
El hambre y la desesperación mueven a un pueblo conducido por una mujer, la Mansa, a salir en busca de un territorio que le sea propio, según lo cuenta un muchacho “cronista mayor del desamparo” en “Mandarino” (Eterna Cadencia) novela de Ezequiel Pérez, profesor de Literatura latinoamericana (UBA) y autor de la novela “Hay que llegar a las casas”. Dialogamos con él.
Ezequiel Pérez: Se podría pensar que transcurre en un pasado colonial por el uso de la lengua de las Crónicas de Indias. Hay elementos que podrían resultar anacrónicos, que conviven con nosotros y a la vez resultan verosímiles en ese marco. Son diálogos que la escritura entabla con el presente, incluso cuando uno no lo busca conscientemente. “Mandarino” no es una novela histórica, no tiene ninguna referencialidad a un momento histórico preciso o a un personaje que tuvo existencia real, y que ahora se ficcionaliza. Es el universo de la novela el que tiende lazos con el presente, con preocupaciones y problemáticas actuales, y que no resuelve, porque ni yo ni la novela podíamos resolver eso desde la ficción, pero que aparecen planteados o transitados en sus posibilidades.
E.P.: Totalmente. La idea de la fundación en gran parte, es un acto del habla, del lenguaje, una pura potencialidad. Sobre todo, si se lo piensa en contextos coloniales. Un grupo funda desde el lenguaje y las armas el sometimiento de un territorio. La novela explora las fundaciones y su derrumbe. El efecto de desconfianza sobre lo que el lenguaje puede decir sobre lo que funda, lo que considera que es. A veces empiezan a aparecer señas de delimitación, que excluyen; el alambrado, por ejemplo. Cuando aparece un límite termina excluyendo, sacando el pueblo de dónde se había asentado. Y, cada vez que aparece un límite, la expedición, los excluidos se ponen nuevamente en marcha.
P.: Mandarino, el narrador, “cronista mayor del desamparo”, habla de la utopía de “los que no tenemos más tierra que la tierra soñada”.
E.P.: Esa tierra futura es tal vez en la que se está, pero aún no lo es del todo. Por eso su carácter precario. Ese futuro se construye desde algo legítimo, un lugar dónde vivir, dónde sobrevivir. La novela se puede leer en clave utópica, que esa utopía no está ahí, está más allá, pero que esté.
P.: La historia se corona con la ilusión de llegar a la ciudad mítica de El Dorado.
E.P.: Que siempre se mueve un poco más allá, que siempre es el objeto del deseo.
P.: Hay algo que tiene que ver con la aventura de la fundación que tiene un eco con actual, quien ordena, conduce la expedición es una mujer, una capitana, la Mansa.
E.P.: Me interesaba que la Mansa no fuera guiada por la valentía, el éxito o la concreción absoluta del deseo, que no fuera alguien absolutamente nítido. Siempre un poco lejos, dos o tres canoas adelante. Alguien que se puede permitir el desvío, el pequeño fracaso, la toma de decisión genuina, y que hace que la expedición siga.
P.: La novela está contada, capítulo a capítulo, en distintos géneros literarios: la crónica, el diario, la poesía, el diálogo, la carta, el testamento.
E.P.: Eso va marcando el desarrollo de Mandarino, que observa lo que lo rodea y necesita de diferentes formas para decir lo que lo rodea y que no puede agarrar del todo, y lo intenta a través del dibujo, la carta, un poema, su diario. Trata, y lo que le queda es el tránsito en sus múltiples formas. Ese tránsito se marca por diferentes géneros discursivos, por diferentes formas del decir, como las crónicas de Indias, la crónica familiar, la carta, atravesadas por esa mirada de ese alrededor que no llega asir de todo, y lo intenta de muchas maneras.
P.: ¿Por qué todo ocurre en el Paraná, Las Lechiguanas y Entre Ríos?
E.P.: Tiene que ver con bajar a tierra ese deseo del Dorado, de convertirlo en tierra, en materia, en un pez, en algo que está ahí. En un río que tiene sus oscuridades, que pone sus contras, que a veces fluye y otras no. La primera imagen que tuve fue una expedición de piraguas por ese río. Es un poco paradójico, no sé si la piragua es lo mejor para salir en expedición. Van a contracorriente, hacen todo al revés y sin embargo están ahí y se dicen: nos amuchamos y seguimos. Por otra parte, el Litoral es una geografía que me queda cómoda por haber vivido en Villa Ramallo, que está pegada al Paraná, a Entre Ríos, al lado de Santa Fe.
P.: “Mandarino” puede relacionarse con obras de Saer, Mujica Laínez, Di Benedetto…
E.P.: Todos los nombrados tienen que ver con mi formación de lector. Me interesa el gesto de buscar un poco más allá del siglo XIX y con una línea que se extiende a lo que se es hoy. Por lo general se mira muchísimo el siglo XIX, la Gauchesca, el “Facundo” para definir lo que se es hoy. A mí me interesan los que van más atrás como Mujica Laínez, Saer, Di Benedetto. El siglo XIX pareció obnubilar, y que se dijera: la literatura argentina arranca ahí y nuestras preocupaciones como nación también arrancan en el siglo XIX con “El matadero”, “La cautiva”, Sarmiento, el “Martín Fierro”. Por mi parte ese ir un poco más atrás siempre me interesó.
P.: ¿Ahora que está escribiendo?
E.P.: “La demora”, una crónica. Trata del pueblo donde nací, Villa Ramallo. Gira en torno a un hecho que sucedió y que pareciera no querer tocarlo de lleno, visto desde alguien que está en la ciudad desde hace unos cuantos años.
Fuente Ambito