Descendiente de militares, Silvia Labeyru en la secundaria se vuelve militante de Montoneros, es secuestrada y llevada a la ESMA, y cuando es liberada comienza a vivir un nuevo infierno. Un retrato minucioso de la vida de esa mujer lo expone Leila Guerriero en “La llamada” (Anagrama). Guerriero consagrada y premiada narradora de no ficción es autora de “Plano americano”, “La otra guerra”, “Los suicidas del fin del mundo”, entre otros libros. Dialogamos con ella.
Periodista: ¿La historia de Silvia Labayru la llevó a hacer un retrato, como con Bruno Gelber y con el bailarín González Alcántara?
Leila Guerriero: Hay una voluntad en mí, en todos los libros que escribí, de contar la persona en su conjunto. En una historia tan fuerte como la de Silvia Labayru la tentación era contar el año y medio de su militancia en Montoneros, el secuestro en la ESMA, y su salida del país. Era fácil, y sesgado, contar su vida solo por todo lo que le pasó a los veinte pocos años, hay mucha vida después.
P.: Dado que sobre el tema se ha escrito mucho, ¿qué la llevó a reunirse, investigar y escribir sobre Silvia Labayru?
L.G.: “La llamada” no es un libro sobre lo mucho que se ha escrito sobre los 70, sino sobre alguien con muchas singularidades. Es una de las tres querellantes en el primer juicio por crímenes de violencia sexual que se hizo a represores. Al secuestrarla, estaba embarazada de cinco meses y parió en la ESMA. A su hija no se la apropiaron los militares, sino que se la entregaron a los abuelos paternos, algo que se dio en pocos casos. La obligaron a acompañar a Alfredo Astiz, que la hizo pasar por su hermana, a reuniones de las Madres de Plaza de Mayo que terminó con el secuestro de tres Madres, dos monjas y siete familiares, desaparecidos. Eso se extendió sobre ella como una nube negra una vez que salió de la ESMA y se fue a España Sufrió el repudio de sus compañeros. Yo no tenía idea de que eso pasaba, lo supe investigando para el libro. Estaban todas esas singularidades. Y cuando me encontré con ella fui conociendo otras.
P.: ¿Por ejemplo?
L.G.: Cuando se fue del país dejó aquí una relación, que fue muy importante, con un compañero del Colegio Nacional de Buenos Aires, que es su pareja actual. Desde el exilio le mandaba cartas de socorro, que nunca le llegaron porque los padres las destruían para que el hijo no volviera a entrar en contacto con una persona peligrosa. Una historia entre horrorosa y shakespeareana, un Romeo y Julieta con final feliz.
P.: ¿Cómo logró mantener distancia tanto con Silvia Labayru como con los que entrevistó para confrontar lo que ella le decía?
L.G.: No se puede contar una historia si se está demasiado preocupado con lo que le pasa a uno con esa historia. No se puede ser cómplice o conmiserarse, tiene que haber una distancia que no implique frialdad sino confianza, que aclare: esta es una entrevista y no somos amigas. Es una relación dispar, como en el psicoanálisis. Los testimonios de otros sirven para contrastar y echar luz a lo que el entrevistado no dice porque el peor pecado de un periodista es ser cándido. Esos testimonios satelitales, algunos muy centrales, iluminan los de ella, a veces de manera muy incómoda, a veces afirman sus dichos, la juzgan o no coinciden. Una mujer inteligente como Labayru suele estar rodeada de amigos inteligentes; con los que hablé fueron francos y hablaron con soltura, sin trabas. Eso también a pedido de ella.
P.: ¿Silvia Labayru salva su vida por ser hija de militares, por “la llamada” a su padre o por su belleza?
L.G.: Eso es incontestable. Me parece que forma parte de la perversión de los represores la decisión de a esta la matamos, a esta la liberamos. Esta es demasiado linda para matarla. No hay una explicación. Por la ESMA pasaron miles de personas y sobrevivieron una doscientas. La arbitrariedad de por qué fue, es un pozo oscuro del alma para los sobrevivientes. Es una conjunción de muchas cosas y de capricho. Con Silvia Labayru pudo ser su belleza, ser una chica viajada que habla idiomas, que es hija y pariente de militares, y acaso esa llamada que hace el Tigre Acosta desde la ESMA a su padre y su padre cree que lo llama un Montonero y le grita amenazas e insultos, lo que desconcierta al Tigre Acosta. Hay muchas posibilidades, entre ellas una caprichosa, arbitraria, demencial: ¿pensaron que esa gente se iba a quedar callada?
P.: ¿Cómo armó un libro a la vez documentado y novelesco?
L.G.: Antes de ponerme a escribir releo todo el material. En este caso me llevó dos semanas. Miles de páginas de transcripciones, notas en libros, la causa judicial de la ESMA, las declaraciones ante la CONADEP, el juicio por crímenes de violaciones sexuales realizados por los represores. Y no empiezo a escribir hasta que tengo la primera frase, cómo arranca, es mi faro en la tormenta. A partir de ahí voy encontrando la tónica, el tono, la textura, la música del libro. Y estoy atenta a la tensión argumental. Tenía claro que el tiempo que pasó en la ESMA tenía que ser narrado con todo detalle, pero también cómo había continuado su vida después de eso. Hay cuestiones que remiten a cierta adicción a la adrenalina que le dejó su militancia en el sector Inteligencia de Montoneros y a la sombra que la cubre de su paso por la ESMA. La vida de Silvia Labayru está repleta de cosas impactantes, de tensiones y yo tenía que hacer que esas tensiones atravesaran todo el libro, que el lector se fuera preguntando, una y otra vez, y ahora qué. Convocar a la duda de qué más va a pasarle ahora. El otro día me decían que “La llamada” tenía el ritmo de un thriller, yo no coincido, pero bueno; para mí es un retrato.
Fuente Ambito