Las carteleras coloridas, con personajes de María Elena Walsh y mensajes sobre la importancia de las vacunas, se intercalan con afiches y panfletos grises que recuerdan que el hospital pediátrico de alta complejidad más importante del país está atravesado por una lucha que lleva meses. Un reclamo salarial y presupuestario que ya se plasmó en ocho paros y convocó al noveno, sin respuesta del Ministerio de Salud más que redoblar la apuesta por el ajuste. El colectivo de trabajadores y trabajadoras del Hospital Garrahan resiste y persevera, pero las pérdidas ya son un hecho: desde que asumió el gobierno de Javier Milei se fueron tantos profesionales de la salud como en la última década.
“Ese dato lo confirmó la propia dirección del hospital. Y lo dijeron hace dos o tres meses, o sea que ya se incrementó”, dice Gerardo Oroz, auxiliar de farmacia y secretario general de la Junta Interna de ATE. Entre octubre y noviembre, cuenta, se fueron cuatro farmacéuticos de su sector. “Son profesionales calificados que se han formado en la universidad pública, que hicieron su residencia en el hospital, que tienen la experiencia de trabajar con alta complejidad. Por los salarios tan bajos que tenemos son difíciles de reemplazar”, lamenta. Uno de esos profesionales dejó el Garrahan por Farmacity: “Cobra más ahí que acá con una guardia”.
En una charla que incluye a referentes de distintos sectores, los relatos coinciden: la cara más palpable de las malas condiciones laborales está en las renuncias crecientes. “En cada reunión que tenemos para ver cómo seguimos, siempre hay alguien que dice ‘che, me voy’. Hay gente que se va del país, hay gente que se va a privados. Siempre hay alguno que se baja”, cuenta el neurocirujano Guido Gromadzyn, miembro de Trabajadores Autoconvocados. Y sigue: “Eso no significa solamente un compañero menos. A veces detrás de esa persona hay un montón de años de formación o un grupo interdisciplinario que se destroza. En un sector en el que hay tres médicos de planta para trabajar patologías extremadamente raras, uno de los tres el otro día dijo ‘no voy a estar más’. Y en nutrición, por ejemplo, ya renunciaron cuatro”, detalla.
De ambo verde y rosa, lleva 15 años en el hospital. Ya vivió otros reclamos, pero este es distinto. “Hay algo que escuché en mucha gente que está acá hace mucho: ‘por primera vez siento mi puesto de trabajo en juego’. Ese miedo no paraliza, sino que moviliza. Hay mucha más bronca. No solamente por nosotros, sino sobre todo por los pacientes. Lo que hacemos tiene que ver con defender el derecho nuestro como trabajadores de cobrar un sueldo digno, pero también con que las infancias tengan una buena atención. Sabemos que el Garrahan es el mejor lugar. Y vemos que esta es una forma de desarmarlo. De a poco”.
Más demanda, menos oferta
En el Hospital Garrahan hay unos cinco mil trabajadores y trabajadoras de planta. Se suman cerca de 500 residentes de Nación y Ciudad, más personal becado. En total, algo más de seis mil personas. Cada año, el conjunto atiende alrededor de 600 mil consultas, realiza diez mil cirugías de altísima complejidad, el 50% de los trasplantes pediátricos del país y el 40% de los tratamientos de cáncer en pediatría. Un emblema para la Argentina y la región, que recibe en su gran mayoría a población de bajos recursos. “La motosierra de Milei en el Garrahan no pasará. Con la lucha defendemos la salud pública”, dice una bandera colgada en el hall de Combate de los Pozos 1881, por donde entra y sale el personal. A pocos metros está Sandra, con su nene de cuatro años. Está inquieto, molesto. Sentado entre los bolsos que su mamá carga desde Chaco. De allá lo derivaron al Garrahan para tratar una complicación del desprendimiento de retina. Pero el turno que le acaban de dar es para enero. La mujer y el nene desandarán el camino para volver a recorrerlo en el verano.
“En un gobierno al que le gustan tanto las fórmulas económicas y la curva de oferta y demanda, acá la demanda sigue creciendo porque al destruirse puestos de trabajo caen obras sociales. Eso se nota completamente. Esa curva fue creciendo y la oferta, las posibilidades que tenemos, son menores. Hay medicaciones que recortamos. Tengo una planilla diaria donde se anota lo que no podemos dar o tenemos que dar menos. Como micofenolato, medicaciones que se guardan para internación y para ambulatorios ya no hay. Con una curva de demanda mayor, eso es explosivo. Y somos los trabajadores quienes tenemos que lidiar con ese padre que esperó cuatro horas por un blíster de ibuprofeno para volverse a González Catán”, relata Oroz.
Pese a las esperas y demoras, la gran mayoría no se enoja con el personal. Florencia lleva un año y medio viniendo desde Ezeiza para atender a su hijo de dos en el servicio de neurología. Está al tanto del reclamo salarial y lo acompaña. Sabe que es el mejor lugar para tratar a su niño, porque antes también estuvieron en este hospital su sobrina –por una discapacidad motriz- y su hermano, con retraso madurativo. Toda su familia está agradecida con el Garrahan.
