Los oráculos son, quizás, el misterio más antiguo de la cultura. Han adoptado diversas formas: las profecías de los dioses griegos, los predicamentos de las pitonisas, los vaticinios de los textos
religiosos, los pronósticos de la ciencia que a menudo hacen agua y la versión más light de todas: los horóscopos -chinos, mayas y occidentales- que nos ofrecen el futuro en lógica entretenimiento. A diferencia de otros animales, a los humanos no nos alcanza con el presente, necesitamos saber más.
Esto, que a veces resulta algo bizarro, ha sido sin embargo un motor de desarrollo humano: entender para develar qué va a suceder. Pero en lo cotidiano, nos lleva a una serie de excesos, como si nuestro pasado hablara por nosotros, como si no pudiéramos modificar lo que fue. La historia personal ya no como trampolín para ir más allá sino como freno, como limitación: si esto has vivido, hasta acá vas a llegar.
¿Debe ser así, acaso? Lo que impresiona de la historia de Guillermina no es tanto lo que sufrió -lamentablemente hay casos con mucha similitud- si no que su familia y ella no hayan quedado atadas psicológicamente a la idea de debilidad, de mejor no, de cuidarse de más por las dudas, de tener el paraguas siempre a mano porque mojarse parece peligroso.
Conozco un chico que nació con un problema en la columna y cuando jugaba al fútbol, con alguna dificultad, imaginaba el modelo Garrincha, el futbolista brasileño que creció con los pies hacia adentro. Ahora que está de moda la palabra, diríamos que son ejemplos de resiliencia. Me parece, sin embargo, que existe algo más: una capacidad para entusiasmarse y de decidir que los golpes no son determinantes.
Si bien hablamos hasta ahora de casos excepcionales, hay una lectura que nos sirve a todos. ¿Cuántas veces hemos pensado que por habernos ido mal en un examen -a nosotros, familiares, allegados- no servimos para cierto tipo de carreras? ¿O que aquel que maneja con torpeza el destornillador no será un buen mecánico? Ni hablar del que quemó la carne en el asador…
Los oráculos no son inocentes: suelen tomar información de quien pregunta para su propio algoritmo. Por eso, por tendenciosos, mejor no hacerles demasiado caso.
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