el “autor” de una segunda vida de Mirta. Ella llevaba semanas de nacida cuando una noche Alejandro pasó por la cuna y la vio en shock. Raudo, corrió hasta una canilla, colocó a la bebé debajo del agua y la hizo reaccionar. “Tu madre te dio la vida, yo te la devolví”, bromeaba el Zar.
Primogénita, hija única durante un año, sus primeros años transcurrieron entre la casa de Ravignani y Córdoba y los estudios de radio donde su padre se lucía como locutor. Algunos flashback la devuelven diminuta, en micros junto a artistas como Lona Warren, paseos por la Costanera y giras por clubes de barrio donde el tango monopolizaba salones con la voz del “Negro” Argentino Ledesma.
Su adolescencia continuó entre ese amor platónico por una figura que frecuentaba el canal de su padre, Sandro, y la pregunta que Don Alejandro le hacía cada noche a sus cuatro hijos: “¿Hoy quién me acompaña al teatro?”.
Cualquiera podría imaginar que el perfeccionismo de Alejandro robaba calidad al tiempo con sus retoños, que la obsesión por el palacio de la palomita aniquilaba la relación filial, pero Mirta lo desmitifica. “Era un padre hiperpresente. Llegaba a la noche y se ponía a cocinar. Estaba en lo grande y lo pequeño. Los domingos nos juntábamos en la pecera del canal”.
Mirta Romay, la hija de Alejandro.
Sangre turca (sus abuelos paternos Samuel Saúl Ben Mahor y Rebeca Sadrinas Ben Esdra habían llegado desde Esmirna) apenas pasada la mayoría de edad, Mirta se casó. Esos primeros años de matrimonio los repartió entre la crianza de tres hijos y la carrera de Psicología en la Universidad de Belgrano. Trabajó en los hospitales Israelita, Italiano, Güemes, y en su consultorio privado, hasta que en 1998 cortó el vínculo laboral con esa ciencia para bucear en la producción audiovisual. “Me di cuenta de que naturalmente podía organizar equipos y tenía capacidad de gestión”.
Para entonces, desarrolló el proyecto Formar, educación a distancia desde la TV. Más de 100 mil personas se capacitaron en nuevas tecnologías, y Mirta estuvo en la negociación con Ecuador, país que replicó el proyecto. ¿Por qué la máxima de no trabajar junto a Alejandro? ¿No lo permitía él, no lo deseaba ella? “Era yo quien no quería. Intenté mi propio camino”, aclara.
“Yo puse teatro grabado en los aviones antes de Teatrix”, lanza el dato de su prehistoria con las artes escénicas. “No había en la historia del entretenimiento a bordo una propuesta de teatro filmado. Logré llevarlo a LATAM, Iberia y luego Aerolíneas”. Entre los logros de la mujer que disfruta de ocho nietos está también el reconocimiento de parte del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) como aporte a la industria cultural.
Con manual propio. Mirta Romay no quiso trabajar junto a su padre. (Archivo Clarín. Diego Díaz)
“Con las puertas de muchos teatros cerradas, muchos productores se acercaron para tener una segunda ventana comercial. Y Teatrix se internacionalizó”, detalla. “Iniciada la pandemia comenzó la negociación con México y en breve Teatrix funcionará en Paraguay y Bolivia. También empezamos a desarrollar la comercialización de España”.
¿Qué hay de cierto de esa idea de biopic sobre su padre? ¿Por qué no abordar una serie que muestre al mundo la curva desde el niño que ayudaba en el cultivo de caña de azúcar al señor que paría televisión para “los hijos de los andamios”? “Es un proyecto interesante, con mucho para contar, pero no creo que seamos los hijos los que tengamos que hacerlo”, considera Mirta, que apenas dice su apellido a un desconocido no puede desligarse de ser vinculada con esa dinastía.
Tal vez pocos sepan que “el Romay” fue una adaptación y un homenaje. Ben Mahor era el apellido original. Un hermano de Alejandro murió en un accidente siendo niño. El juego de palabras transformó Ma-yor en Ro-may. De paso, Alejandro cristalizaba su admiración por Juan Manuel Romay, delantero de Independiente.
La sonrisa de Mirta esconde hechos traumáticos que la familia supo atravesar con fortaleza. Como las bombas en los teatros y el exilio de Don Alejandro en Puerto Rico (previa toma de Canal 9, la intervención de la emisora, con el Zar amenazado e invitado a retirarse de su despacho a punta de pistola). En diciembre de 1975, el hermano de Mirta (Omar) fue secuestrado en la calle. Lo encadenaron, le vendaron los ojos y lo llevaron a distintas casas de la provincia de Buenos Aires mientras le repetían la pregunta: “¿Cuánta plata tiene tu viejo?”.
Fueron 19 días de espanto y llegó la liberación. “Una seguidilla dolorosa, pero pudimos levantarnos”, admite la hija del limpiavidrios, devenido en vendedor callejero, en perito agrónomo, en perito sacarotécnico y finalmente en dueño del sillón al que abandonaba para ser habitué compañero de almuerzo de los utileros.
Mirta Romay fundadora de Teatrix plataforma dedicada a difundir contenidos teatrales.
-¿Al principio habrá tenido usted también grandes detractores? “Teatrix es matar la esencia del hecho vivo del teatro”, le habrán dicho…
-Siempre hay fundamentalismo en todas las disciplinas. Antes de comenzar el proyecto yo supe que iba a existir una resistencia, porque había hablado con productores. Eso no me hizo bajar el proyecto, al contrario. Renovó mis energías, porque la TV estaba en vías de caerse, Netflix había entrado a la Argentina, las plataformas OTT (Over the Top) habían empezado a tener fuerza. Entendía que ellos todavía no estaban en contacto con esa información y tenía que darles tiempos. Entendieron.
-¿Qué entendieron?
-Que esto no era una amenaza. Son universos que van en paralelo. Públicos distintos. “Conservemos la mística”, dijo alguien. ¿De qué mística hablamos? Tu tarea es producir arte, transformar al otro. ¿Guardarnos eso, para qué? Es mezquino guardarse algo con tanto valor social. Además, muchos desconocen la cantidad de gente con alto poder educativo que perdió poder adquisitivo para ir al teatro. O que se fue a vivir lejos de la capital. Hay que entender los cambios de consumo. Todo tiene que coexistir: el paseo para ir al teatro y el teatro en una plataforma desde casa.