En defensa de la salud pública
Emilce Correa Louzao es técnica de laboratorio y trabaja hace 13 años en el hospital que la formó. En la espalda de su guardapolvo lleva una de las viñetas que realizaron artistas en solidaridad con el reclamo laboral. “El Hospital Garrahan no se toca”, dice la obra de la ilustradora y activista Ro Ferrer. “A la mañana hago extracciones y ahora que tengo la estampa en el guardapolvo todos los padres me hacen comentarios. Me sacan fotos, me dicen que hay que pelear. No hubo ni una crítica negativa frente a nuestros reclamos. Entienden que estamos para defender el hospital”.
Muchas Gracias a Todxs! por su ayuda en difundir nuestra Lucha! @RoFerrerIlustra @matiasdebrasi @lluviadibuja @caricaturasfz#Artivismo
Salud Pública, Gratuita y de Calidad 💪🏽🇦🇷@APyT_Garrahan @AteGarrahan pic.twitter.com/4pldbyVlch
— Veritz G. (@veruznika) November 1, 2024
Josmar Flores Arnez es licenciado en bioimágenes en el sector de neurointervencionismo. Está hace 15 años en el hospital. En el marco del conflicto ya renunció una de las tres personas que trabajan en su área. “Todavía ni se está hablando de cubrir ese cargo. Quedan comprometidos determinados procedimientos o cirugías en su rango horario, y se demoran diagnósticos”, advierte. Pese a las dificultades, siente el apoyo tanto de las familias que transitan en hospital como de la sociedad en general. Como se notó en el Monumental, cuando profesionales del Garrahan salieron a la cancha para visibilizar su reclamo y recibieron una ovación. “Los únicos que no nos escuchan son las autoridades del Ministerio de Salud. Les pedimos respuestas y no las están dando. Todo lo contrario. Hay como una avanzada. La semana pasada el Consejo se reunió con el ministro (Mario Lugones) y empezaron a hablar sobre auditorías, sobre tocar los sectores tercerizados. Ninguna de las cosas que proponen es para mejoras salariales o de condiciones laborales, sino para ir marcando más los pasos de cuál es el camino que quieren ellos”. «
Debajo de la canasta
“Lo que se ve en estos meses es que cada vez nos cuesta más llegar a fin de mes. Todos terminamos teniendo un montón de trabajos. Salimos de acá y hacemos guardias en otro lado, agarramos todos los módulos y horas extras que podemos. Es un tema, porque la calidad de la atención baja. Estamos súper saturados de trabajo porque no llegamos a solventar el alquiler y los gastos básicos. Estoy hace 13 años y estoy por debajo de la línea de la pobreza. Y así está la mayoría de los trabajadores del hospital”, plantea Emilce Correa Louzao, técnica de laboratorio.
El reclamo por mejoras salariales es de larga data, pero la pérdida de poder adquisitivo se agudizó tanto este año que el conflicto se volvió masivo.
“Un hospital tiene distintas profesiones y distinto origen social de trabajadores. Pero este reclamo es trasversal porque el impacto de la destrucción salarial es tan duro que hace que todos los trabajadores, desde operarios hasta médicos, tengan un salario inicial por debajo de la canasta básica. Eso no había sucedido nunca”, define Gerardo Oroz, auxiliar de farmacia.
“Hay operarios que cobran menos de 500 mil pesos por mes y médicos que cobran menos de 900 mil como salario inicial. Eso es explosivo. El Hospital Garrahan se caracterizaba por tener un salario mejor que los hospitales de ciudad, con un 20-30% más. Ahora resulta que tenemos un salario de bolsillo por debajo. Si eso no fuera suficiente, encima tenemos más horas y complejidad de atención, porque todo el hospital es una gran terapia intensiva”.
«Es un gobierno que viene para aplastarnos»
El 8 de noviembre, en el marco de un nuevo paro del personal con festival cultural para abrazar al hospital, las autoridades difundieron el encuentro que habían mantenido con el ministro de Salud, Mario Lugones, para presentarle su “plan de trabajo” de cara al futuro.
En el comunicado hubo referencias a “mejorar el cobro de servicios que el hospital brinda al sector privado, revisar contrataciones de servicios tercerizados y reducir estructura jerárquica”, así como a “mejorar y aumentar la facturación, ofreciendo al mercado módulos para facturación de prácticas de alta complejidad que se realizan en el hospital mediante un nomenclador propio y un régimen de retribución por productividad”. No hubo alusión a las renuncias de profesionales de la salud, al conflicto salarial ni al aumento de la demanda que registra el hospital en los últimos meses. Incluso, se anunció que “se ha tomado la decisión de no incorporar nuevos cargos”.
El mensaje no amedrentó. En la asamblea de trabajadores posterior a ese comunicado –en la que participan ATE, Autoconvocados y la Asociación de Profesionales y Técnicos– resolvieron un nuevo paro y una marcha de antorchas.
“Arrancamos este plan de lucha sabiendo que iba a ser duro, que iba a costar un montón. Estamos convencidos –afirma la técnica Emilce Correa Louzao– de seguir. Hemos tenido una pequeña victoria con un bono que se consiguió con lucha. Hubo un castigo (el reemplazo de las autoridades que lo asignaron), porque claramente es un gobierno muy duro, que viene con todo, para aplastarnos. Y nosotros tenemos que ponernos más duros, para que no nos aplasten. No nos queda otra que seguir peleando”.
Fuente Tiempo Argentino