Uno de los más grandes éxitos de Tony Bennett, a lo largo de su carrera, fue “Dejé mi corazón en San Francisco” (“I Left My Heart In San Francisco). La canción, de tono sentimental, se refería a quien no podía disfrutar de los encantos de ciudades como Paris o Nueva York, porque su corazón estaba en su ciudad natal, San Francisco. Metafóricamente, claro. Sin embargo, el caso del que nos vamos a ocupar no tuvo nada de metafórico.
El tenor siciliano Giuseppe Anselmi (1876-1929), que fue el Plácido Domingo de sus tiempos (en todos los sentidos, pero en aquel entonces no existía el #MeToo), dejó su corazón en Madrid, de forma literal. El famoso cantante decía que era una ciudad que le había brindado tanto amor que, cuando muriera, deseaba que le extirparan el corazón y lo conservaran en el museo del Teatro Real de la capital española. Así se hizo (y después hablan de lo estrafalario de los cantantes de rock). Pero la adoración al corazón de Anselmi no duró demasiado tiempo. Tuvo sus complicaciones.
La demanda por las actuaciones de Anselmi fue motivo de batallas constantes entre muchos teatros de ópera en el mundo. Todos lo querían. Nuestro Teatro Colón, en la opulenta Argentina de 1910, año del Centenario, se dio el lujo de hospedarlo durante varios meses, algo que hoy le sería imposible a cualquier teatro lírico, por más rico que sea el país, con un cantante internacional de esa categoría. Y Anselmi cantó ese año siete óperas distintas en el Colón: “Rigoletto” de Verdi, “Manon” de Massenet, “El barbero de Sevilla” de Rossini, “Don Pasquale” de Donizetti, “La Bohème” de Puccini, “La sonnambula” de Bellini, y “Romeo y Julieta” de Gounod. En 1911 no vino, en 1912 volvió a ser huésped y cantó 6 óperas, lo mismo que 1913, último año que nos visitó, y cuando (entre otros títulos) estrenó “Los pescadores de perlas” de Bizet, ópera que recién se hizo nuevamente en el Colón este año.
La voz de Anselmi era tan valorada como, según se dijo antes, sus dotes amatorias, y su sola presencia causaba sensación entre las damas, que hasta le entregaban sus objetos personales, y hasta su ropa interior en el camarín. Un auténtico mito sexual que vivió otros tiempos, los de abuelas más liberadas (o irresponsables). Cuentan que fue el favorito de la reina Victoria Eugenia.
Su último año en el Colón fue, como se vio, 1913, porque después sobrevino la Primera Guerra Mundial, y fue llamado a filas. Aunque sobrevivió a los combates, la experiencia vivida entre trincheras fue tan dura que nunca logró superarla. Cronistas de la época, cuando retomó su carrera después del conflicto, en 1918 (año, también hay que recordarlo, en el que se extendió por el mundo la pandemia conocida como “fiebre española”) señalaron que ni porte escénico, ni su voz, ya eran los mismos de antes. Sobrevivió hasta 1929, cuando murió a los 53 años víctima de una neumonía; ya hacía varios años que no cantaba o sólo era contratado por pequeños teatros de provincia en papeles sin mayor importancia.
Sin dejar de lado el fervor que el público argentino, y el de otras naciones, le demostró siempre en sus actuaciones, Anselmi guardaba debilidad por el español, y así lo hizo saber en su testamento cuando dispuso que se le extrajera el corazón, para que fuera conservado como reliquia en el Teatro Real de Madrid. El tenor había debutado allí en 1907, tres años antes de su debut en el Colón, y ganaba un 30% por función que cualquier otro cantante de su misma categoría.
La elección del Real tenía sus razones: era tal la devoción que las autoridades de ese teatro sentían por el artista siciliano, que el director general, Luis París, le pidió algún “objeto personal” para guardar en sus instalaciones. La respuesta de Anselmi sobrepasó todas las expectativas, pues ya le anticipó a París lo que más tarde escribió en su testamento.
Más allá de lo estrafalario de la donación, el Real debió cumplir con una serie de requisitos legales insólitos, ya que Anselmi murió en Italia y su corazón, para reposar en Madrid, debió atravesar las fronteras de una Europa a la que le faltaban varias décadas para unificarse. Cuentan las crónicas de entonces que la víscera en cuestión debió esperar un año entero en el Museo de Antropología de Madrid antes de llegar al Teatro Real.
Sin embargo, no terminaron allí las penurias del pobre corazón de Anselmi. Madrid estaba a punto de entrar en la Guerra Civil, y las bombas que cayeron sobre su principal casa lírica estuvieron a punto de provocar que desapareciera. Si bien el Teatro permaneció en pie, buena parte de su estructura, incluyendo su Museo, se destruyó, y los escombros taparon buena parte de los tesoros que allí se conservaban. Según relatan, el corazón de Anselmi apareció de casualidad en un tacho de basura, en medio de ladrillos y vigas rotos, y sólo fue reconocido por el pequeño cofre en que se lo guardaba.
Al término de la Guerra Civil, las obras de reconstrucción que inició el Real impidieron que el corazón volviera a su sitio, y entonces viajó hasta el Museo Nacional de Almagro, donde se conserva hasta la actualidad en una caja de plata. Sin embargo, el Real, lejos de renunciar a la reliquia, insiste en su devolución.
Sin embargo, la historia del corazón de Anselmi no es la única excentricidad en los anales de la ópera en España, ya que otro tenor, esta vez español y anterior a él, Julián Gayarre (1844-1890), le donó al Real su faringe al morir. Por algo el director de cine aragonés, Luis Buñuel, y el artista plástico Salvador Dalí, crearon el arte que crearon.
A diferencia de Anselmi, no existen testimonios grabados de su voz, a la que los diarios de la época definían como “angelical”. Víctima de una epidemia de gripe, fueron los médicos que lo atendieron en su lecho de muerte quienes pidieron permiso a los familiares para extraerle la laringe cuando muriera. Aparentemente, nadie podía creer que de un cuerpo humano surgiera ese sonido “celestial”.
Y así se hizo: una “autopsia” de su laringe, sin embargo, no reveló secreto alguno, como si la belleza de una voz fuera una cuestión anatómica. ¿Qué harían luego con la laringe de Gayerre? Pues los médicos decidieron donársela al Real de Madrid, donde corrió casi igual suerte que el corazón de Anselmi. Hoy se encuentra expuesta en el Museo Julián Gayarre de Roncal.
Fuente Ambito