“A lo largo de mi carrera tuve dos padres. Horacio Rodríguez Larreta fue mi padre en la gestión: él me recibió en mi primer trabajo en el Estado, en 1998, y
gran parte de lo que aprendí sobre gestión pública, lo aprendí trabajando con él. Mauricio fue mi padre en la política: siempre apostó por mi crecimiento y me dio un espacio para ocupar espacios políticos que otras personas no me dieron.
Durante los ocho años que compartimos el gobierno de la Ciudad aprendí muchísimo de ellos y con ellos, pero, como pasa en la vida, llega un día en que los hijos se van de la casa. Nunca es fácil. Nunca es de un día a otro. A veces, los hijos vuelven para lavar la ropa o almorzar los domingos, pero después se van porque necesitan hacer su propio camino, y es inevitable que eso ocurra.
Con Horacio me pasó en diciembre de 2013, cuando ambos tuvimos la posibilidad de ser candidatos a jefe de Gobierno de la Ciudad. Por primera vez, existía la posibilidad de que la alumna compitiera con su maestro, y eso nos incomodaba profundamente a los dos. Lo saldamos en una charla a solas en un café, y ahí empezó entre nosotros una nueva etapa.
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Con Mauricio, en cambio, fue mucho más difícil irme de casa. Las tensiones entre quien gobierna la provincia y quien preside el país siempre existieron, y nosotros no fuimos una excepción. Nuestro vínculo no se vio dañado en los años de gobierno porque los dos tuvimos la inteligencia de preservar ese espacio por fuera de nuestros roles partidarios. Fue una decisión muy sana, para nosotros y para el país.
En la dimensión política, sin embargo, nuestra relación pasó por dos etapas en esos cuatro años, las mismas en las que divido mi gobierno: 2016-2017, que tuvieron una dinámica positiva, y 2018-2019, que fueron una realidad completamente diferente.
En los primeros años de gobierno, desde el punto de vista del trabajo político, partidario e institucional, con Mauricio estuvimos juntos y la relación política funcionó muy bien. Había un vínculo de cooperación fuerte y un trabajo de equipo genuino y real entre ambos gobiernos. No quiero decir que no atravesáramos desafíos o no tuviéramos discusiones. De hecho, fueron años en que la prensa nos consultaba permanentemente sobre nuestro vínculo y trataba de identificar sin éxito alguna fisura entre nosotros, pero el vínculo político se sostenía muy fuertemente. La Provincia y la Nación trabajaron juntas, y eso fue muy bueno para los bonaerenses porque hacía muchos años que la presidencia y la gobernación no se relacionaban de esa manera tan fluida, tan natural, tan de equipo.
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Pero a lo largo de 2018, con la consolidación de la crisis, y hasta que perdimos las elecciones en 2019, hubo un deterioro de esa relación. Entonces, las distintas miradas sobre la situación económica y social que teníamos en el gobierno provincial y el gobierno nacional generaron una tensión imposible de ocultar.
En enero de 2018, Toto Caputo, secretario de Finanzas del gobierno nacional, empezó a advertirnos sobre el agotamiento del crédito para Argentina y la posibilidad de una crisis. En abril se cerraron los mercados y se produjo una devaluación, la primera de muchas, sin que en ese proceso el gobierno nacional pudiera encontrar un piso de confianza para reencauzar la economía.
Mauricio solía explicarme lo que le pasaba con las sucesivas devaluaciones dramáticas con una imagen muy gráfica: cuando el precio del dólar se disparaba, sentía que el piso debajo de sus pies desaparecía y que ya no tenía dónde pararse. No era algo metafórico, era real, porque cada devaluación le quitaba base de apoyo. Creo que el hecho que en dos años haya habido al menos tres devaluaciones importantes hizo que él sintiera ese abismo y que la crisis lo tomara por completo como presidente. En esa situación tan dramática, era difícil que pudiera sostener a alguien más, y eso nos incluía a mí y a la provincia.
En esa dinámica, que no tenía que ver con nuestro vínculo personal, sino con los roles que cada uno de los dos ocupaba en el país, los entornos agudizaron el problema y entre nuestros equipos empezaron a generarse dudas que antes no existían. Todo lo que antes era virtuoso se convirtió en objeto de desconfianza y, de a poco, los vínculos entre los funcionarios nacionales y provinciales dejaron de ser tan claros y fluidos como lo habían sido en los primeros dos años.
La coordinación entre provincia y nación siguió siendo muy fluida en el aspecto social por el vínculo político y personal que tenemos con Carolina Stanley desde hace quince años. Carolina era parte de la mesa de crisis de provincia, y la contención social en el Conurbano estaba muy bien articulada entre el gobierno provincial y el gobierno nacional. Ahí no había ningún tipo de ruido ni de confusión. En Seguridad, más allá de que Patricia Bullrich y Cristian Ritondo a veces tenían miradas distintas, al final del día había acuerdo y había comando operativo conjunto.
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En el área económica y política, en cambio, hubo perspectivas muy distintas y una tensión creciente entre la mirada de la provincia y la mirada de la nación a partir de 2018.
Nosotros, que estábamos en contacto directo con un territorio inmenso, con los intendentes y con la gente, veíamos cosas distintas de las que veían en el gobierno nacional, y a medida que la crisis se agudizaba, empezamos a tener una mirada muy diferente de la que sostenían los funcionarios nacionales, sobre todo en el equipo económico de Nicolás Dujovne, respecto de lo que estaba pasando y de cuánto más esfuerzo podíamos pedirle a la gente.
Mientras el equipo económico nacional prometía una salida a partir del acuerdo con el FMI, creyendo que después de una primera etapa difícil iba a haber un rebote de la economía, nosotros percibíamos que las restricciones sobre la gente se estaban extendiendo demasiado en el tiempo y que el futuro de crecimiento que prometíamos se postergaba cada vez más. Una y otra vez el equipo económico pronosticaba una recuperación que nunca llegaba.
Nuestra mirada de la situación estaba fuertemente imbuida por el Conurbano, y era inevitable: no es lo mismo gobernar un territorio que incluye al Conurbano bonaerense que gobernar otra provincia del país. Son realidades muy distintas, y yo siempre era la portadora de esa realidad y de las malas noticias. En las reuniones nacionales, era la que llegaba para decir que los recursos no alcanzaban.
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